El Zángano X


Ilustración



El zángano es una serie de relatos basados en la mítica leyenda urbana del Estado de Mérida, Venezuela, sobre un brujo que absorbe la vitalidad de sus víctimas hasta arrastrarlas al umbral de la muerte.

Relatos anteriores:

I. Judith
II. Judith (continuación)
III. María
IV. Alicia
V. Alicia (continuación)
VI. Matilda
VII. Matilda (continuación)
VIII. Raquel
IX. Betsabé



Obras originales realizadas por mí



Betsabé (continuación)

 
Raúl poco a poco despertaba para encontrar frente a él un escenario apocalíptico. Un fuerte dolor comenzó a recorrer su cadera y espalda, quizás por el fuerte impacto que recibió contra la pared. Trató de levantarse pero sentía tanto dolor, que quedó inerte por un rato junto a los escombros y observó la catástrofe a su alrededor. Había algunos enfermeros desmayados bajo la cortina de humo esparcida en todas partes, los directores del sanatorio, el doctor Añez y el doctor Arístides, se encontraban a un lado de él, también inconscientes por la fuerte explosión.

El humo negro y espeso emanaba de la entrada de la habitación donde se encontraba Betsabé, parecía que hubiera provocado el desastre con el más fuerte de sus alaridos, mientras se encontraba en ese repentino suceso psicótico. Raúl intentó levantarse del suelo una vez más, y esta vez, con un poco más de éxito, aunque su cadera golpeada le obstaculizaba el trabajo de moverse, se apoyó con todas sus fuerzas en la pared hasta que estuvo más o menos erguido. Comenzó a analizar la causa de aquel horrible escenario y empezó a hurgar en el archivo más reciente de sus recuerdos.

Lo último que llega a su memoria es el sonido de la risa desgarradora de Betsabé, la cual, causó un escalofriante estupor en él. Parecía que la pobre muchacha hubiese sido torturada por una fuerza mayor a ella, puesto que sus espasmos y su serie de retorcimientos se manifestaban inhumanos. Mientras la observaba con asombro, en el momento en que soltó un aullido que parecía demoníaco, un sonido aparte que empezó agudo llegó de impacto a sus oídos y luego todo se puso en blanco, hasta que despertó tumbado en el suelo con el montón de escombros y personas junto a él. Ojeó hacia dentro de la habitación donde se encontraba Betsabé recluida y se dio cuenta que ya no estaba.

Otros enfermeros y doctores habían llegado para auxiliar a los heridos del lugar, intentaron ayudar a Raúl pero éste se negaba, prefirió que ayudaran a los demás heridos que a él. No dejaba de pensar en Betsabé, sentía que algo no estaba bien, pensó que era demasiada causalidad de que la explosión haya ocurrido minutos después de su particular episodio epiléptico, así que por lo tanto, para Raúl fue ella quien provocó la explosión.

Salió a buscarla, mientras el personal atendía a las personas heridas. Caminó por los pasillos del sanatorio, cojeando, emitía de su boca gruñidos de dolor que luego se hacían cada vez menos ruidosos al avanzar. Notó unas marcas en las paredes, que parecían hechas de ceniza negra. Siguió las marcas que lo llevaban hacia un lugar bastante recóndito dentro del sanatorio, pensaba, que aquella pista lo llevaría directo a Betsabé.

El rastro lo llevó a una especie de sala deshabitada, iluminada por solo una linterna LED en el techo. Las paredes estaban manchadas de suciedad, pero el piso se veía limpio, era como si estuvieran remodelando aquella zona. No había nada significativo allí, ni siquiera rastro de la paciente. Había una puerta hacia el otro lado de la gran sala, Raúl se dirigió a ella para continuar su camino. De repente, cuando ya iba a medio salón, la única linterna que iluminaba el lugar comenzó a parpadear rápidamente. Raúl se detuvo, asustado de quedar a oscuras en ese lugar, y se dirigió a aquella entrada rápidamente, pero, para su sorpresa, la puerta estaba cerrada sin posibilidad de abrirse por la fuerza.

Desilusionado y cansado, se apoyó de espaldas a la puerta, y fijó su mirada en la linterna LED sobre el techo apunto de apagarse. Después de un corto suceso, la luz finalmente se apagó, y Raúl quedó un rato a oscuras, luego, la linterna se encendió de nuevo, y al mirar frente a él pegó un brinco de sorpresa y cayó al suelo del susto, al ver que Betsabé se encontraba parada justo frente a él, a solo unos cinco pasos, con la cabeza inclinada y los ojos fijos sobre el suelo. No hacía ningún movimiento, solo estaba allí, quieta, se podría decir que hasta serena. Raúl intentó levantarse poco a poco y preguntarle sobre el brutal y mordaz suceso reciente, pero luego, sus ojos se abrieron hasta el límite, al ver, algo que lo aterró mucho más que la propia Betsabé.

Una sombra, enorme, detrás de la trastornada paciente, cubría casi la mitad del lugar, era como una figura humana, con enormes alas extendidas y manos grandes con dedos largos y nudosos, que, con solo verlos, causaban el más punzante horror. Raúl observaba con detenimiento como la espantosa sombra coordinaba los movimientos de Betsabé, es decir, si la sombra señalaba un lugar, Betsabé se dirigía a ese punto dando pasos rápidos y sin voluntad. Si la sombra señalaba hacia arriba, Betsabé comenzaba a estirar los brazos como queriendo llegar a ese mismo punto con desesperación, parecía que ella fuese un títere humano, sin control sobre sí misma, dominada por una fuerza que no era capaz el pobre Raúl de comprender.

Dicha fuerza alteraba la razón de Betsabé, quien luchaba constantemente con aquel maligno ser, a través de auto torturas e impulsos suicidas. Había sido abrumada a tal punto, que su alma se entregó completamente a aquella maléfica voluntad, y sus últimas horas se convirtieron en un infierno en vida. En ese momento, tan terrible, tan extraño y tan largo, Raúl dejó de fijar su mirada en aquella sombra y se concentró en Betsabé, quiso decirle algunas palabras pero no hallaba las indicadas, sentía que no tenía caso, fue cuando de repente, la mirada de Betsabé se coordinó con la de Raúl y ambos se miraron fijamente. La mirada de Raúl emanaba miedo y asombro, pero de la Betsabé era aún peor, parecía que se fuese a desvanecer, en la miseria y el llanto, y Raúl pasó de sentir miedo a sentir lastima, puesto que sintió empatía y quiso ayudarla.

Nada pudo hacer en ese momento, en ese oscuro instante, porque la vida de Betsabé ya había sido carcomida con el tiempo y por el parásito infernal que con ella siempre estaba. Entonces, su deteriorado cuerpo no pudo más, y se desplomó al suelo en un instante. La sombra maldita detrás de ella desapareció, haciendo entender que su trabajo ya había terminado. Raúl fue a socorrer a Betsabé, buscando de algún modo emplearle técnicas de resurrección, pero se dio cuenta de que su corazón ya no latía. Abrazó su cuerpo frío y observó por última vez su rostro, y al verlo detenidamente, sintió un leve alivio que atravesó su pecho. Muerta estaba, pero una sonrisa en su rostro fue lo único que portaba.





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El zángano cará! Zanganini.

Esa sonrisa de Betzabe al morir es perturbadora...

Bueno muerto al hoyo.... Raúl creo que se quitó un peso de encima.


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