Crónicas de lo cotidiano 009: "El hombre desnudo", por bonzopoe.

En esta nueva etapa lectora por la que estoy pasando he decidido mezclar todos los tipos de lectura que han sido y son de mi interés, incluidas aquellas relativas a arquitectura y urbanismo, propias de mi profesión (arquitecto).

El primer libro de estas temáticas que he elegido es "Walkscapes", por Francesco Careri, debido a mi renovado, y debo reconocer también trastabillante interés, en las caminatas sin rumbo como estrategia de ejercicio físico, exploración de mi entorno, y de una suerte de meditación personal acompañada de podcasts, música y/o audiolibros.

Llevo aproximadamente leída una tercera parte del libro, que como es muy frecuente en este tipo de publicaciones es de una hechura intrincada, llena de referencias que a veces confunden más que aclarar, y que ayuda a entender el origen y necesidad de los diccionarios debido a su lenguaje florido en varios idiomas (¡Gracias google translator por existir!).

El libro si bien no es ejemplo de amabilidad con el lector, es interesante, y mientras más avanzo en su lectura más le voy encontrando sentido, tanto que ya ha sido detonante de varias ideas que espero explorar en el futuro cercano. El caso es que por esas cosas del subconsciente me hizo recordar una experiencia que viví hace muchos en una caminata cerca de casa, ya que esto de la exploración urbana no es nuevo para mí.

Un buen día, pasada la medianoche, regresando de una fiesta, decidí no seguir la que sería mi ruta habitual, sino un camino alterno que fui definiendo sobre la marcha, y al pasar frente a una casa humilde escuché unas voces por lo que volteé de manera automática, más por inercia que por otra cosa, y a contraluz, iluminado por la débil luz de una lámpara, a mitad de lo que parecía ser la sala de la casa, estaba de pie un hombre desnudo.

¿Qué hacía ahí? Ni idea. Pero no estaba solo. Estaba su esposa con él (supongo que era su esposa), pero vestida y hablando con él de algo con toda tranquilidad, hasta que yo pase, por supuesto. Recuerdo que eso me dejo de lo más intrigado, porque no es usual que alguien este parado a media sala de su casa desnudo charlando con su esposa vestida a altas horas de la noche.

Y seguramente pensarán que si hubiera pasado un poco más tarde, igual y me encontraba a la esposa también desnuda. Y si pasaba un poco más tarde aún, quizá los hubiera descubierto en plena cópula. Pero sinceramente lo dudo. La escena y su lenguaje corporal reflejaban cotidianidad, y la expresión en el rostro de ambos al verme, fue de una ligera sorpresa y no de pudor, como si al igual que yo no supieran como reaccionar, o como si la situación no fuera algo extraño para ellos... y no, no eran un par de exhibicionistas tampoco.

Por alguna razón borré de mi memora por completo el suceso, hasta hace unos momentos en que mi lectura despertó de su sueño al rincón de mi memoria en que hibernaba ese recuerdo, que como si estuviera desesperado por salir me ha invadido lleno de detalles, como si esos segundos en los que ni siquiera detuve el paso al cruzarse nuestras miradas, hubiera durado horas.

Recuerdo que ella llevaba un vestido floreado, unas sandalias y el pelo recogido con una liga. Él, mucho más moreno que ella, y probablemente de ascendencia caribeña por el tono café de su piel, su cabello ensortijado y sus facciones, a pesar de sus alrededor de 40 y tantos años, se veía más joven que su esposa, y tenía los músculos marcados, como si trabajara en algo que demandara esfuerzo físico (tiempo más tarde me enteré de que era carpintero).

Recuerdo también que cuando volteé, al principio no estaba seguro de lo estaba viendo, y me llevó un tiempo darme cuenta cabal de la situación, después de lo cual giré la cabeza, miré nuevamente al frente y seguí caminando como si nada, todavía dudando de si lo que había visto era real o producto del alcohol ingerido en la fiesta.

Y es creo que la situación fue extraña, por decir lo menos, para los tres. Porque así como para mí fue bizarro verlos en tan inusual circunstancia, probablemente para ellos también lo fue ver a alguien de madrugada vestido de traje pasando al frente de su casa ubicada en una calle de escaso tráfico y relevancia de la zona.

Seguramente se habran extrañado al verme, invadiendo una privacidad que pensaban que tenían y que no esperaban compartir con nadie esa noche, y por eso su reacción fue más de extrañeza y perplejidad momentánea que de pudor o vergüenza.

Es curioso como la memoria pareciera tener su propia agenda y con sabiduría almacena información de acuerdo a su relevancia. Porque seamos honestos, ¿qué utilidad podía tener para mí ese recuerdo en el largo plazo? Y tampoco se trata de una anécdota como para ir contado en fiestas y reuniones sociales.

Sin embargo ahora que me encuentro leyendo un libro que se centra en el azar y lo fortuito como herramientas de exploración de la ciudad, y a la par de nosotros mismos como reflejo de las decisiones que pueden guiar estos recorridos que se basan más en el vagabundear y el errar, que en la búsqueda o persecución de un destino determinado, regresa a mi memoria este hombre desnudo de pie en la sala de su casa a media luz.

Dada su cercanía al lugar en que vivía en ese entonces, recuerdo haberme topado con este hombre en varias ocasiones después de esa noche. No sé si logró reconocerme como yo a él alguna de esas veces.

Probablemente no, si tomamos en cuenta que la calle estaba realmente a oscuras cuando sucedió todo aquello, o tal vez sí, ¿cómo saberlo? Si así fue al igual que yo lo disimuló muy bien, o tal vez al igual que yo, olvidó después de un tiempo el incidente, incluso tal vez antes que yo. A fin de cuentas para él y su esposa yo solo fui un loco de traje caminando de madrugada por su calle una noche que hacían vaya a usted a saber que.

Desde que he retomado mis caminatas a la deriva, como les llamo yo, he visto otras cosas inusuales, como restos de choques automovilísticos, parejas en conflicto, un conejo blanco a mitad de la calle al amanecer, e incluso a un par de perros en actividades que más de un sacerdote consideraría perversas, pero nunca algo como ese día que mis ojos se cruzaron con los de un hombre desnudo en una noche si luna cerca de casa.

Y espero que no me pase de nuevo, aunque este con su esposa o toda su familia, y nos separen una reja y un jardín a oscuras. La verdad prefiero seguirme encontrando pedazos de llantas y faros de autos, conejos de cualquier color, y en el peor de los casos a perros impúdico haciendo cosas que le harían a un cura rezar un padre nuestro.

Si llegaste hasta acá muchas gracias por leer este publicación y dedicarme un momento de tu tiempo. Hasta la próxima y recuerda que se vale dejar comentarios.