DESPEDIDA INTERMINABLE

Esperó pacientemente, sentado en las escaleras del edificio, justo al pie de la puerta donde tantas veces la besó y la provocó para que subieran nuevamente hasta su apartamento a hacer el amor. Era un juego que hacían siempre, después de haber pasado la noche juntos: ella lo besaba metiendo su lengua lo más profundo que podía, casi dejándole sin aliento y él comenzaba a acariciarla con furia buscando bajo la falda, hasta que las ganas los vencía y los hacía volver a la cama sin importar que cada uno llegara tarde a su respectivo trabajo. Sería uno rápido, cómo el de ayer, como el de tras antier o el de la semana pasada. Pero ese día Javier estaba decidido, le iba a decir que ya no más, que la locura y la irresponsabilidad en la que habían vivido durante ese año debía terminar, así como comenzó: de golpe. Pero cuando la vio bajar del taxi con esa ropita vaporosa que dejaba ver sus pechos grandes, erguidos y las piernas largas que tantas veces había recorrido con angustia, se dio cuenta que no sería capaz de esa despedida y volvió a lo mismo de siempre. Otra larga noche que se haría corta entre polvo y polvo, un desenfreno del que parecía que no podría escapar. Así que dejó la despedida para el día siguiente.