Elaica I. El comienzo


Ilustración


Elaica es una serie de relatos que se relacionan entre sí porque se desenvuelven en esta mítica y fantástica tierra. Cada relato es una historia distinta y a veces, una continuación.

Obras literarias originales realizadas por mí.


El comienzo

 
En un principio, todo era moldeado por el silencio. En un principio, el trono del cielo brillaba fulgente y se reflejaba en los doce altares de los «Antiguos», donde todos los habitantes de Elaica aun cuentan como el firmamento se formó y los mares bravos surgieron de las tempestades. El daño aun hoy en día sigue siendo irremediable sobre las cabezas de aquellos habitantes que claman por días buenos y tranquilos.

 
Las cinco ciudades más importantes de Elaica eran un faro de sabiduría, poder, riqueza, perspicacia y belleza, pero la decadencia llegó caminando con pasos sigilosos y cortos sobre aquellos hombres y mujeres, y nadie se dio cuenta de ello.

 
Poco a poco, las ciudades caían una por una, sucumbiendo ante la malignidad del paranoico rey del valle de serpientes, quien cual tirano solo sigue los deseos de su corrupto corazón. En un principio no era así. En un principio fue un rey bueno, sabio y consciente, que con certeras decisiones esparció la prosperidad en todos los territorios de Elaica.

 
Sadgón, el justo, le decían, en aquellos días benignos, pero ahora su apodo ha cambiado al del verdugo, marioneta de los nueve demonios de Ururthur. Todo comenzó en aquella gran batalla, cuando Sadgón aún no era rey, y las cinco ciudades apoyaron sus designios de enfrentar al poderoso Khars, quien fue señor de todo Ururthur. Él y toda su raza prometió destruir y conquistar a todas las ciudades, poblados, clanes y tribus que se distribuyen incluso en los confines de Elaica.

 
Una nueva era quería para los demonios de su tierra, porque aquella era la promesa que dio cuando ascendió al trono de acero derretido de Ururthur. En aquella gran batalla, Sadgón se enfrentó a él, y a sus veinte legiones infernales hambrientas de carne humana. Aquella batalla culminó con la victoria de Sadgón y las cinco ciudades principales. Pareciera que aquel momento dio por terminado siglos y siglos de interminables e hirientes suplicios, al ser el propio Sadgón el ejecutor de tan vil monarca. Al rodar la cabeza de Kahrs en aquel negro campo de batalla, los demonios restantes de Ururthur huyeron despavoridos a las distintas Tierras del Este, y no se supo más de ellos por varios años.


Se hicieron fiestas por siete días y siete noches, y más en el esperado día, cuando Sadgón ascendió al trono de Elam, la ciudad donde reside el todopoderoso protector de toda Elaica. Años pasaron y parecía que las cosas no podrían salir mejor. El comercio fue abundante, los regalos de la tierra traían excedentes incluso para las tribus lejanas de Sakhar, quienes siempre bailaban para los espíritus de la naturaleza con vigor y fuerza.

 
El vínculo que mantenía en armonía a las cinco ciudades con sus respectivos cinco señores y consortes parecía inquebrantable y lleno de dicha, hasta que las cosas comenzaron a dar un giro hacia a las tinieblas.

 
De repente, el sabio rey Sadgón empezó a delirar con exaltante horror sobre aquél día de la batalla, cuando venció al malvado Khars. En sus perturbadoras noches somnolientas, los criados que le atendían relataban sobre los horribles gritos que el rey vociferaba desde su habitación. Comentaban con miedo que un escalofrío intenso les helaba la sangre al escuchar aquellos chillidos, que no parecían humanos. Se llamaron sanadores y hechiceros de distintos lugares para calmar lo que parecía ser una maldición que acongojaba al rey, pero ningún conjuro o preparación parecía surtir efecto alguno.

 
Hasta que, una noche de repente, todo se tornó tranquilo. No se escucharon gritos ni gruñidos ni exhalaciones guturales monstruosas. Los criados que trabajaban en las noches para atender al rey echaron un vistazo en su habitación, y vieron que dormía plácidamente. La maldición había acabado, era lo que pensaron.

 
A la mañana siguiente de ese día el rey salió de su habitación, imponente, caminando con gracia entre los pasillos del glorioso y esplendoroso palacio celeste de Elam, hasta su ancho salón, decorado con suelo y columnas de mármol, de berilio y rubíes eran sus gemas incrustadas. Las enormes copas doradas que estaban hacia los lados junto a las columnas que conducían al trono de marfil, contenían cuarzos azules que despedían una energía impresionante y, según dicen, fue uno de los materiales principales mezclados con los que se construyó el palacio.

 
Dirigiéndose a su trono rodeado de reverencias provenientes de los grandes cortesanos, ministros, señores representantes de las cinco ciudades principales, pudientes mercaderes y pontífices representantes de los «Antiguos», los primeros titanes que caminaron Elaica, y que para las personas aún son considerados deidades.

 
De ese día se cuenta que el rey Sadgón llevaba una mirada distinta, una mirada que representaba al maquiavelismo y la severidad. Desde ese día ese rostro sería el causante de todo el sufrimiento que ahora padecen todos los habitantes de Elaica, a quienes la alegría, se les despojó de los corazones.

 
Todo comenzó desde allí, desde el trono, mientras el rey exponía sus nuevas políticas con su sequito de poderosos y altos mandatarios. Hablaba sobre severidad y de tratar a la “traición”, súbitamente, de la forma más abrupta que se les pudiera ocurrir. Según él, la traición se enraizaba y poco a poco crecía en todo su reino, el reino que él debía proteger.

 
Hubo varios días de pensamientos confusos y el rey esgrimía sus argumentos cada vez más y más, como un loco paranoico acechado por un póstumo ataque fulminante. Se arrastraba cual reptante ser, hacia los oídos de los señores y cortesanos. Muchos de ellos abalaban sus argumentos, profiriendo más mentiras, arrastrando más suciedad del abismo. Aquellas palabras repetidas con nuevas palabras malignas y engañosas se convirtieron en la única verdad que ellos seguían, y dieron su apoyo a las nuevas políticas del rey, y al ser aceptada su nueva ley, el rey Sadgón alzó su espada con brío, listo para insertarla con furia sobre las venas sangrantes de Elaica.

 
Pocos fueron los señores, —entre ellos el valiente capitán Tristán—, quienes no estaban de acuerdo, y huyeron hacia sus tierras para advertir y preparar a sus siervos sobre el nuevo terror que se avecinaba. El rey se había vuelto un loco despiadado. De nuevo, Elaica no conocería la paz, la nube siniestra de corrupción y dolor brotó con fuerza desde el salón principal del palacio celeste de Elam, hacia el cielo, y la felicidad fue reemplazada por el miedo y las lágrimas.

 
Y así es como cuentan de como todo comenzó, de cómo la decadencia volvió a Elaica y esta vez, montó su trono desde el centro de lo que alguna vez fue glorioso…



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Muy bueno tu relato amigo. Muy épica. Tus dedos echan humito con el lapicero.

Un abrazo mi querido amigo.

Voy con las pilas bien puestas con estas nuevas ideas que brotan de mi mente, gracias cariño, un abrazo fuerte y fraternal para ti también ;)

Una pregunta: ¿Cómo me puedo unir a Templo?

(Grandioso tu post)

Saludos amigo, gracias.

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