Reseña fílmica XXII: Victor Frankenstein (2015)
Ojo: La siguiente reseña contiene spoilers.
Anoche mi hermano y yo vimos una de las innumerables adaptaciones cinematográficas de un clásico de la literatura universal, Frankenstein, de Mary Shelley. Este film cuenta con la participación de James McAvoy como el brillante científico Víctor Frankenstein y Daniel Radcliffe como su también brillante asistente / socio / amigo Igor Straussman, ambos personajes icónicos dentro de la cultura popular, símbolos del científico loco y su secuaz.
Ahora, he de advertir que no he leído la novela de Shelley como para realizar una pertinente comparación entre la obra original y esta adaptación; no obstante, el libro está apuntado para una futura lectura, espero, el próximo mes o incluso el próximo año. Eso sí, puedo decir, de buenas a primeras, que esta película tiene una excelente fotografía que parece sacada de un viaje en el tiempo, aunque su punto fuerte radica en una suerte de batalla de egos y voluntades, ya que, al menos desde mi punto de vista, los personajes principales son la clara representación de la dualidad humana cuyos elementos chocan entre sí siempre.
Frankenstein es el ego dominante, el que en cierto modo no puede superar una culpabilidad indirecta, conductora de una ambición demasiado peligrosa y causa principal de una serie de atropellos. Igor, por el otro lado, es la nobleza, la sensibilidad, la curiosidad y la misma resiliencia ante la adversidad. Prácticamente nos encontramos ante un choque de titanes en donde la razón cauta (Igor) busca hacerle ver al ego (Frankenstein) que hay ciertas cosas que son muy limitadas y que no deben caer en malas manos, como estuvo a punto de pasar cuando Victor, en la propiedad del hijo de una poderosa familia, realizó su famoso experimento.
También en la película, como en cualquier relato ambientado en el siglo XIX, se puede notar el eterno conflicto entre una ciencia en constante crecimiento (Frankenstein) y un sistema de creencias que, aunque temeroso de ser desplazado, todavía ejerce una suerte de autoridad moral (el inspector Turpin). Un ejemplo de este conflicto lo encontramos en la memorable escena de la confrontación entre Frankenstein y Turpin; los insultos mutuos fueron sutiles pero agresivos, y las consecuencias de esa diatriba dual se generan en el allanamiento ilegal de un Turpin convencido de que Frankenstein es hijo del mismísimo demonio y en la ruptura temporal de la amistad entre Igor y Frankenstein.
Aunque tenga un par de huecos argumentales por ahí, la película ha sabido cumplir con su función de entretener. Lo que, creo yo, le ha ayudado mucho en su misión fue la pasión y entrega del reparto y la fotografía escénica tan preciosa y atinada. El argumento tenía mucho potencial para explotarse e incluso para mejorar, aunque tampoco estuvo mal el producto final.
Lo recomiendo mucho para una maratón de películas en un sábado noche o un domingo por la tarde.