Orgullo: veneno y medicina… En mi caso se trata de un auto castigo que me hace lucir frío, indiferente y silente, pero esa, esa es la verdadera actuación.

Opto por ser orgulloso pese a que por dentro estoy armando el reguero de mi autodestrucción. Planeo la medida de la apatía para que no se me note que sí me importa estar dolido, pero opto por no darle gusto a nadie de verme triste, así que luzco mi mejor sonrisa; a veces...

La respiración es la que me delata, sin embargo, pocas personas analizan el sonido de esos susurros que le gritan al mundo cómo duele cada vez que la aguja de mi compostura entra y sale, entra y sale, entra y sale, improvisando remiendos al mamotreto de mi alma oxidada por las lágrimas que aguardan valientes en su escondite.

Preparo mi voz para que no sea gaga ni vacilante, ajusto el tono a uno firme y luego digo que estoy bien, que nada me pasa, que no sufro... Incluso, ofrezco consuelos, consejos, diálogos sin desespero, haciendo las veces del hombro que no pido a nadie, siendo impostor de psicólogo, de buen amigo, porque sé cómo duele no tener a alguien que nos abrace la vida con sus palabras, mientras arriba la correcta cercanía

Orgullo: fortaleza y talón de Aquiles…, nadie nota la tormenta dentro de los laberintos de mis sentimientos, nadie oye el alarido de mis huesos quebrándose, el eco de mi bilis consumiéndose, ni tampoco observan cómo bombea, bombea, bombea y bombea, el rompecabezas de mi corazón, casi marchito después de un millar de suspiros.

Estoy bien…, mi cara lo dice todo, mi respiración también...

No me verás triste, débil o siendo descaradamente insano,
no le daré ese gusto a nadie, al menos... hasta nuevo aviso…

Foto de Sebastiaan Stam en Unsplash /sub>