Bajo el cemento.

Bajo el puente de cemento que desafía la gravedad entre montañas, uniendo sueños y personas, yace el vestigio de la destrucción humana, como fósil viviente que grita vida para tapar el ruido incesante de un millar de ruedas que atraviesa su zénit por minuto.

No se puede dejar escapar ese instante .

Inmortalizar su degradación, su copa marchita, su raíz en la lucha por agarrar y no despeñarse por donde ya...
No hay nada.

Despojado de su exhuberante traje verde, traje que arropaba vidas, vidas emigrantes, que no encontraron cobijo bajo sus fuertes y frondosos ramales.

Donde las máquinas arrancaron el humus, donde la luz dejó de brillar como siempre.

Donde la lluvia ya no lo baña, donde apenas absorbe sorbos de tierra mojada.
Como gota de agua en un desierto al que impusieron desde el cielo, desde un ser superior…
Desde un Dios arrollador.

Ahora, es solo una pieza de museo para el senderismo más atrevido, o quizás sea testigo de algo más.

Las botellas rotas, grafitis y gomas gastadas hacen presagiar que murió de tristeza. Ser testigo del cambio lo consumió, ver desparecer sus vecinos lo desesperó, ser el último superviviente de su mundo...
Le arrancó la ilusión.

Yo lo cuidaré.

Fotografía hecha por mí.