El pajarillo | Relato |

in #spanish4 years ago (edited)

El pajarillo

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Imagen original de @fotorincon12 click aquí para ver sin edición

   

    Los dos sujetos llegaron al salón a hablar con un tercero. Intercambiaron algunas palabras y el anciano les invitó a tomar asiento. La plática continuó hasta que uno hizo una petición.

    —¿En serio quieres que te cuente la historia otra vez? —preguntó el más longevo —. Bien, escucha con atención:

    »Un día cayó del árbol aquel pequeño pajarillo, tan dócil y tan frágil. Dejarlo ahí tirado habría sido una sentencia de muerte y, aunque en primera instancia iba a pasar de largo junto a él, algo me hizo detenerme, no sabría decir exactamente qué. No fue empatía, además de que aquella circunstancia no era algo que viera por primera vez; he vivido junto a bosques y arboledas casi toda mi vida y sé perfectamente que las crías de aves caen de los nidos y mueren con frecuencia, sin embargo este pajarillo era diferente.

    »Lo llevé conmigo; en mi casa traté su ala rota y lo alimenté. A medida que el tiempo pasó noté cuan especial era mi pajarillo: su plumaje reemplazó el marrón oscuro para teñirse de un tono rojizo vivo combinado con negro y su cantar llenó de júbilo los pasillos de mi solitaria casa a diario mientras planeaba desde una lámpara a otra siguiendo mi paso y dando vida a un hogar que, si no hubiera sido por él, solo habría sido una casa solitaria como de seguro lo es ahora.

    »Todo era alegría sí, sin embargo dentro de mí siempre supe que algo no andaba bien. Los carroñeros acechaban, querían llevarse al pajarillo, esa siempre fue su intención. Sí, un día vi a los zorros en mi patio, y otro a los buitres por la ventana. Temí que le hicieran daño, así que puse cerraduras a cada puerta y mantuve las ventanas tapadas con las cortinas.

    »Ay, aún así lo inevitable es inevitable sin importar cuánto te opongas. Entonces, un domingo dormí hasta tarde y mi pajarillo oyó a otros de los suyos cantando entre los árboles. Ay, pajarillo, si tan solo me hubiera hecho caso y no hubiese salido de casa, pero no fue así. Él salió y resultó que todo era una trampa. Los zorros y buitres, mil veces malditos, lo hicieron para atraparlo. Ahora, solo veo a mi pajarillo en mis sueños —terminó diciendo, con un atisbo de lágrima comenzando a nacer de su mejilla.

    Diez minutos después los dos visitantes se levantaron, agradecieron al hombre mayor la historia y salieron por la misma puerta por donde entraron. Al cabo de unos cuantos pasos uno preguntó al otro:

    —Y bien, ¿ha averiguado cuál es el trasfondo del viejo y su "pajarillo"?

    —Vale, la historia es un poco sórdida pero, además de la conspiración entre buitres y zorros, no vi nada realmente raro —respondió el otro, confundido —. Parece una típica cháchara de viejo senil. No veo una verdadera historia como para un reportaje detrás de esto ¿Por qué lleva tantos años aquí?

    —Vale, usted es el periodista. Imagino que ha escuchado muchas historias de gente extraña ¿y si le dijera que hace años ese señor era un hombre normal en todo sentido? No obstante, un día su esposa embarazada fue asesinada en una avenida a plena luz del día. Nadie vio nada y nunca se supo quién lo hizo.

    —¿Crees que fue él?

    —No. Él estaba en su trabajo cuando eso pasó; hubo muchos testigos de su oficina. La cuestión es que, años después, en una casa cualquiera de una familia cualquiera, un bebé desapareció de su cuna. Ocho años más, luego de este rapto, dieron con el secuestrador, que fue nuestro anfitrión de hoy.

    —¿Y el bebé está...? —preguntó, sin terminar de formular.

    —¿Muerto? No, claro que no —aseguró, con una sonrisa un poco burlesca —. El viejo no lastimó al niño, nunca hizo nada más que alimentarlo y educarlo por su cuenta. Le sorprendería lo culto que es... o era. Parece que mes tras mes su mente se desgasta —dijo, arrugando el rostro.

    »Bueh, el niño creció y retomó la vida con sus padres biológicos, quienes nunca perdieron la esperanza de encontrarlo vivo. Al principio le fue muy duro adaptarse, pero lo logró y ama a sus padre; e incluso al viejo lo visita regularmente, de hecho trabaja aquí. Sabe que lo secuestró y a pesar de que no le tiene mucho afecto ya, tampoco le guarda ningún rencor.

    El periodista le observó intentando seguir el hilo a todo lo que escuchaba. Con cierta suspicacia e incredulidad, finalmente preguntó:

    —¿Cuál dices que es tu nombre, amigo?

    —Mirlo, señor —contestó.

    —Como las aves...

    —Como el pajarillo, así es.

XXX

   

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