Mi hogar no es un lugar físico, mi hogar eres tú

in #spanish5 years ago

Mi hogar no es un lugar físico:

Tarde de postres y abuelitas.


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" ...

Supongo que el amor de madre es algo que debo ser para poder sentir, ya que siempre se me hará desconocido ese amor desmedido e incondicional. No me malentiendan, amo a mi madre, pero la tuve por tan poco tiempo que la vida no me permitió experimentar esa sensación trascendental más allá que las historias narradas por uno que otro conocido. Así que, por lo tanto, nunca podré darles verdadero sentido a aquellas madres tan enamoradas de sus retoños incapaces de aceptar ciertas equivocaciones.

Por eso me enojo tanto cada vez que la señora Martha, a la cual le he tomado un gran cariño por los años que llevo visitándola, justifica y defiende de forma intransigente al malvado hijo que crió, para el cual no existen suficientes horas en el día para llamar y preguntarle a su madre si comió bien. Ella, tan dulce como se caracteriza, se niega rotundamente a interrumpir la ajetreada vida de empresario del pequeño Ignacio, así que se calla sus molestias y algunas necesidades hasta el día en que llego.

Lo detesto.

—Martha, sabes que no tengo ningún problema con acondicionar una habitación para ti en mi departamento—le recordé, pude ver sus ojos nublarse un poco y asentir—, es más, estaría encantada de hacerlo.

Ella sonrió y me miró como siempre lo hacía; llena de amor y algo de pena. Luego negó. Como siempre.

No me quedaba más que suspirar, siempre estaba intentándolo. Ignacio no sabe lo que se pierde, no sabe apreciar verdaderamente a la madre tan maravillosa que tiene.

—No te sigas mortificando por mí, mi niña. A mí me basta con tus visitas cada domingo y estos sabrosos dulces.—dijo agitando en el aire la envoltura vacía de Chocolate Savoy que le dí hace unas horas. Ella se enloquece por ese chocolate— Además, no creo que Ignacio esté de acuerdo.



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Mi corazón se encogió.

Abuelita, no creo que Ignacio tenga algún problema—mentí, para él, su madre siempre se encontraba bien y nunca necesitaba nada. Llevármela sería tomarlo por sorpresa, y, si había algo que ese energúmeno odiaba más que nada, eran las sorpresas—, él sabe que tú y yo somos amigas. Sabe que yo te cuidaría sin ningún problema.

Volvió a negar.

—Eso lo dicen todos, pero, en realidad, nadie termina de acostumbrar a cuidar a los ancianos.—miró sus envejecidas y pálidas manos mientras hablaba. Se veía resignada.— Tú tienes una maravillosa vida por delante; necesitas salir, divertirte, no ayudarme a recordar todos los días que los lentes que busco están en mi cabeza.

Reímos juntas y permanecimos en silencio por unos momentos. Estábamos sentadas en la entrada de su casa, ella en su cómoda mecedora y yo en un cojín a su lado, disfrutando de un merecido descanso después de hornear dulces para ambas y prepararle su comida favorita.

La brisa y el sol iban tan acorde al momento que pudo haber sido arte; fresco y despejado.

La observé, como siempre lo hacía en aquellos momentos, Martha se vía igual todos los domingos; relajada, sonriente y, si las escuchabas hablar de su vida, autosuficiente. Me pregunté si era eso lo que su hijo veía en ella y por eso pensaba que siempre se encontraba bien. Sin embargo, unas cuantas visitas fue lo que necesité para comprobar que ambas padecemos de la misma enfermedad; nos asusta la soledad.



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No hay que ser adivino para saber que aquello fue lo que nos unió. Ambas nos convertimos en una pequeña familia.

—Jamás serás una molestia para mí—Respondí bajito cortando el perfecto silencio, ella me miró sonriente—, yo necesito de ti tanto como tú necesitas de mi.

Sentí la sangre acumularse en mis mejillas, no muy seguido admitía abiertamente el cariño que sentía por otros.

—Lo sé, pero este es mi hogar, mi niña.

Y el recuerdo de las palabras de Amara llegaron a mis oídos como si alguna vez me las hubiera dicho;

El hogar no es un lugar físico; el hogar es lo llevas dentro.—cité el inicio de la vieja y única carta que mi madre escribió para mí.

Eres tú propio hogar y lo que entra en tu corazón es tu familia y los recuerdos.

Y tú eres mi familia. —le aseguré y, por primera vez, adiviné sus pensamientos.

Tú también eres mi familia, Elizabeth

No hacía falta que lo dijera, de hecho, no lo hizo, porque en ese momento vimos llegar un auto blanco en dirección a su casa, la ventanilla venía abajo y antes de estacionarse, ya Martha se había levantado y caminado más rápido que nunca hacia el inicio de la calle, no entraba en sí misma de la alegría: Ignacio había llegado a visitarla."


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