El incienso de la noche me aturde. Entre la bruma entiendo que no tengo regreso, que esta será mi plaza definitiva y eterna. La poción emoliente de la luna cae sobre mi frente abatida. Ella siempre ha deseado mi sangre. Su atmósfera me embruja y siento sueño.

Sus agujas se incrustan empujando su cuerpo contra el mío y se cosen a mi pecho. Abre mi piel con sus dientes. Me ataca con su lengua y no puedo ni quiero defenderme. Me duele. Me gusta. Ella anda cabalgando pálida sobre mi vientre. Me enerva su luz altanera.

Las ventanas del cielo se abren y la lechuza de la luna se acuesta sobre mi sombra, alimenta mi penumbra con sus senos. Sus secreciones celestes gotean argentinas sobre mi fosca mortaja. Su sangre mística pasa ardiendo entre las copas de los árboles y atraviesa mi cuerpo. Sus alas brillan. Vuelo.

Ella detiene en el aire su mano enjoyada para besarme en los labios por última vez. Siento cómo me invade el escalofrío sexual, arrecia su ritmo la marea fulminante que todo lo comprime y se alberga dentro de mí.

Juro en nombre de su amor que ya nada me importará, sino la cosecha de la espera; mientras ella salta las murallas del panteón y se aleja tapando su pudor con las nubes. Se aleja almendrada.

El último fulgor de Selene redime mi suerte y de su aura sale una sombra que, siguiendo sus instintos, sube a esconderse entre la oscuridad mayor, buscando una nueva hoguera en el corazón de otros hombres.

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Gracias por su atención.