La existencia es una capitulaciónsteemCreated with Sketch.

in #spanish7 years ago

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¿Por qué en todo hemos de motivarnos?

«La vida no tiene sentido» es una frase repetida hasta el cansancio. Hasta el hastío. ¿Por qué la vida no tiene sentido? Porque podemos caminar en direcciones muchas sin anquilosar planes. ¿Planes? ¿Cuáles planes? Si la vida es un cuento sin trama ¿Por qué añadirle la escena de una fresca tarde de torrenciales brisas secuestrando la calma a desnudas pieles? Pues, porque la vida no tiene sentido: hacemos lo que nos da la gana. Hacemos lo que nos da la gana porque la vida no tiene sentido. Hacemos lo que nos da la gana, empero, estamos motivados a realizar todo lo que no nos da la gana: ¿Qué es una profesión? ¿Qué es educación? ¿Qué es la familia? ¿Qué es trabajar? ¿Qué es el sexo? ¿Qué somos nosotros? Eso que llamamos sentido es una ausencia prenatal. En adelante, desterrados de la viscosidad uterina, asume la imagen capital de una interrogación posnatal: ¿A qué he venido? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? Interrogarse no augura un sentido. Podríamos atrofiar esta suerte de ausencia que nos quita un peso de encima: no tengo que hacer un carajo si no me da la gana. Pero tengo que alimentar mi cuerpo porque he nacido. Para ello, muy probablemente necesite una educación básica, secundaria y profesional. Adicionalmente, la naturaleza empieza su coloquio hormonal: he de tener sexo. Caprichoso sistema endocrino arrebatándole a la razón cualquier consideración; las hormonas no son furtivas, son estruendosas, pero inadvertidas. Las citas empiezan. Los falos laten con cada reflejo miotónico. Las vulvas lo hacen porque advierten de qué va la cosa. Todo es bodrio: empieza el sexo. Luego, encontramos una semejanza con la diosa de Venus. Más allá de la deferencia que advertimos en la copulación, y que además disfrutamos tácitamente, estas relaciones sexuales devienen en nuestra militancia patológica de Venus, antecedida por una interjección de sorpresa: “¡Mierda, sífilis!” Pero es una militancia que dura lo mismo que un orgasmo y, seguidamente, quisiéramos militar para Mercurio, eso, derivando en una interjección de dolor: “¡Ay, esa mierda ya está prohibida! ¿Ahora qué?”. Pero esa repuesta no importa. Igualmente la vida no tiene sentido.

Pero, he aquí lo cumbre, lo coercitivo: antes de ti, de mí, de cualquier otro, hay muchos otros, otros antecediendo a este melodramático torrente de fluctuaciones pasionales. Esos, que anteceden, que ya vivieron y no existen más, convergen fulgurosamente en esta interrogación capital que propone, estrafalariamente, buscar el sentido a la vida: la nuestra, la existencia esta que nos adjudicamos es una capitulación de otras existencias. El sufrimiento nunca es nuevo: es una capitulación. Al menos no se los plagiamos a nadie: constantemente lo capitulamos. Aquellos que ya no están, aquí o allá, hicieron lo mismo. Nunca daremos con el capitulador cero.

Albert Camus, ganador del premio Nobel, escribe en el “Mito de Sísifo”, en las primeras líneas lo siguiente: “No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale o no la pena de vivirla responde a la pregunta fundamental de la filosofía. Las demás, si el mundo tiene tres dimensiones, si el espíritu tiene nueve o doce categorías, vienen a continuación.

Esto, afirma un precepto: que la vida en sí misma es una pena. El vocablo procede del latín poena y éste del griego poine, que significa multa. La voz latina tiene esa significación. La voz griega igual. Expiación. De cuál irrisión posible estamos expiando la carne. Nosotros, expiación del Absoluto. Nosotros, expiación natura. ¿Es la vida una voz impropia? ¿Atemporal? ¿Es entonces la conciencia un popurrí de cantos desgarrados? ¿Por qué? Estoy asumiendo la imagen capital de la interrogación posnatal. Eso es todo. La vida es detrimental. La existencia de la carne es posible gracias al detrimento de ésta. Capitulamos el detrimento. Somos una barca navegando en el desierto. Y atracamos en cualquier espejismo. Por eso hemos de motivarnos; no tenemos causa; muy posiblemente tengamos efecto, pero uno no muy consecuente.

Al menos, eso nos convierte minerales. Rocas. Gracias a ti, a mí, los litófagos tienen donde vivir para descifrar el sentido de sus existencias. ¡Ehonrabuena!

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El mensaje es renovarse .re inventarse .

Al escribir se presentan tres tentaciones igualmente peligrosas: los asuntos banales, los asuntos demasiado trascendentales y la psicología de quien escribe. Si los tres casos llegan a la vez no hay Cervantes que lo arregle.
La sencillez es la verdadera profundidad. Y no es obligatorio ser profundo simplemente llega con ser amplio de ideas, preciso en la observación y elegante en el estilo.
Escribir es mover: determinación, ritmo y fin. ¿A dónde ibas tú?

Hacia ningún lado. Como cualquier transeúnte camino a sus obligaciones. La profundidad es relativa; para los heroinómanos, es posible en cualquier cuchara. Para los comunistas, en los tejidos estomacales. Para los escritores —quizá— en cualquier lado. Es maniqueísmo señalar que la sencillez es la verdadera profundidad. Si la profundidad sólo es posible en lo sencillo, la literatura está llena de abúlicos.

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Uffffffffffffff Intenso, no pasa desapercibido, me ha flipado. Gracias por compartir con nuestra comunidad.

¡Estimado! Gracias por leer.