Un poema en el autobús

in #spanish7 years ago

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Fuente: matt_gibson via Flickr

Lo conocí una tarde hace ya varios meses; eran las cinco de la tarde y las calles estaban abarrotadas de gente que dejaba el trabajo y regresaba a casa, quizás a un hogar. No era mi caso: no trabajo, estudio, pero tampoco estaba volviendo de la Universidad, sino de buscar una encomienda, labor que me tomó todo el día realizar. Ya estaba segura, dentro de mi bolso; ahora, en una mano sujetaba el libro que cargaba conmigo, y en la otra el dinero para pagar el pasaje del autobús.

Tuve suerte: conseguí el penúltimo asiento que quedaba vacío en el vehículo, un asiento junto a la ventana. El de al lado también estaba vacío. Después de pagar, y de sentarme, me concentré en el libro. Era un poemario: el libro, usado y olvidado por algún comprador, había sido mi más reciente adquisición, y había valido cada billete. No podía soltarlo. Cada poema era un universo, cada verso un continente, cada imagen un mar de sentimientos que recorría todo mi cuerpo. En cada página había dejado un pedacito de mí: una anotación, un recuerdo, una marca, un par de lágrimas, y ya casi llegaba al final.

Cuando me faltaba solo un poema, escasas tres páginas, para terminar el libro, sentí una presencia a mi lado. El asiento contiguo, que antes se encontraba vacío, ahora era usado por un muchacho un poco más alto que yo, de tez blanca y cabello corto, quien miraba fijamente mi libro. Al darse cuenta que mi mirada apuntaba a su cara, desvió la suya, y podría jurar que hasta separó su pierna, alejándola de mi asiento un par de milímetros, aunque quizás solo eran cosas mías.

Cerré el libro, pero lo mantuve sobre el bolso, éste a su vez sobre mis piernas. De a ratos, el muchacho y yo intercambiábamos miradas de curiosidad: yo por él, él por mi libro. Al cabo de unos minutos, mientras el autobús daba una vuelta, lo puse cerca de sus manos.

-¿Quieres verlo?
-Sí, gracias -me respondió, al cabo de unos segundos.

Le entregué el libro. Él lo abrió en la primera página, leyó con cuidado el nombre del autor, y luego fue el poemario por secciones, una página a la vez. Sonreía con algunos, otros le daban un aire de confusión. Yo solo miraba su rostro, intentaba leerlo como si fuera un poema.

Empezamos a hablar. Me dijo que estudiaba Literatura y que no había visto nunca ese libro. Le dije que me coleccionaba poemarios, y que lo había conseguido por suerte. Me habló de su tesis, yo le di mi opinión de Kundera, y seguimos hablando un buen rato. Entonces, cambió el tono, y recordé que seguíamos en el autobús, y sentí que se había detenido, y me dijo que era su parada.

Alargó su brazo para regresarme el libro. Negué con la cabeza. Le dije que se lo quedara, que era suyo. Le regalé el último poema, que no me había dado chance de leer. Él sonrió a la par que, con leve torpeza, se dirigía a la puerta del autobús. Lo miré hasta verlo fuera, y luego seguí mirando por la ventana, mientras su figura se alejaba conforme la distancia aumentaba. Luego me quedé viendo las figuras del atardecer, al grado de casi pasarme de mi parada. Esa noche no pude dormir, solo pensaba en todos los poemas que estaba sintiendo.

Desde ese día no nos hemos vuelto a ver y, por las noches, no dejo de preguntarme si cada vez que abre el libro se acuerda de mí, o si, para él, solo son páginas manchadas y versos de segunda a los cuáles nunca regresar.

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Buenas tardes @andresitorresm
Seguro que él se acuerda de ella al ojear/hojear el libro; estoy seguro.

¡Eso espero!
Muchas gracias por el voto, por el comentario y por el apoyo :-) Un saludo

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