Después de algunos meses, hoy puedo decir que estoy en paz. Hoy puedo contar mi historia abiertamente porque mis heridas están cerradas, lo malo es que aún quedan las cicatrices y lamentablemente cargaré con ellas toda mi vida. Mi historia como la de muchas otras personas pesa, a pesar de que muchas personas no le vean sentido, cuando tú no vives una experiencia en tu piel, no eres capaz de juzgar ni calificar la de los demás. A veces es mejor quedarse sentado, callado y atento ante las cosas que a los demás le atraviesan como dagas. De antemano puedo decirte que, como toda cicatriz, en algún punto de tu vida, dolerá y es que esa es la forma que encuentra el tiempo de que nunca olvidemos las heridas.

Sí, yo también lloré por las noches. La finalidad de este escrito es hablarte de mi experiencia, y más que eso es decirte que sí lo puedes superar. Quizás lo que te tocó vivir ha sido muy reciente, y sé muy bien que duele. Yo también lloré por las noches, lloré por las mañanas. Yo también lloré y lloré toda la madrugada haciéndome preguntas a mí misma de por qué todo esto estaba ocurriendo, yo también comencé a pensar si de verdad yo era la que estaba mal, comencé a buscar culpables mientras mis ojos se ahogaban en las lágrimas que ni una toalla de baño podría terminar de absorber.

Nunca soñaba nada, mi cerebro estaba muerto. Estaba muy ida y así pasaba la mayor parte de mi día. Los primeros días me dije a mí misma que no había que sufrir, salí con mis amigas y me resigné totalmente a quedarme en mi cuarto a llorar, pero de repente fue todo lo que quise hacer. No contestaba en teléfono. Me despertaba muy temprano, pero me quedaba en la cama envuelta en la sábana como una oruga. En el intermedio cuando me despertaba y caía en cuenta de lo que estaba pasando en mi vida, ese intermedio de 20 segundos, yo era feliz; no recordaba nada, mi vida estaba tranquila durante algunos segundos, todo era paz y sólo pensaba en qué haría hoy…pero, luego de 20 segundos, recordaba todo y las lágrimas llegaban sin invitación, así que desde que me despertaba hasta que mis ojos se secaban estaba en cama, luego de eso me decidía a levantarme.

Las primeras semanas fue así, luego comenzó la tortura más grande. Comencé a soñar. Ojalá hubiesen sido pesadillas, de masacres y de esas que me asustan muchísimo, pero no. Eran sueños, de los bonitos. Todo estaba bien, todos estábamos felices, él y yo éramos felices, dormía toda la noche y me sentía excelente, podía sentir su amor, podía sentir todo, los besos, las risas, todo me parecía tan real, podía soñarlo todo y esa era mi realidad. Lo peor venía cuando me despertaba y veía que todo había sido un sueño y que la pesadilla era lo que yo vivía.

Estaba sola. Ciertamente tus amigas te dicen una y otra vez que no estás sola, intentan sacarte de la casa, quieren que salgas a fiestas, que conozcas gente, y esa es una de las mejores ideas (Lo certifico) pero no es lo que uno quiere en ese momento. Uno solo quiere que la tierra se abra y nos trague, o quiere dormir y dormir para no sentir. Es entonces cuando entramos en la etapa de la depresión. Para mí, la depresión es como estar enfermo de una gripe, o de vómito. Debes estar acostado, no debes hacer esfuerzo, te traen la comida y en casos extremos te la dan en la boca, y es exactamente lo que pasa cuando estás deprimido. Me pasó muchas veces, todos los días. Sí es horrible cuando lo vives en carne propia. Vuelves a llorar, ves películas y lloras, comes y lloras, bebes agua y lloras. Todo eso pasa querida y pasa porque tiene que pasar.

Posteriormente, pasamos a la etapa corta venas (no, lo anterior no era la parte corta venas) comenzamos a buscar conversaciones, comenzamos a ver fotos, o por el contrario buscamos todos los recuerdos materiales y los rompemos, la rabia y el llanto se apoderan de ti y pareces un alcohólico que destruye todo a su paso y luego del periodo de embriaguez se arrepiente de sus acciones. Las imágenes, las fotos, aquellos corazones que escribías en la parte trasera de tus cuadernos, las dedicatorias de amor que le hacías todos los días, los mensajes de buenos días, de buenas noches, las promesas de amor en la que creíste y que te resignas a borrar de tu memoria. Entras en páginas de tumblr o blogs de ayuda buscando textos que te hundan más de lo que ya estás. Lo que más quieres es sacarte ese dolor del pecho y llorar todo lo que necesitas llorar, así que buscas herirte de todas las formas posibles, el llanto no se vuelve una consecuencia sino una decisión de tu parte.

Luego de un tiempo decides pararte de la cama y dejar de llorar. Te levantas y tus piernas tiemblan por el peso de la decisión que estás tomando. Dices que vas a superar y seguir adelante, te quedas con esa frase hasta tus últimos días pero por las noches lo único que quieres es volver atrás. Las preguntas de por qué pasa lo que pasa jamás desaparecen, pero tu comienzas a ignorarlas porque te rindes a encontrar respuestas. Aquí viene la fase de aceptación. Comienzas a aceptar las cosas que pasan, con esto no quiero decir que estás de acuerdo, sino que comienzas a darte cuenta de que en realidad no fue tu decisión, que tú no estás mal, que las personas toman sus decisiones que son como granadas y lamentablemente tú estabas cerca.

Comienzas a respirar y el aire se siente liviano. Por ahora no has dejado de llorar, pero ya no lo haces tan seguido. Los recuerdos tampoco desaparecen, siguen allí a tu lado pero has aprendido a convivir con ellos. Te levantas, tomas una ducha y sales a la calle, el sol te pega un poco en los ojos por el encierro y las lágrimas, pero no es un problema para ti. Comienzas a reír un poco, a veces a carcajadas. Aquí comienza la etapa de olvido por fragmentos de tiempo. Cuando estás ocupada haciendo algo se te olvida las razones por las que antes estabas triste, cuando sales con tus amigas y comienzas a reír y a reír te das cuenta de que llevabas mucho tiempo sin hacerlo y que es injusto haberte quitado a ti misma ese placer, pero luego llegas a casa de nuevo, a tus cuatro paredes y recuerdas que estabas mal, es un poco cruel pero es parte del proceso.

Pero luego los días comienzan a pasar, y así como pasan no recuerdas sus fechas. Comienzas a darte cuenta de que en verdad la soledad en este punto no es tan mala. Respirar y descansar son las mejores cosas que puedes hacer, no hay problemas. Las primeras veces extrañabas un mensaje en tu bandeja de entrada, ahora no te preocupas en revisarlo porque estás segura de que no hay nada. La batería del celular comienza a durar más, y tu recibo de internet comienza a aumentar porque tus intereses ahora son otros. Comienzas a leer, a veces a estudiar y distraes tu mente. Ves cosas más allá de lo que antes veías, notas cosas que antes no notabas, ríes cuando ves algo gracioso y recuerdas todo lo que pasó cuando ves algo triste. Pero, ¿sabes qué? Ya no hay llanto. No hay lágrimas. Tu instinto es llorar pero ahora eres capaz de detenerlo justo a tiempo, y sonríes para ti misma, porque ahora puedes, porque eres más fuerte.

Las noches ya no son pesadas, te acuestas temprano y a veces tarde, no por nadie sino por ti, porque tu decisión fue quedarte viendo un episodio más, o estabas ocupada descargando imágenes, pero son tus decisiones. Puedes extenderte o acortar tu tiempo según tus propios gustos, y eso está bien, te hace sentir bien. Comienzas a depender de ti misma, eres duela de tu destino, decides si sales o te quedas de acuerdo a tus necesidades. Puedes cambiar de opinión fácilmente, no hay de qué preocuparse porque nadie depende de ti ni tú de nadie, porque nadie te espera, porque nadie te despierta con un mensaje, porque nadie te da un beso antes de ir a la cama, y por muchas noches me pregunté a mí misma si eso era libertad o soledad, y ¿sabes qué? Se llama calma.

Y me costó muchas tormentas.

-Confesiones de una amiga a otra.