Viviendo la muerte en vida.

Todas las tardes, con una perfección que asombra al propio reloj; él llega a las cuatro de la tarde al hospital. Su nombre guarda una premonición de lo que será su comportamiento. Es un hombre que goza de plena salud a pesar de su avanzada edad. Y es puntual en su inexistente cita con el médico. Lo conocen como “Don Perfecto”. Si, ese es su nombre.

Todos los días, incluyendo sábados y domingos; camina un tramo considerable en una lentitud parsimoniosa. Si uno observa con atención, cada paso marca el tic tac de esos relojes mecánicos que indicaban los segundos del tiempo eterno que se agota. Un paso, un segundo. Otro paso, otro segundo. Así camina hasta llegar a las cuatro en punto de la tarde al hospital.

Como toda costumbre, los acontecimientos se anticipan. La enfermera al verlo llegar, asume un papel histriónico para compensar la angustia constante de “Don Perfecto”, ante la inminente llegada de la muerte, que según él, está latente. Tanto la enfermera como el médico en turno saben que goza de una excelente salud. Aun así, lo revisan y confirman la condición del no paciente.

Todos los días, él siente que está a punto de morir. Todos los días, sale del hospital con un “tratamiento placebo”. Y así, se va a su casa con la calma de que con las indicaciones del médico su salud mejorará. Camina el mismo trayecto que lo llevó de su casa al hospital; ahora en sentido contrario. Tic tac. Un paso, un segundo. Otro paso, otro segundo. Llega puntual a las siete a su morada.

Intriga el momento en que de manera natural, a “Don Perfecto” finalmente le llegue la muerte. ¿Encontrará la paz que busca diariamente? ¿El médico, en un acto de irresponsabilidad no debería canalizarlo a un psicólogo? Tic tac, tic tac…