El sur de Borges (entrevista)

in #spanish5 years ago (edited)

Annette Haas de Flynn llega a la cita con puntualidad británica, me extiende su mano con cordialidad germana y pronuncia su salutación con palabras castellanas. El lugar del encuentro lo eligió ella: un bar frente a la estación de tren de Constitución, sobre la avenida Brasil, en el que se respira el aroma de lo añejo, tan propio del sur porteño; una parca melodía de tango suena de fondo. Nos sentamos a la mesa y pedimos café.


Annette nació en Alemania, pero tras concluir la escolaridad fue a estudiar la carrera de Letras a la ciudad de Edimburgo, en Escocia. Se especializó en literatura latinoamericana y centró su tesis doctoral en la obra de Jorge Luis Borges. Actualmente se desempeña como docente en la Universidad de Dublín, en Irlanda. Su visita a Buenos Aires la realiza en el marco de la presentación de un libro suyo que ha sido publicado en Dublín: The quest for God in the work of Borges, en el que analiza con profundidad la obra borgiana y sus puntos de encuentro con distintas doctrinas filosóficas y religiosas.

¿Qué la llevó a orientar sus estudios hacia la literatura latinoamericana?


—En mi primer contacto con el idioma español, que tuvo lugar a raíz de unas vacaciones que pasé con mis padres en Barcelona, me sentí atraída por su sonoridad. Luego comencé a estudiarlo y no transcurrió mucho tiempo para que empezara a leer autores hispanohablantes. Los primeros que leí fueron, en realidad, españoles, como Cervantes y Camilo José Cela; pero cuando empecé a leer a los escritores latinoamericanos fui descubriendo un mundo que para mí era nuevo en varios aspectos. Creo que eso se debe a la particular historia y geografía latinoamericanas. No hay prácticamente otra parte del orbe que haya sufrido un corte tan abrupto en su natural discurrir como el que significó la conquista de América llevada a cabo por los invasores europeos. En cada manifestación de la cultura latinoamericana, y en particular en su literatura, se pueden encontrar las huellas de esta fractura. Creo que en razón de ello, la siempre laboriosa búsqueda de la propia identidad adquiere en esta parte del mundo un cariz único. Sucede que el inglés se sabe inglés desde tiempos casi inmemoriales, el alemán no encuentra mayores dificultades para reconocerse a sí mismo en los antiguos pueblos normandos; pero ¿dónde deben buscarse el argentino, el uruguayo, el peruano, el colombiano? El pasado no se les presenta como el lugar incólume donde se encuentran a gusto con su origen, sino que se les descubre con la implacable violencia de lo incierto, de lo indefinido. Mientras que en el europeo la historia es un espejo que le devuelve una imagen nítida y funciona así como engaño o paliativo intelectual contra la angustia existencial, en el latinoamericano toma la abominable forma de la cola de un escorpión que aguijonea su carne con cruda indiferencia. Mi interés por la literatura latinoamericana se explica entonces fácilmente si tenemos en cuenta que es a partir de la pregunta sobre la propia identidad (¿qué soy?) que construimos nuestra forma de interpretar el mundo, nuestra cosmovisión, lo que los alemanes llamamos la weltanschauung. Y, dentro de los latinoamericanos, es Borges quien a mi juicio ha sabido expresar mejor esa incomodidad que experimenta el ser en la infructuosa búsqueda de sí mismo.

A Borges, sin embargo, se lo ha acusado de inhumano, como si no fuera más que un intelecto al servicio de la ficción.


—Esta apreciación se origina en la constatación de que Borges crea sus ficciones nutriéndose sobre todo de teorías y doctrinas, lo cual es cierto, pero quien se acerque a su obra con un mínimo de profundidad no podría nunca tildarla de deshumanizante. En primer lugar, no podemos dejar de advertir que toda elaboración intelectual, por muy abstracta que esta se nos presente, tiene irremediablemente su origen en el ser humano. Las doctrinas filosóficas, y también las religiosas, son humanas por provenir del ser humano. Y si tenemos en cuenta que la inteligencia es lo que nos hace humanos, lo que nos diferencia de las otras bestias, ¿no deberían en todo caso estos detractores haber calificado a la obra de Borges como demasiado humana? Esto resulta más patente si nos fijamos en que las teorías a las que recurre Borges suelen tener como eje la problemática del ser humano. Pero, además, en sus textos no se contenta con explicar o volcar estas doctrinas, sino que las incorpora siempre de un modo crítico, descubriendo en última instancia que todas ellas no son más que una ficción que el hombre se crea. A fin de cuentas nos muestra al hombre desnudo, despojado de las vestimentas que pueden proveerle las doctrinas y teorías. Hay claro quienes prefieren aquellas narraciones que muestran a una persona en concreto que sufre y se debate frente a alguna amenaza en particular, que tal vez ahonde en la psicología del protagonista y que en definitiva resulte una suerte de expresión de la realidad inmediata. Puede que para esta clase de lector Borges resulte lejano, pero esta característica de la obra de Borges cobra un sentido profundo cuando se advierte, como él mismo lo dijo una vez, que “lo genérico puede ser más intenso que lo concreto”. Y, por último, no deja de ser cierto que muchos cuentos y relatos Borges los elabora a partir de una experiencia personal como “El sur” que surge a partir de un golpe que se dio en la cabeza con el marco de una ventana. Borges mismo solía decir que su padecimiento personal y las circunstancias que le ha tocado vivir han condicionado su obra.

Pero coloquémonos en el plano religioso. Borges se declaraba invariablemente agnóstico, sin embargo, Dios y la religión aparecen mencionados con frecuencia en su obra. ¿Cómo se explica esta aparente incompatibilidad entre el Borges que en una entrevista se define agnóstico y el que nombra una y otra vez a Dios en poemas, cuentos y ensayos?


—Debemos entender, ante todo, que cuando Borges aborda un determinado tema y lo desarrolla haciendo uso de diversas teorías, no está necesariamente reflejando su pensamiento, su creencia o su actitud frente a la vida; sino que utiliza esas doctrinas, ya sean metafísicas o teológicas, como un motor para la creación de ficciones y no porque adhiera totalmente a ellas. Es famosa su definición de la metafísica como una rama de la literatura fantástica. No le parece a Borges menos ficticia una que la otra, ambas son producto de la imaginación; también lo es Dios, se trata de una invención más del hombre, de una idea. Pero, además, por mucho que aparezca mencionado Dios en su obra, no es la existencia o inexistencia de Dios un tema que se halle en ella. La mención de Dios suele tener lugar para que aparezca otro tema, uno que se halla prácticamente en toda su producción; me refiero a la imposibilidad que experimenta el hombre para abarcar y comprender el universo. El universo puede visualizarse como un caos irreductible e incomprensible para toda mente humana, o bien puede suponerse como la creación de un dios y contar entonces con un orden divino pero asimismo inalcanzable para el hombre. En uno y otro caso el hombre se encuentra igual de perplejo ante aquel universo que lo cobija. La imagen preferida por Borges para representar este tema es la de un laberinto de dimensiones infinitas; pero un laberinto así no puede ser obra del hombre mismo, con lo cual a veces concede la posibilidad de que algún dios haya intervenido en su creación y otras sugiere que no ha tenido un origen, que ha existido por siempre. Aquí aparece otro tema fundamental para Borges: el tiempo y la eternidad. En el libro de ensayos Historia de la eternidad se ocupa con hondura de ello y está presente en muchos de sus relatos; se interesa de manera especial por la idea de un tiempo eterno y cíclico, es decir, de que todo se repite una y otra vez. Pero volviendo a la noción de Dios en Borges, podría pensarse que cuando él se declaraba agnóstico lo hiciera pensando más que nada en relación a un dios personal, pues parece haberse mostrado más afín con las fórmulas de tipo panteísta. Es que en Borges convive la negación intelectual de la divinidad con un anhelo de totalidad. Fruto de este anhelo son los cuentos, como “El aleph” o “La escritura de Dios”, en los que un objeto accesible al hombre contiene el vasto universo. Para un creyente eso sería lo mismo que tener una experiencia religiosa, un encuentro cara a cara con la divinidad.

¿Tendremos que concluir que Borges era un creyente aunque no lo admitiera?

—Sería un grave error reducir a un autor tan complejo como Borges al aspecto religioso. Reconozcamos que la simple creencia en un ser supremo es simplificadora, agota toda búsqueda intelectual. La obra de Borges está en las antípodas de la actitud complaciente propia de un devoto o fiel creyente. No obstante, tampoco creo que debamos estudiar su obra considerando que las alusiones metafísicas y religiosas que hay en ella tienen tan solo un fin estético; creo que debemos abordarlas con seriedad para buscar su valor de verdad.

¿Cuáles fueron las doctrinas que más influyeron en su obra?

—Hay dos filósofos que fueron declaradamente influyentes en él. Uno fue Schopenhauer, Borges aprendió alemán solo para poder leerlo en su idioma original. Su filosofía de la voluntad está presente en relatos como “Guayaquil” y como “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”. El otro filósofo significativo para Borges fue Berkeley, quien postulaba que no existe una realidad objetiva fuera de la propia conciencia, que solo existe lo que es percibido. Podría mencionarse también a Hume, continuador del idealismo de Berkeley. En directa relación con esta filosofía, Borges trata en numerosos relatos y ensayos el tema de un universo ilusorio, la idea de que aquello que llamamos realidad no es más que una ilusión, el producto de un sueño o una pesadilla. Veamos también que no es casual su interés por el budismo, que como es sabido enseña que el mundo es ilusorio.

Usted dijo antes que encontraba en la obra de Borges alguna afinidad con el panteísmo, ¿podría puntualizar en qué aspectos la encuentra?

—Algunos de los temas recurrentes en Borges se vinculan con esta corriente de pensamiento. Ya mencionamos antes el de un objeto, como puede ser un punto en el espacio o una moneda, que contiene en sí al infinito universo; otro es el de que un hombre es todos los hombres, y un tercero es el de que un instante clave puede contener la revelación de toda una vida. Estos tres temas en el fondo contienen una concepción panteísta, la idea de que cada parte es el todo y el todo es cada parte.

¿Cuál es el cuento de Borges que más la conmovió?


—Borges me deslumbró desde la primera lectura. El primer cuento suyo que leí fue “El sur” y produjo tal impacto en mí que me llevó a entrar cada vez más en su obra. Es que Borges es un escritor para leer y permanecer en él. Este cuento en particular lo releí una vez más justo antes de salir para aquí. Es un cuento en el que evidentemente se aborda el tema del coraje, propio de la primera etapa de Borges en la que afloraba el mundo de compadritos y cuchilleros; pero plasma también en él los problemas de orden metafísico y ciertos juegos con el tiempo. El resultado es un cuento, del género fantástico, que se desarrolla en una indefinición entre dos mundos; en él se hace patente aquello que comentaba al comienzo de esta entrevista respecto de la infructuosa búsqueda de la propia identidad. El protagonista, Juan Dahlmann, aparece como un individuo que lleva una existencia conflictiva entre dos linajes: el civilizado que heredara de su abuelo paterno (un pastor protestante de origen alemán) y el bárbaro, que Borges califica como romántico, que era el de su abuelo materno (un militar criollo que murió en manos de los indios). La vida que lleva como bibliotecario se corresponde con el primero; pero su anhelo es por el segundo, anhelo que se encuentra materializado en el casco de una estancia en el sur que había heredado de su familia materna y que siempre se esforzó por conservar a pesar de no haber ido nunca. El sur es identificado como el lugar en donde la civilización, herencia europea, cede terreno a la barbarie, aquel mundo romántico de cuchilleros. Hay mucho de biográfico en este cuento: Borges era bibliotecario cuando lo escribió y siempre miró al mundo del arrabal criollo con un aire melancólico, y también en sus antepasados se halla esa distinción de orígenes. Ambos, Dalhmann y Borges, aprecian los libros viejos y las ediciones raras. Además, el nudo del cuento se produce a partir de un golpe que se da Dahlmann con la batiente de una ventana, golpe que había sufrido Borges y que lo motivó a escribirlo. Tras el golpe, Dalhmann debe ser internado en un hospital; tiene una internación larga e incómoda, pero finalmente se recupera y es dado de alta. Con alegría recibe la noticia de que para su convalecencia definitiva habrá de instalarse en la estancia del sur. Debía tomar el tren en la estación Constitución. Como había tiempo hasta que el tren saliera, se dirigió a un bar en la calle Brasil en el que un enorme gato negro “se dejaba acariciar por la gente”. Mientras acariciaba al gato, Dahlmann tuvo el pensamiento de que ese contacto con el animal era ilusorio puesto que mientras el hombre vive en el tiempo, en la sucesión de instantes, el animal experimenta un eterno presente. Finalmente tomó el tren y emprendió el viaje hacia el sur. Dice el narrador: “pudo sospechar que viajaba al pasado y no solo al sur”; así da lugar a un significativo cronotopo: viajar hacia el sur argentino es volver hacia ese pasado romántico de su linaje materno. En determinado momento, el tren se detuvo en medio del campo. El protagonista salió y caminó hasta llegar a un almacén donde se decidió su suerte con un duelo a cuchillo. Pero en el momento de su muerte, el relato vuelve por un instante al hospital; ambas identidades de Dahlmann, la del bibliotecario civilizado y la del criollo corajudo, la real y la ilusoria, afloran con idéntica fuerza en aquel instante final y revelador.


La entrevista concluye dejando la agradable sensación de haber entrado por un momento al deslumbrante universo borgiano. Annette ha dedicado tantos años al estudio de la obra de nuestro gran escritor que algo del propio Borges parece haber en ella. Uno se pregunta si será casual que maneje con soltura los mismos tres idiomas que dominaba aquel: inglés, español y alemán. Recién cuando la veo ganar la puerta de salida, al tiempo que un gato se me arrima para que lo acaricie, noto su bolso de viaje. A través de la ventana la veo subir con apuro las escaleras de la estación de tren.

Sort:  

Una entrevista muy fascinante. Reconozco que puede ser un poco difícil para mí a veces leer a Borges, su vasta cultura en ocasiones nos remite a investigar e indagar más en esas doctrinas filosóficas o religiosas que nos plantea directa o indirectamente, no digo que esto sea malo, al contrario es muy atrayente, al igual que exigente.
Creo que cuando Borges se definía agnóstico simplemente daba a entender que no afirmaba pero tampoco negaba la existencia de Dios. Lo que difiero un poco es en la idea de pensar que si alguien cree en Dios esto le podría limitar en su búsqueda del conocimiento. Pero bueno, es una idea mía.
Pues te diré que leí tu anterior artículo del laberinto ( "La casa de Asterión") y me quedaron ganas de ir a leer el relato, e igualmente me ha pasado con este artículo, me despierta mucho más el interés por este gran escritor, de verdad Borges era muy brillante.
Gracias por compartirlo.

Sí, uno de mis autores favoritos. En cada frase de sus cuentos hay un mundo detrás.
Coincido con vos en relación a la actitud de Borges frente a la fe. El agnóstico no se pronuncia ni por sí ni por no, se diferencia entonces tanto del creyente como del ateo, quien en realidad se pone en la vereda de enfrente de aquel al declarar la no existencia de Dios. Esto que decía de que la simple creencia en un ser supremo es simplificadora se relaciona con esto, y acaso pueda decirse otro tanto en relación al ateo. El movimiento de indagación intelectual sobre las cuestiones fundamentales del ser humano debe darse en un punto intermedio entre la actitud del creyente inmutable y la del ateo supremo.

Muchas gracias por tu lectura, Inspiración.

Es interesante la postura del agnóstico porque deja los caminos abiertos por decirlo de alguna manera.

Gracias a ti por tan excelente artículo @reyvaj.

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