Perfume de Girasol | Relato Erótico

Imagen cortesía de: PIXABAY

Estimado lector, el siguiente relato está dirigido a un público mayor a los 18 años, pues contiene contenido que puede ser sensible para los ojos de muchos.

Por lo demás, espero disfruten la lectura…

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PERFUME DE GIRASOL

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Frotas tu cuerpo con esos girasoles que se aferran a tu piel y la impregnan de partículas amarillas, fragmentos de envidiada posición que se adhieren a tu lampiño y achocolatado tez y disfrutan cada centímetro de tu cuerpo. Resplandeces con el brillo de las gotas que se discurren desde tus pezones morados y erectos… tan erguidos que parecen puntiagudos. El río nos da por las rodillas, y sus aguas doradas esconden de a poco tus glúteos inflados. Me miras, y notas mi abobada mirada. Sonríes… yo también lo hago. Mi piel está más pálida de lo normal, y mis manos ya no pueden esconder lo que hay entre mis piernas y que palpita duro contra mi ombligo.

Te gusta jugar conmigo, lo sé, por eso me mostraste este lugar, tan alejado del caserío que ni si quiera tu hija, o mejor dicho, mi esposa, se atreve a visitarlo. Pero sé que no querías arriesgarte más. Aquella casa donde habitamos es muy pequeña, de un solo cuarto, y es casi imposible que no gimieras cuando me pasaba a tu cama y me infiltraba debajo de tus sabanas solo para ofrecerte un placer más apremiante que el olor de los girasoles. Pero ahora tienes un lugar tranquilo para disfrutar de mi cuerpo, que es delgado pero firme… pero sobre todo juvenil.

¿Cuánto habías esperado para que tu esposo, ese borracho charlatán que no llena tu placer, te ofreciera saltar al universo y conocer sus estrellas? Nunca, por supuesto. Por tal motivo dejamos a esos insípidos, tu hija y mi suegro, con la soledad que solo se merecen los esposos mal amantes. Y mientras me acerco a ti, a tu cuerpo de senos gigantes y glúteos imponentes, esbozas una sonrisa pícara, y entonces cuando estoy lo suficientemente cerca de ti, rozas mi pecho con tus pezones achocolatados. Yo los tomo entres mis manos, y tu permites que mi rostro sea parte de ellos.

Siento ahora la presión de tus senos, pero no en el rostro sino en el pilar de mi entrepierna. Ya no es presión, sino algo más húmedo, más cálido… noto el maravilloso resultado de lo abultado de tus labios. Tienes más fuerza que yo, lo percibo en el momento que me sientas de un solo golpe sobre el rió. Caigo sentado, y tú aprovechas y me montas como a los caballos indomables. Siento tu dolor como mío, mientras tú estrujas mi cara en tus pechos y me obligas a tocar tus nalgas.

Las aguas doradas apenas nos sumergen, y el callado entorno sufre con lo estruendoso de nuestros gritos. ¡Nada se puede comparar con esto! Ni todo el dinero del mundo… ni si quiera el cálido resplandor de la inmortalidad. Todo acaba en un abrazo de cuerpos desnudos y agitados, mezclados entre sí como el café con leche.

Estoy dispuesto a seguir huyendo contigo, a escapar cada día de lo insípido de nuestras parejas. Es imposible olvidar el pacto que hicimos para despistarlos, cuando una tarde morada, dijiste frente ellos:

—Vuelvo pronto. Voy a llevar al yerno a recoger unos girasoles para su esposa.

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El relato es autoría propia de: @alinsonchangir

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