El Zángano XVIII

in #steempress5 years ago (edited)


Ilustración



El zángano es una serie de relatos basados en la mítica leyenda urbana del Estado de Mérida, Venezuela, sobre un brujo que absorbe la vitalidad de sus víctimas hasta arrastrarlas al umbral de la muerte.

Relatos anteriores:

I. Judith
II. Judith (continuación)
III. María
IV. Alicia
V. Alicia (continuación)
VI. Matilda
VII. Matilda (continuación)
VIII. Raquel
IX. Betsabé
X. Betsabé (continuación)
XI. Amanda
XII. Amanda (continuación)
XIII. Bianca
XIV. Epítome I
XV. Eva
XVI. Eva (continuación)
XVII. Sabrina I



Obras originales realizadas por mí



Sabrina II

 
Las horas circundaban movilizándose en danzas del terror, los sonidos formulaban su epíteto, parafraseando de manera concisa mi situación. Había llegado a un punto en que no sabía que pensar, si debía caer en la pasión de la locura sin importarme consecuencia alguna, o evadirla, apartarme de ella por completo buscando otro lugar donde vivir.

Cada vez que veía a Sabrina mis focos se encendían, quería caer en ella y en su aparente inocencia, pero luego pensaba en su hermana y en los rumores y rápidamente mis ganas se desvanecían. Me quedaba meditando en mi habitación: ¿Serán ciertas tan horribles habladurías? Y si es así, ¿Por qué nadie más ha hecho algo al respecto? No podía quedarme solo con rumores maliciosos de vecinos chismosos que parecía que no tenían nada que hacer con sus vidas.

Mi desesperante curiosidad me impulsaba ir hacia ella, casi acechándola, hasta descubrir esa insólita verdad que oculta el abismo de sus ojos. Logré coordinar mi hora de salida del trabajo con la hora exacta en la que Sabrina llegaba a su casa, era de sorprender que ella salía muy temprano en la mañana y volvía casi de noche a la misma hora, muy puntual; todos los días, por lo que para mí no había perdida pero fue bastante difícil al principio llegar a esa misma hora solo para encontrarme con ella.

Comencé a entablar una confianza mucho más fuerte, y aunque ella aparentaba ser una persona muy dada, en muchas cosas se contenía. Su reservada personalidad me hacía querer investigar un poco más pero ella trazaba sus límites de una manera sutil, una barrera que de ninguna manera pude atravesar.

Siempre acompañaba a Sabrina hasta la puerta de su hogar donde se despedía azotando el portal frente a mí, y así estuve varias semanas, ¡qué digo semanas! ¡Meses!, cuando creí haberme acercado un poco más, ella derribaba por completo mis esperanzas, era como si supiera mis verdaderas intenciones por averiguar los interiores de su morada.

Las noches en mi cama parecían incesantes torturas quiméricas, la intriga no me dejaba dormir y me suspendía de mis sopores durante horas y horas, hasta que finalmente me dejó inerme hasta dejarme dormir. Pero ese no fue el final de todo ese trayecto dantesco.

Comenzaron a invadirme pesadillas horribles traídas por aves negras y rapiñas siniestras, era como si aquel interés que sentía por Sabrina invocara seres de la noche que se acumulaban en mi recinto. Lentamente caí hundido en un mar de pura de negrura. Sentía como mi cuerpo levitaba sumergido en todo ese entorno sin figuras. Mi corazón se aceleraba con celeridad por el pánico pero el resto de mi cuerpo se petrificó.

Rápidamente y frente a mí, las sombras vaporosas se disipaban para mostrarme un escenario del cual, mis ojos no se apartaron ni un segundo hasta su culminación. Dicho episodio se trataba de Sabrina, quien se encontraba en una cocina picando con un cuchillo unas ramas y raíces desconocidas para mí. Se encontraba muy sonriente en su actividad, colocando todo aquello en una vasija de cerámica con símbolos tallados que no alcancé a ver.

Luego de haber terminado se dirigió a la otra habitación con la vasija. En ese momento, las sombras ofuscaron el ambiente con suma rapidez y luego se apartaron para mostrarme otro escenario en donde se encontraba Sabrina, la vasija con su contenido, una mujer de aspecto fatal y algo más terrorífico. La muchacha se veía de la misma edad de Sabrina, aunque no podía hacer una comparación exacta por su aspecto moribundo, cadavérico y casi despojado de toda vitalidad aparente. Ella vestía de gris, postrada en una cama de la cual, era obvio que no podía levantarse.

Al analizar todo en mi mente pensaba que Sabrina ayudaba a aquella muchacha, incluso llegué a pensar que se trataba de su hermana, tal vez, pero posteriormente me di cuenta que la realidad era mucho más retorcida. Había algo de aspecto horrible junto a ellas, ¡Dios mío! ¿Será que algún día podré olvidar semejante recuerdo? Aquel ser con solo mirarlo hacía que me desvaneciera del miedo.

Era una criatura, muy alta, como de tres metros de altura. Usaba una especie de máscara o no sé si de verdad ese era su rostro, pero no tenía ojos y su nariz era como un pico, un cráneo de cuervo o zamuro. El resto de su cuerpo estaba cubierto por plumas negras y gigantescas, muchas de ellas sucias y rotas las cuales se denotaban a la perfección porque sus brazos —o alas— se encontraban extendidos. Sus manos enormes con dedos ensanchados y nudosos se quedaban inertes como ansiosas por la espera de algún ritual.

Sabrina machacaba aquellas hierbas y raíces con un mortero y luego se los daba de comer a aquella muchacha, introduciendo esa especie de menjurje o narcótico en su boca. Aquello al parecer no la mejoraba, puesto que al tragarlo lo regurgitaba con sangre, manchando sus sábanas blancas. Sabrina como una frenética le hacía tragar más de su mezcla, sin importarle el rechazo de su víctima. Fue esa expresión en el rostro de la muchacha lo último que vi antes de que las sombras me tragaran de nuevo y me devolvieran de vuelta a la realidad.

Desperté a las casi cinco de la mañana de ese día, con el cuerpo completamente sudado y sumamente cansado, como si no hubiera dormido nada. Esa pesadilla dejó intrínseco en mí un horror del que nunca pude recuperarme incluso hoy en día, pero alimentó mucho más mi curiosidad, movilizándome hacia un terror mucho más traumatizante.

Continuará...



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