Los ausentes siempre están presentes. El vacío que dejan nos los recuerdan todo el tiempo. Los ausentes son cicatrices que nunca cierran del todo, achaques del alma que en tiempos de frío nos duelen aunque no queramos.

Sin importar la dicha compartida con los vivos, una parte de nosotros siempre está con los ausentes. Y es que al irse se llevan parte de nosotros, empezando nuestra transformación lentamente.

Y es así que con los años nos vamos poco a poco con ellos, y empezamos sin querer a ser parte de su mundo como ellos son parte del nuestro, y un día, estando aquí ya no estamos. Todos los ecos de nuestra vida se ha ido con ellos, y ahora somos un espacio hueco, un ente muerto y vivo a la vez.

Y es así que nos convertimos lentamente en ellos al irnos yendo sin dejar de estar aquí, mudándonos silenciosamente arrastrados por nuestros recuerdos, nuestros afectos, para finalmente un día reencontrarnos con ellos: nuestros padres, nuestros hermanos, nuestros amigos, nuestros amores, e incluso nuestros hijos, y nos volvemos finalmente uno más de ellos, de los ausentes.

Pero también nunca nos vamos del todo, dejamos atrás, en los otros, las semillas de nuevas migraciones, de nuevos reencuentros firmados en el viento, de nuevas memorias por escribir en un nuevo universo, uno en el que podremos un día por fin, estar todos presentes.

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