La gallina que cantó después de asada

Cuando sus pies cedieron y cayó desde lo alto, con la soga al cuello, cerró sus ojos, junto sus manos y se encomendó a Santo Domingo.

Hacía casi tres meses que él y sus padres habían salido de Colonia. La peste negra había asolado media Europa pero a ellos los había olvidado porque, con fervor, habían realizado una promesa: “Si se salvaban peregrinarían hasta el fin del mundo para rezar ante la sepultura del apóstol Santiago.

Siguiendo la dirección de la via láctea, habían llegado hasta la localidad francesa de Vézelay en la Borgoña. Allí veneraron las reliquias de Santa María Magdalena y desde allí, caminando hacia el sur, habían entrado en Navarra por Roncesvalles.

Siguiendo las indicaciones del Codex Calixtinus, sólo nueve días después pararon en Santo Domingo de la Calzada, en el extremo oeste de La Rioja, para honrar al santo que tanto había hecho para ayudar y socorrer a los peregrinos.

Tras la oración en la catedral y la obligada vuelta altededor del sepulcro de Santo Domingo, buscaron alojamiento.

Con toda esta visita, se habían retrasado en exceso y, por ello, les resultó difícil encontrar un alojamiento donde pasar la noche.

Lo único que encontraron para su acomodo fueron unas habitaciones compartidas que arrendaba un mesonero.

Cansados aprovecharon para cenar y degustaron las famosas patatas a la riojana.

La cena se la sirvió la hija del mesonero que era joven y esbelta. Muchas veces antes, otros clientes habían intentado propasarse con ella y el padre había salvaguardado su honor.

La lozana, al ver al joven y apuesto germano, de pelo rubio, ojos azules y con una apuesta figura de tallo verde, quedó prendada y se sintió profundamente atraída por él.

Mientras les servía la cena, la joven le sonrío y procuró seducirlo utilizando sus astutas armas de mujer. Se mostró cariñosa, le acarició el pelo lacio y se contoneó ante él con movimientos ondulantes, cual gata en celó.

Al joven, de nombre Hugonell, le resulta grata su compañía pero no dió muestras de propasarse llevado por su incuestionable ímpetu hormonal.

Por la noche, cuando la casa estaba en completo silencio, la moza sigilosa y descalza se desplazó a la habitación del chico. Se desnudó y se introdujo entre las sábanas. Se apretó junto a su cuerpo y con suaves caricias intento despertar al ruiseñor.

El joven imberbe, pudoroso y casto, se asustó al sentirse palpado e imprudente dió un grito y se alzó de la cama, con tan mala fortuna que tiró por los suelos la jofaina provocando un gran estruendo.

El mesonero y otros clientes, al oír las voces, acudieron raudos al lugar donde se alteraba el silencio de la noche.

El tabernero se enfureció al descubrir a su hija “infraganti” y desnuda junto al joven. Ofendido ante la honestidad pérdida de su hija, montó en cólera despertando al resto de la casa bociferando.

Todos observaron como la moza intentaba cubrirse ruborizada sus vergüenzas.

El mesonero que tantas otras veces había defendido la inocencia y castidad de su hija, quedó indignado y fuera de si. La abofeteó en público avergonzándola y humillándola por la pérdida de su honor, ante el numeroso público que asistió a la escena asombrado.

La joven sonrojada y dolida corrió a su cuarto y se encerró en él, llorando desconsolada mientras un profundo rencor y resentimiento creció en su pecho. Llena de indignación decidió vengarse.

Cuando la calma llegó de nuevo a la casa, se deslizó hasta la alacena y tomó una copa de plata que les habían regalado a sus padres el día de su boda y que tenía sus nombres grabados.

Con cuidado la introdujo en el fondo del zurrón del mozo y se volvió a su cama.

Al día siguiente, tras el desayuno la familia de peregrinos emprendió la marcha.

Cuando había transcurrido un tiempo, que a la moza le pareció prudente, alertó a su padre de que la copa había desaparecido.

• ¿Ves como no eran trigo limpio? ¡Me tenías que haber creído a mi!, le decía a su padre.

• !El chico intento propasarse y no me creíste! , le dijo entre llantos.

El mesonero lleno de ira se fue directo al alguacil de la ciudad y denunció la desaparición de la copa de plata y expresó sus sospechas de que el ladrón era el chico alemán.

Los alguaciles ensillaron los caballos y corrieron raudos tras los peregrinos hasta alcanzarlos después de un rato. Registraron sus enseres y encontraron la copa en el fondo del zurrón del joven.

No había duda. Era la copa de plata con los nombres grabados. El chico era culpable del robo, sin duda alguna.

En aquel tiempo, la legislación vigente era la promulgada por Alfonso X que penaba el hurto con morir en la horca.

Los alguaciles tenían prisa, justamente ese día, al medio día, se celebraba un banquete en la casa del corregidor. No podían importunarlo, si lo hacían enfurecería y los enviaría a cuidar al chico en la cárcel, perdiéndose el banquete.

Decidieron cumplir la sentencia allí mismo. Subieron al chico a uno de los caballos, lo acercaron a un árbol que tenía una rama fuerte transversal, pasaron la cuerda por encima de ella, ataron la cuerda y espolearon al caballo quedando el joven suspendido en el aire.

Todo fue muy rápido, no duro ni un minuto.

Lo dejaron allí mientras se ahogaba. No esperaron a que dejara de moverse. Se fueron con prisa, sin esperar, pues tenían un fastuoso festín en casa del corredor. Si se daban prisa todavía podían llegar antes de que empezara.

Los padres quedaron horrorizados. No podían creer lo que había sucedido ante sus ojos. Entraron en pánico. Se jalaban de las prendas, se arrancaban los pelos de la cabellera y lloraban su desgracia desconsolados.

Aunque habían implorado a los crueles alguaciles con un mal castellano, los alguaciles los trataron con displicencia y los dejaron al margen.

¡Qué desgracia! ¡Un joven tan puro y casto! ¡Qué injusticia!

Los ejecutores se habían ido hacía un buen rato. Los padres temblorosos y bañados en llanto se acercaron al árbol donde colgaba su hijo.

Entonces, escucharon que su hijo les hablaba. No había muerto. Colgaba de la soga pero no estaba estrangulado.

Les indicó que Santo Domingo estaba sujetándole y lo mantenía en el aire sin que la cuerda le abrazara el cuello. Santo Domingo había evitado la injusticia.

El chico les pidió que no le descolgaran todavía sino que fueran ante el corregidor de la ciudad y le contaran el maravilloso milagro, para que todo el mundo pudiera admirar el portento. Les pidió que no tuvieran miedo, que fueran rápido pues Santo Domingo lo aguantaría mientras regresaban.

Veloces emprendieron el regreso al pueblo. La celebración ya se estaba realizando. Justo en ese momento se acababa de servir una apetitosa fuente de aves de corral asadas. Todo el mundo estaba sentado a lo largo de la mesa y estaban deseando saborearlas.

No les fue difícil abrirse paso hasta el corregidor para explicarle el portentoso milagro.

El dirigente de la ciudad, jocoso, entre carcajadas, intentó humillarles y reírse de los pobres padres del chico ahorcado y les dijo:

“Vuestro hijo se encuentra tan vivo, como el gallo y la gallina que me dispongo a comer”

.

Para asombro de todos, el gallo y la gallina saltaron de la mesa y comenzaron a cacarear, corriendo por el salón, entre las piernas de los comensales.

Todos quedaron estupefactos y maravillados de aquel milagro y rápidamente fueron a descolgar al joven Hugonell inocente que se salvó, gracias a Santo Domingo, de una muerte segura.

De esta leyenda viene el dicho:

“Santo Domingo de la Calzada donde cantó la gallina después de asada”

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Esta leyenda se hizo rápidamente muy popular en el Camino De Santiago. Desde, al menos, 1350 hay un pequeño gallinero en la pared de la catedral. Está dispuesto en alto y con rejas. Dentro hay siempre un gallo y una gallina vivos, que se renuevan cada mes y que nos recuerdan el milagro.

Justo encima, hay un resto de aquel madero que sujetó la soga.

Es tanta la fama de este milagro, que la Comunidad Autónoma de La Rioja lo ha declarado Bien de Interés Cultural.

Bibliografía

Espero sinceramente que os haya gustado esta publicación. Hay muchas leyendas a lo largo del Camino de Santiago que os iré contando, si queréis, periódicamente más adelante.

Todas las fotos son mías y originales. Las hice en la Catedral de Santo Domingo de la Calzada. Además, soy el autor de los dibujos de separadores.

¡Espero tus comentarios!

¡Buen Camino!