Porque en los días cuando nace el horror también nace la belleza (por Cortázar en su día)

Tal día como hoy, a un mes de haber estallado la "madre de todas las guerras", en el verano de 1914, nace en Bruselas Julio Cortázar, "el argentino que se hizo querer de todo el mundo", según palabras de García Márquez. Mientras Europa se maquillaba con fervor decadente para las carnicerías del Marne y Nieuport, en Nueva Orleans se cocían a fuego lento (desde hacía medio siglo) los sonidos que terminarían en las primeras grabaciones de Jazz en los años siguientes, Sigmund Freud publicaba su "Introducción del Narcicismo" y en la Costa Oriental del Lago de Maracaibo iniciaba operaciones comerciales el Pozo Zumaque I, y con él la era petrolera en mi "pobre país rico". En ese mundo cambiante, violento y enrarecido, venía al mundo una de las voces más claras, innovadoras y prolíficas de la lengua castellana. Un hombre que no sólo supo explicar, a través de su obra, aquel inexplicable mundo moderno, sino que además conseguría en sus novelas, relatos, crónicas y poemas una forma de explicarse a sí mismo en un mundo que parecía no comprenderlo.

Entonces, vale decir que por aquellos días nacían el Jazz y Cortázar. Dos fuerzas titánicas del arte del Siglo XX que se encontrarían muchas veces, en cuentos, novelas, grabaciones y épicas veladas intelectuales contadas por músicos, pintores y poetas amigos del genial escritor argentino. Cuenta García Márquez en su escrito de 1984, cuando supo de su muerte:

Fui a Praga por última vez hace unos quince años, con Carlos Fuentes y Julio Cortázar. Viajábamos en tren desde París porque los tres éramos solidarios en nuestro miedo al avión, y habíamos hablado de todo mientras atravesábamos la noche dividida de las Alemanias, sus océanos de remolacha, sus inmensas fábricas de todo, sus estragos de guerras atroces y amores desaforados. A la hora de dormir, a Carlos Fuentes se le ocurrió preguntarle a Cortázar cómo y en qué momento y por iniciativa de quién se había introducido el piano en la orquesta de jazz. La pregunta era casual y no pretendía conocer nada más que una fecha y un nombre, pero la respuesta fue una cátedra deslumbrante que se prolonga hasta el amanecer, entre enormes vasos de cerveza y salchichas de perro con papas heladas. Cortázar, que sabía medir muy bien sus palabras, nos hizo una recomposición histórica y estética con una versación y una sencillez apenas creíbles, que culminó con las primeras luces en una apología homérica de Thelonius Monk. No sólo hablaba con una profunda voz de órgano de erres arrastradas, sino también con sus manos de huesos grandes como no recuerdo otras más expresivas. Ni Carlos Fuentes ni yo olvidaríamos jamás el asombro de aquella noche irrepetible.

(Gabriel García Márquez. El argentino que se hizo querer de todos. Publicado El País, el 22 de febrero de 1984)

Cortázar también era músico, tocaba la trompeta y era amante del Jazz, un amante conciente que no se cansaba de manifestar su sentimiento y respeto por aquella poderosa influencia, a través de toda su obra. Así que hoy, con motivo de los 104 años de su nacimiento, voy a hacernos un regalo de cumpleaños (pues cuando se trata de cronopios tan maravillosamente geniales, son ellos quienes regalan en sus fiestas y no al revés). Se trata del registro de uno de esos amorosos encuentros entre la letra de Cortázar y los sonidos del Jazz: la crónica "Louis, enormísimo cronopio", incluída en su libro "La vuelta al día en ochenta mundos" (1967), y en este caso leída por él mismo en una de las muchas grabaciones que nos legó con sus lecturas.


Cómo "ñapa" musical (y confirmación de todo lo expuesto en la lectura), les dejo a Louis Armstrong en una de sus maravillosas interpretaciones en vivo de "Hello, Dolly"...