La vida en unos segundos | Relato

Una carretera, miles de autos, me zambullo entre ellos y detengo ante la señal de una pareja. Veo sus rostros ante desbloquear el seguro y espero a que me indique la dirección. El hombre es el que habla, pide que los traslade al centro. Visualizo un mapa en mi mente, calculo la distancia y ofrezco un precio razonable. Se ven el uno al otro, luego a mí, conversan entre ellos y aceptan finalmente. El hombre se sienta adelante y la mujer atrás.

Pongo a andar al auto y coloco música relajante de fondo. Son casi las 6 de la tarde. A las 6:30 debo recoger a mi hija del colegio. Saco el teléfono mientras el semáforo se encuentra en rojo y aviso a la maestra que enseguida estaré allá. Cuando la luz verde se ilumina, rechino los cauchos. El móvil suena mientras manejo, he de suponer que es la maestra así que no contesto, más bien me enfoco en la ciudad que se encuentra en su ocaso.

Me envuelvo en la conversación de la pareja. Están hablando sobre la prueba de embarazo de la mujer, hace poco que descubrieron la grandiosa noticia. Los felicito cordialmente, doy mi opinión sobre el tema destacando lo hermoso que es la experiencia de tener un hijo. Ella me pregunta cuántos tengo, le contesto que solo una niña, la más hermosa del planeta, los dos ríen ante el comentario.

Otro semáforo. Hago para contestar el mensaje pero me detengo, en cambio observo por la ventana a los demás autos. La luz se coloca en amarillo. Cuando procede a colocarse en verde, siento un objeto punzante en mi costado. Antes de analizar la situación, la voz del sujeto llega. 'No te muevas, no te alteres, no mires para los lados, cruza a la derecha'. Trato de ver por el retrovisor pero otra advertencia llega y hago caso a sus exigencias.

El resto del camino consta de acatar sus indicaciones. Nos estamos alejando del centro, de hecho de la ciudad hasta las empresas constructoras. El hombre presiona cada vez más el arma a mi costado, advirtiéndome que no haga una estupidez. Cuando no vemos rastro de civilización, digo, o más bien ruego que por favor no lo hagan, el auto es el único sustento de la familia, lo que da de comer a mi hija y esposa.

El sujeto ríe entre dientes alegando que no le importa, que conduzca unos kilómetros más y luego me detenga. Ya es de noche, pasó la hora de buscar a mi pequeña. Me siento mortificado, asustado, molesto, y estresado. Fuerzo el agarre al volante, hago soluciones en mi cabeza pero todas llevan a un único resultado: La muerte. Presiono el freno cuando me lo indica, y alejo las manos del volante. El sujeto agarra mi celular y lo guarda en su bolsillo. Ruego una vez más, esta vez es la mujer quien grita a mis suplicas. 'Mientras más callado, mejor'.

Con el cañón del arma en mi dirección, salgo del auto. Me llevan a un costado de la carretera, casi en el monte e indica que me arrodille. Esta vez el mundo se va. Se me nubla la vista, siento la garganta seca, el estomago se me revuelve y ruego a quien sea que me escuche en este momento. Que me salve, por favor. Me encuentro de rodillas, con las manos en la nuca, de espalda a mis opresores. Siento un golpe en mi costado. Después en la espalda, y luego otro más fuerte.

No puedo sostener las lagrimas. Me supera el miedo. Cuando el sujeto dice a su compañera 'es mejor matarlo, vio nuestros rostros' me orino. El cuerpo me falla. Ya no hay alternativa. Como lo relativo que es el tiempo, veo pasar piezas de momentos felices. Mi boda, mis logros, el momento en que observé por primera vez a mi pequeña. Todo. Pienso en lo que puedo. Escucho el sonido del seguro quitarse, es el fin. Pero lo único que recibo es un fuerte golpe en la cabeza, todo dentro da vueltas. Me empuja con una patada que me impulsa hacia el monte.

Presto la suficiente atención para oír 'CORRE, CORRE LEJOS, ESCÓNDETE, QUE VOLVERÉ DENTRO DE 20 MINUTOS, Y SI TE VEO, ENTONCES SI TE DISPARARÉ'. Hago caso y corro. Corro sin ver atrás. Juro que puedo escuchar el sonido del cañón, o quizás es mi mente que juega con mi miedo. Corro y corro, hasta que no puedo más y me tiro en el suelo. Me escondo. Veo hacia el frente siempre. Vomito un par de veces. Pasan al rededor de dos horas cuando decido caminar en busca de señales de vida.

Hediondo, adolorido. No he tomado agua. Camino con la esperanza de que alguien me vea. Pero la noche y el lugar no ayudan. Estoy desesperado, los pies lo tengo caliente y las piernas me tiemblan. Caigo sobre la carretera. No sé cuánto tiempo pasa hasta que veo unas luces de auto detenerse. Un hombre se baja, me ve y pregunta cómo me encuentro. No pienso en otra cosa, respondo:

'Necesito hacer una llamada, necesito escuchar la voz de mi hija.'.