¿La otra, quizás...?

¿En qué me he convertido?

¿Una hiena aguardando el momento perfecto para robar un trozo del festín de los leones? ¿Una lamprea que, con un movimiento relámpago, se adhiere a la carne de los peces desprevenidos? O como dicen aquí: ¿Un zamuro? ¿Una sopla-bistec?

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¿Qué me pasa?

Acaso, ¿estoy esperando a que ella desaparezca por arte de magia? ¿O que él se olvide de su amor, sus promesas, sus sueños?

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No sé realmente lo que hago...

Él viene y va en mis pensamientos. A veces es cálido como una mañana de dulce despertar. Otras veces es frío como la noche y golpea mi ser como gotas de lluvia torrencial. Su indiferencia me duele y su granizo se clava en mi corazón en pleno latido.

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Igualmente casi siempre está allí para escucharme, leerme, ayudarme de la manera que pueda. Incluso con ánimos, siempre con sus: ¡tú puedes! Me fascina eso; lo considero mi fan —Pero ¡vamos! Yo también soy su fan—. Es tan cordial, honrado y generoso, que no puedo evitarlo. Su mirada me consume y sus caricias me elevan; aunque fuesen siempre tímidas. Sonrío de oreja a oreja de solo recordarlo.

Ojalá estuviera aquí, acompañándome, para poder sentir sus tiernos dedos sobre mi muslo, sobre mi espalda, quizás sobre una de mis mejillas. Ojalá estuviera para mirarme con esos ojos tiernos, para hablarme con esos finos labios y voz delicada, para poder recostarme sobre su hombro. Gradualmente, hablaríamos más bajo y despacio hasta acabar en susurros. Quizás esta vez sería el momento en que al fin compartir tanta cercanía daría resultados. Saborearía la delicia de sus labios, desataría el ímpetu de su lengua y aumentaría repentinamente los latidos de su corazón. Sabría que se siente cruzar esa línea entre la imaginación y el acto prohibido.

Todo comienza con una caricia