Los médicos de guardia no le dan esperanza, pues la leucemia ha hecho bien su trabajo.

Mientras ora al pie de la cama, su celular le indica que un par de mensajes ha recibido. Unos minutos después de leer, mira a todas partes mientras toma entre sus brazos tiernamente el cuerpo de su niña amada. La sala en silencio y a media luz; los pasillos solitarios; era el preciso momento para salir de allí.

El reloj marca la media noche. Las calles con tenues faroles advierten a la madre y su niña en brazos, pasos firmes la conducen sin vacilar al cementerio abandonado de la ciudad. En parcial oscuridad, un susurro al oído, le indica las ruinas de una vieja capilla donde una sombra ondea vestimenta negra al compás de la gélida brisa.

Posa sobre los brazos de aquel misterioso personaje, el cuerpo de Stefany, casi sin vida. Es cubierta con la capa negra que atavía la pálida figura de quien enviste tiernamente y posa su boca sobre el delicado cuello de la niña moribunda.