El Zángano XXV. Patricia


Ilustración


El zángano es una serie de relatos basados en la mítica leyenda urbana del Estado de Mérida, Venezuela, sobre un brujo que absorbe la vitalidad de sus víctimas hasta arrastrarlas al umbral de la muerte.

Relatos anteriores:


Obras originales realizadas por mí


Patricia

 
Fue justo aquí al lado, en una zona muy concurrida que pasó. Mi esposa y yo nos enteramos de lo ocurrido al momento de haber visto lo que nos impactó, bueno… es que estábamos muy pendientes de las cosas que hacía. Pensaba que simplemente se encerraba en su dominio para despejar su mente y así liberar un poco la presión que ha estado contenida a causa de su extraña rutina diaria.

Mi esposa y yo no conocíamos muy bien a Patricia, nuestra vecina; era una muchacha bastante introvertida y tímida, sin mencionar que muy extraña también. Todas las tardes se la pasaba en la biblioteca leyendo libros de temáticas esotéricas, que para Lucilda y para mí, eran tópicos diabólicos no dignos para una persona recta.

Pero como he mencionado anteriormente, Patricia no era una persona normal; y su aspecto era aún peor mencionar. Nos mudamos a este vecindario hace cuatro años y desde los primeros días de ya estar instalados, entablamos una buena relación con los vecinos. La madre de Patricia era una señora bastante amable, fue la primera en darnos la bienvenida a este bello sector, sin embargo, pasaron semanas para que Lucilda y yo conociéramos a Patricia, ya que no le gustaba mucho salir de casa, y cuando lo hacía, se la pasaba en la sección más oscura de la biblioteca pública del centro.

Nunca nos propusimos en conocerla mejor o de saludarla cuando nos topábamos con ella en la calle, puesto que tampoco lo hacía; más bien, sentíamos la sensación de que nos eludía como si le hubiésemos provocado el peor de los males posibles.

Tapaba la mitad de su rostro al caminar con su largo, seco y opaco cabello, con la cabeza inclinada un poco y los ojos hacia el suelo. Siempre vestía con harapos grises que no parecían adecuados para una muchacha de su edad. Usaba unos zapatos de cuero negro muy altos y pasados de moda, sosteniendo unos libros con sus brazos y presionándolos contra su pecho. Su piel pálida y adusta se veía muy envejecida, deteriorada y escasa de elementos que provee la luz del sol.

A pesar de ser un muchacha de veintiocho años, parecía tener más de cuarenta; lo cual, te daba una sensación escalofriante, especialmente si te miraba con esos ojos maltratados y faltos de descanso, remarcados con una línea ennegrecida sobre sus parpados llenos como bolsas.

Al momento de hablar, Patricia lo hacía con susurros, agachando la cabeza con los ojos posados hacia abajo como si fuera la peor sabandija de todas. Sus distintas maneras fonéticas de expresión, siempre eran ínfimas, casi imperceptible a los oídos, como si albergaran un misterio; una especie de resonancia parecida a un murmullo.

No cabe duda que cada vez que trato de describir a esa muchacha, mis palabras se cortan llegando a un límite definitivo, puesto que su aberrante y delgada apariencia me parece tan fútil y a la vez tan insólita, que me provoca dejar el tema hasta ahí. Creo que para lograr una descripción adecuada debería convertirme en un maestro de lo absurdo, de lo raro y sobre todo, de lo sombrío.

Muchos creen que fue Patricia la causante de la muerte de su madre, quizás si fue así, pero no intencionalmente. Se decía que la señora Crisálida, madre de la muchacha era sumamente severa con ella, al punto de lastimarla cruelmente tanto física como psicológicamente. La monstruosa criatura huía al cuarto más oscuro de la casa, lejos de los maltratos de su madre, leyendo con una pequeña lumbre sus diabólicos libros que hablaban de invocaciones y rituales satánicos.

El aspecto repugnante y atroz de Patricia y su personalidad no nos provocaba lástima alguna; ni siquiera un corpúsculo de esta. No nos sentíamos malas personas por el simple hecho de no pensar en ella como un ser humano capaz de sentir emociones, era algo diferente, la veíamos como algo inaceptable.

En las madrugadas mi esposa se levantaba alterada, puesto que decía escuchar un estrepitoso, irritante y agudo sonido, como el de alguien afincando y arrastrando sus uñas contra la madera. Decía que era Patricia quien lo hacía, encerrada en la habitación más oscura de su casa, esperando impaciente y desesperada para que llegue “La hora de las brujas”; una hora intermedia entre la noche y el día, donde se dice que los embrujos e invocaciones se hacían más fuertes. Quizás para realizar alguno de los maleficios que desquiciadamente leía apasionadamente, ¿para hacerle algún daño a alguien tal vez? Lo ignorábamos; su vida nos parecía tan inaudita que no sabíamos si tenía enemigos. Posiblemente el sortilegio no era para otra persona, sino para ella misma, ya que era quien lo deseaba.

Continuará...



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