Cuando la luz fallece

in #spanish4 years ago

Todas las noches escapaba de casa. Como rata en la madrugada violaba la seguridad de mis padres, constantemente me ganaba una nueva cicatriz al cruzar por la ventanilla del segundo piso, esta tenía un cristal roto y mi mente la relacionaba como un degolladero. Salir era un proceso, no únicamente era ser sigilosa como un felino, también debía usar la fuerza y ser precisa para no sucumbir en una caída aparatosa, fugarse resultaba muy serio, pero el regreso fatigaba.

Con 32 kilos y 12 años encima, me encontraba paseando en la negrura, mis pies se hundían entre el cúmulo de hojas secas que estaciones pasadas revistieron aquellos grandes árboles, y hoy, se dejaban alumbrar casi desnudos por la melancolía de la luna. Mi rumbo siempre era el mismo, me dirigía al parque, pero el sendero era un poco extenso saturado de peligros para una niña de mi edad, sin embargo jamás pasaba más allá del espanto que me daban los perros de la señora floky.

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Me encantaba estar sentada contiguo a la laguna y observar la tranquilidad del agua, envidiaba su mudez; deseaba tenerlo en mi morada, no me importaba compartir el sitio con los insectos y ranas que daban serenata a la madrugada, me sentía bien, en calma.

Una noche, tumbada sobre el pasto empapado por el frío, disfrutaba de un recital de la sonámbula naturaleza cuando escuché un ruido desigual; sin virarme, ignoré el miedo y seguí encantada con las estrellas, pero a los segundos por instinto me levanté, y una hacha cayó justamente en donde reposaba mi cabeza. Había una silueta a mi izquierda, llevaba puesta una túnica negra que la cubría completamente dejando ver solo una risita traviesa. Seguí observándola un buen rato, en seguida comenzó a alejarse y se hizo muy pequeña a mis ojos, desapareció cuando cruzó el Araguaney que estaba a pocos metros, no le di tanta importancia y lo olvidé por un rato.

¡Entonces! Un lamento maquiavélico se estampó contra mis oídos. No lo pensé, salí disparada hacia dónde estaba el Árbol, mi conmoción fue que allí no había nadie, busqué con la vista por todo el terreno, pero no vi nada. Traté de plantearme posibles teorías, calculando el tiempo que me tomó para llegar a donde se escuchó el lloriqueo y comprobar si esa alma pudo recorrer el camino e irse tan rápido. ¡Caramba era imposible!, lo único real aquí es que la curiosidad me mataba.

Regresé al lugar en el cual estaba al principio y me senté para deleitarme un rato más, antes de volver nuevamente a la casa. ¡De pronto! Algo me sobresaltó, unas manos heladas tocaron mi espalda, apenas un susurro cerca de mi oído me erizó la piel: ―¿por qué no tienes miedo de mi? ―Preguntó alguien.

Por un instante comencé a dudar de mis sentidos, tenía, como por dentro de las tripas, una sensación tan desagradable; quería entender lo que sucedía, sin pensarlo, respondí: ―porque el único miedo que siento, es cuando mis papás discuten y él golpea a mi madre.

Giré la cabeza pesadamente, y apenas pude notar que algo estaba allí, no lograba ver su perfil, ni siquiera cuando se incorporó lo justo para sentarse en el forraje cerca de mí; dejó a un lado algo pesado que llevaba en sus manos, y abrazo su supuesta pierna izquierda. Todo se volvió más apacible, pero me parecía oír de su escondida boca un mudo llanto; tuve el impulso de reconfortar esa criatura, e intenté reposar mi mano en su extremidad, pero por más que lo hacía no logré palpar su carne.

Así que me quedé tranquila contemplando el escenario en compañía de mi nueva amistad, curioso, pero algo teníamos en común quizá abatimiento y peso, solo necesitábamos inhalar y exhalar un poco para apaciguar tanto malestar. Permanecimos varias horas sin decir palabras, dejábamos escapar diminutos suspiros de frustración, quizá por tener que volver pronto a nuestra realidad.

Ya casi amanecía, era hora de retornar antes que mis padres se levantaran y pasarán por las habitaciones de mis hermanos y la mía, ellos eran más infame que una alarma.

Necesitaba tomar aire mientras me estiraba, pero entonces en un simple pestañeo perdí a quien me acompañaba.

Sobre el pasto ya solo había hileras de hormigas que se dirigían a la raíz de un árbol, además dejé de percibir tanto frío en los huesos por esa presencia.

Yo caminaba de regreso, martirizada con la extraña idea de haber encontrado a alguien que me comprendía, y me causaba enojo perder su compañía para siempre. Cerré los ojos para poder recobrar su retrato en mi memoria, y pensé que solo así, volvería a verla nuevamente cuando la luz falleciera.

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