Había llegado a eso de las 7 de la noche a la casa. Cansado había dejado una bolsa con un pan en la mesa del comedor. Los pies cansados y la espalda adolorida eran muestra del día que había tenido. Abrió la nevera y observó el vacío. Tomó un vaso plástico y lo llenó de agua. Tampoco era que necesitaba mucho para vivir, pensó y cerró la puerta de la nevera.

En el cuarto encendió el televisor mientras empezaba a quitarse la ropa. Un olor a sudor y a orine se expandió por la habitación. Miró el pantalón mojado como si aquella mancha tuviera un significado y le hablara. Se sentó en la orilla de la cama y en silencio miró el piso. Ana Elena se había muerto hacía una semana y ya empezaba a extrañarla.

Ana Elena había sido su mujer por 52 años. Con ella había tenido 3 hijos: tres varones. Él hubiese querido tener la hembra, una Ana Elena pequeña en la casa para mimarla, para llevarla al colegio, abrazarla, consentirla; pero había tenido tres varones. Con ellos debió ser mano dura, estricto, firme. Los abrazos de ellos siempre fueron para su madre. Los abrazos de él se quedaron encallados en algún espacio o tiempo que nunca llegó, que ahora no existe. Ojalá y cuando uno dice para siempre, no fuese tan breve.

Cuando los vecinos le dijeron que los muchachos no venían al entierro, hizo un gesto de aceptación: los aviones no saben de muertes, de infartos fulminantes, de hijos dispersos por el mundo. Hablaron por teléfono con él: ¿Y cómo fue, estás tú solo con ella, qué vas hacer ahora? ¡Vamos a ver cómo hacemos, viejo! Ahorita no podemos ir para allá, pero te vamos a estar llamando. De eso había sido una semana y no habían llamado más.

Él se miró las manos temblorosas, pálidas, arrugadas y huesudas. Sintió los ojos pesados, así que los cerró y así pasó un largo tiempo. Sintió cómo la casa le pesaba, la vida le pesaba. Cuando escuchó un ruido, abrió los ojos y bajito preguntó: ¿Ana Elena? ¿Ana Elena? -preguntó él más duro. Miró la silueta deslizarse por la puerta. Como pudo tomó nuevamente el pantalón mojado y se lo puso. Los zapatos y la camisa quedaron detrás de él que lentamente salió de la casa dejando la puerta abierta.

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