Descubrir nuevos lugares siempre es grato. Perderse en la naturaleza, adentrarse en lo profundo de un campo y encontrar sitios que te impresionan de la belleza que emanan. Una aventura comienza en el momento que decides salir de la rutina y optar por algo nuevo. Tal es el caso del relato que les deseo contar hoy. Hace mucho tiempo, cuando aún era chico, sucedió algo esplendido. Unas vacaciones normales que se convierten en algo grato y extraño.

En aquél entonces rondaba los 13 años, era muy chico para pensar en otras cosas, no había llegado el momento en que me hartaban los viajes, me amargaba salir de la casa y estar alejado de mi hogar representa un dolor de cabeza. Aquél entonces no había caído, o al menos a tiempo completo, en el mágico mundo del Internet. Mis padres deciden viajar como cada año a Sucre, Río Caribe, para pasar unas vacaciones en familia, bañarse en la playa, disfrutar un buen rato en las plazas y despejarse la mente de la ciudad. Un mes de vacaciones totalmente fuera de mi burbuja personal. Miro hacia atrás y me impresiona cuánto tiempo lejos de casa podía aguantar. Ahora con una semana me impaciento jaja.

Desde toda la vida he ido a la playa. Vacaciones, carnavales, semana santa y diciembre. En Sucre hay muchas, destacando Medina que es una de las mejores playas del país. A pesar que toda la familia se encontraba bien con ir todos los días a la playa, queríamos algo nuevo, algo innovador. Surge la idea de asistir a un campo, repleto de cacao y con una gran extensión para explorar, que esconde gran cantidad de frutos ricos y una cascada en lo más profundo. No se pensó dos veces, acomodamos todo para el viaje, unos cuarenta y cinco minutos en auto y partimos hacia el lugar que era propiedad de unos amigos de mi tío.

Cuando finalmente llegamos, era todo lo que imaginábamos, o más. Una basta extensión de arboles repletos de cacaos que podías arrancar de los arboles y obtener la versión más pura del mismo. Nunca en mi vida lo había visto tan cerca, y recogerlo fue toda una experiencia. También hay que destacar que el campo poseía un par de casas donde vivían los dueños, sin ánimos de etiquetar, eran todas unas personas de pueblo. La forma tan singular de hablar, de expresarse y decir las cosas. Nos guiaron por los alrededores y todo fue perfecto, hubo un buen ambiente al rededor. Una vez culminada la recolección, empieza la parte importante de la visita.

No sabíamos bien los detalles, pero teníamos presente que muy dentro existía una cascada exquisita, digna de un estado que alberga bellezas naturales. El problema era que hasta los mismos dueños en ocasiones tenían problemas para dar con ella, ya que había muchos caminos, pequeños cerros, pasos de ríos, entre otros pasos. Nosotros, firmes, no dimos un paso atrás y convencimos a los lugareños de que nos adentraran a la profundidades. Sea como sea, daríamos con la cascada. Partimos con el mayor de la familia y comenzamos la travesía. Pequeños cerros que había que escalar, pasos de corrientes de agua con piedras tan trasparente que podías visualizar tu reflejo, arboles caídos que brincar y una larga caminata a través del lugar que no conectaba en ningún momento con el "exterior".

Una hora de camino, ya cansados, conseguimos dar con el objetivo. La cascada cumplió con sus expectativas. Era grande y vistosa, la caída arremetía con una fuerza considerable pero aún era posible colocarse debajo y recibir todo el chaparrón de agua. Relajante hasta más no poder. La situación iba según lo planeado, nos bañamos, brincamos dentro del pequeño lago que se formaba en la caída de la cascada y compartimos algo de comida. Pero.. la situación comienza a tornarse extraña, rozando lo increíble. Sin previo aviso frente al lugar, pasan unos indios, que a palabras del dueño del campo, sabía que existía pero no tenía conocimientos de donde vivían, posiblemente al otro extremo de la entrada. Llegaron a caballo y los colocaron para que pudieran beber algo de agua.

A diferencia de lo que pensabamos, no fueron hostiles ni secos, nos permitieron tocar e incluso montar a los animales. Terminaron de echarle un poco de agua a los caballos y se retiraron sin decir nada. Nosotros, por otra parte, recogimos y partimos de regreso. Esta vez dimos más vuelta de lo común y cada quien incluso iba a su velocidad.

Mis recuerdos del momento siempre han sido claro. Llegó un momento en el que me separé del grupo, luego de haber pasado una hora caminando y se suponía que nos encontrábamos cerca. No sabía si elegir derecha o izquierda, frente o atrás, simplemente seguí mis instintos y logré reconocer algo del punto de partida. Pero cuando me disponía a caminar hacia el lugar, que era la derecha, aparece cerca un hombre, que no hacía el intento por mirarme sino que seguía su camino tranquilamente. En ese entonces, con trece años, mi ingenuidad solo pensó que se trataba de un sujeto de la familia dueña del lugar. Así que cambié de dirección y opté por la izquierda. Seguí recto al sujeto, que cuando al notar la elevación que llevaba a la casa de la locación, desapareció de mi vista. No le di importancia y seguí. Llegué de último, muchos se habían detenido a buscarme sin chance.

La pregunta de oro al dueño era si tal sujeto existía a lo que contestó, que al menos parte de su familia no era. Nos dejó con dos opciones, o era uno de los indios que recorren el lugar tranquilamente o era algo más. Algo que no se puede entender pero que me ayudó a elegir el camino correcto sin perderme aún más de lo que estaba. Siempre crecí con dicho recuerdo, lo tomé en juego y algo de paranoia, quizá nunca existió tal sujeto y simplemente me dejé llevar y logré llegar a la entrada. O quizá sí. Jamás lo sabré. La cosa es que es uno de esos recuerdos que jamás puedes olvidar. Por el viaje en sí, la experiencia, los momentos y el misterio que la cataloga como una aventura digna de ser contada a todos.