El Zángano XXIII. Veronica (continuación)


Ilustración


El zángano es una serie de relatos basados en la mítica leyenda urbana del Estado de Mérida, Venezuela, sobre un brujo que absorbe la vitalidad de sus víctimas hasta arrastrarlas al umbral de la muerte.

Relatos anteriores:

I. Judith
II. Judith (continuación)
III. María
IV. Alicia
V. Alicia (continuación)
VI. Matilda
VII. Matilda (continuación)
VIII. Raquel
IX. Betsabé
X. Betsabé (continuación)
XI. Amanda
XII. Amanda (continuación)
XIII. Bianca
XIV. Epítome I
XV. Eva
XVI. Eva (continuación)
XVII. Sabrina I
XVIII. Sabrina II
XIX. Sabrina III
XX. Beatriz
XXI. Beatriz (continuación)
XXII. Verónica


Obras originales realizadas por mí


Verónica (continuación)

 
Las cartas de Verónica formulaban una dimensión desconocida en la mente de Jacinto, estaba preocupado por su hermana y no sabía que podría encontrar más adelante. Ella se encontraba muy mal en sus pensamientos, y redactaba cada oración con miedo y tristeza.

En sus cartas, hablaba sobre algo que la acechaba, que la despistaba a veces y que no permitía que sus ideas fluyeran con soltura. Mencionaba constantemente un pánico que la carcomía, provocado por ese ente sobrenatural de alas negras, cuerpo decrépito, figura entre humana y animal, y ojos profundos, tan abisales y oscuros.

Para Jacinto imaginarse una criatura así era complicado y no sabía en realidad porque su hermana tenía tales visiones tan extrañas. Después de salir de su casa en su búsqueda, se dirigió al último lugar donde ella estuvo, una ciudad al sur cerca de la frontera con el país contiguo. Llegó a aquel pueblo con muchas expectativas y con pocos recursos esperanzado por encontrarla.

Las pistas lo llevaron a un hotel, viejo y con una fachada un poco decadente, preguntó al recepcionista información sobre ella y su alojamiento explicando que se trataba de su hermana. El hombre ojeó el libro y, para su decepción, ella no había quedado registrada. Sin embargo, para la buena suerte de Jacinto, el recepcionista la recordaba. Decía que por las noches vociferaba unos gritos estridentes y espantosos, dirigiéndose a alguien que supuestamente quería llevársela.

Los empleados del hotel pasmados fueron hacia a su habitación para socorrerla, y al entrar, la encontraron convulsionando y gritando con las pupilas de los ojos hacia arriba mostrando solo la esclerótica. Las personas alarmadas trataron de calmarla e incluso llamaron a un médico quien llegó prontamente para atenderla, y fue así como la ingresaron al hospital y no supieron más de ella.

Jacinto al escuchar lo que el recepcionista del hotel le relataba, se le aceleró el corazón, y pidió la dirección del hospital para ir a buscarla. Tenía la ilusión de que aún se encontrara allí y fue con toda la celeridad posible al lugar.

Al llegar, preguntó a todas las personas que pudo, pasó de entre enfermeros y doctores, y de entre tantos, solo uno le proporcionó la información que necesitaba. Al revisar en los registros e historiales médicos, se dio cuenta de que ella había sufrido un trauma cerebral grave que le provocó alucinaciones terribles.

Los exámenes neurológicos mostraban una acelerada y peligrosa actividad gradual que la sumieron en una serie de lesiones graves. Los médicos en las noches escuchaban sus gritos dirigidos a alguien que ella en su trastorno veía.

Varias veces cometió intentos de suicidio haciéndose daño a sí misma. Los objetos afilados y sábanas habían sido privados de ella y se hizo un procedimiento para procesarla en una institución psiquiátrica, cosa que quedó sin efecto, puesto que Verónica, la misma mañana de su traslado, cometió suicidio lanzándose de la ventana del hospital.

Se había librado de sus ataduras, pero antes de quitarse la vida, escribió un mensaje en la pared de su habitación con su sangre diciendo lo siguiente: “Lo siento Jacinto”.

Al ver toda la información y de escuchar los hechos espantosos que uno de los médicos le relató a Jacinto, el pobre hombre no hizo otra cosa que romper a llorar, con el corazón paralizado por lo que le había ocurrido a su hermana. Para él era increíble que su hermana haya cometido un acto tan cruel, siendo ella una persona maravillosa con ganas de arrebatarle más a la vida.

Ella no consumía drogas ni ningún tipo de alucinógeno, su salud presentaba un estado normal a excepción de las anomalías en su cerebro, las cuales, los doctores no pudieron determinar el por qué padecía aquellos agudos traumas neuronales. Esto terminó siendo un misterio para la ciencia médica, y para Jacinto fue una tragedia sin respuesta. Se había quedado dolido y con las manos vacías, tirado en el suelo del pasillo del hospital con alaridos que emanaban de sus entrañas. Al ver un espacio cerca de él, vio una figura extraña e inhumana, no sabía que pensar al verla, pero al vislumbrarla fijamente pensó en su hermana y un horror más fuerte que un golpe real chocó contra su pecho.



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