La sala de la morgue es amplia, transcurrían las 03 am de la madrugada lluviosa y relampagueante del 24 de agosto de 1981. Allí se encontraban en su faena diaria el forense, un señor mayor de amplia reputación por sus destacados servicios y junto a él un perito químico de edad avanzada. Todo transcurría con normalidad, hasta que de pronto, se escuchó un ruido fuerte que golpeó a una de las camillas; ha sido el perito químico quien se ha desmayado.

Instantáneamente, un ruido denso, lejano y sibilante se apoderó del lugar que ni se logró percibir el evento atmosférico. Solo el movimiento de la sangre al gotear, voces somnolientas rompen ese silencio y algunos camilleros hacen acto de presencia en la sala.

Desconcertados, todos miraron su alrededor; solo hay estrechos pasillos y cuartos vacíos. De Pronto contemplaron algo asombroso, a escasos 7 metros en dirección hacia el sureste el pasillo parece hervir, pero es en un sector ya que el resto permanece tranquilo. Atónitos, creen distinguir una luminosidad bajo algunas camillas y segundos después algo de contornos difusos, irradiando palidez y fosforescencia.

Atemorizados, ven la figura erguida de quien se disponía a buscar los indicios biológicos, el cual presentaba coágulos de sangre que le brotaban por su cuello blanquecino y verduzco que hacían alarde de tener una sonrisa pulcra y de un brillo diamantino el cual a su vez sujetaba una bolsa cuádruple para extracción, fraccionamiento y conservación de sangre con sus molares perteneciente a uno de sus viejos amoríos de pasillos.