María

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María Fraser no sabía si estaba en el cielo, en el infierno o en el limbo. De hecho, desconocía si aún estaba viva o había fallecido en algún momento sin que se enterara. 

O que ella estaba soñando.

¿Qué había pasado? Ni ella se lo explica. Es decir, la noche anterior se había acostado a dormir a las 10, como siempre. El día había sido estresante: los alumnos a los que daba clase se habían alterado a un punto en que creía que iba a gritar y llorar; los problemas en casa estaban lejos de solucionarse, y Jacob, su novio desde hacía cinco años, decidió terminar la relación por consejo de su terapeuta. 

Todo se fue a la chingada en menos de doce horas.

Sola, triste, con una inmensa presión en sus hombros, se encerró en su cuarto con su computadora, un plato de palomitas y una caja de pañuelos. En la oscuridad de sus aposentos vio muchísimas películas, desde Amélie hasta Pide al tiempo que vuelva. Fue con esta última película que le hizo pensar en cosas lógicamente ridículas, en el sentido estricto y objetivo de la palabra.

Viajar al tiempo con solo desearlo en tu mente era la más frecuente de todas, mas no la explicación lógica para su actual situación.

¿Cómo llegó a  esa habitación de colores carmesí con beige, alfombras viejas, muebles del color del ébano y en un lecho enorme? ¿La secuestraron, la vendieron a un tratante de blancas y la encerraron ahí quizás? No, ella ese día no había salido ni al parque. ¿Estará soñando? Probablemente. ¿Se estará volviendo loca? Dios no lo quiera; sería el colmo verse en la situación de su madre.

¿Qué pasó entonces? María no lo sabe... aún.

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