LA DAMITA QUE ACOMPAÑA

in #spanish5 years ago


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Todo era un caos en esa casa llena de humedad y polvillo, Frank, como siempre tirado en el sofá miraba que ya esa botella de licor no lo acompañaría más, estaba quedando vacía. Clara, revisando la despensa como si se tratase de un mago, queriendo aparecer algún alimento que pudiese saciar el hambre de Miguel de sólo tres años de edad.



Y Marta, allí en su habitación, mirando por su ventana como caían los copitos de nieve. Sentía que ese pueblo le quedaba pequeño, y quería hacérselo saber a todo aquel que le preguntara: ¿Qué tienes Martita?

Tomó su abrigo desteñido y arrugado, se puso sus zapatos, se hizo un moño en sus cabellos y abrió la puerta. ¿A dónde vas Martita? ya estoy resolviendo lo que comeremos, no te preocupes hija- exclamó, Clara, desde aquella cocina solitaria.

Salió a toda prisa como si afuera y con aquél frío alguien la esperara. Caminó sin rumbo. Sus pies la llevaron hasta la estación del terminal, se sentó a observar cómo la gente se alejaba de aquel lugar que a ella la oprimía y la ponía triste.

Ya iba a cumplir 17 años y desde que tenía memoria siempre su papá estaba en el sofá, con una botella en brazos. Su madre trabajaba y lo poco que conseguía limpiando casas, era para comer. Ahora tenía que trabajar más duro desde que Miguelito había llegado.

Martita siempre estaba triste, cada vez que una sonrisa se quería asomar en su cara, rápidamente era arrebatada y nadie sabía por qué. Un día mientras llovía y observaba los copitos de nieve caer, su padre borracho y dormido en el sillón, y su madre fuera de casa trabajando. Tomó una mochila, dos jeans desgarrados que tenía, su abrigo, y un par de camisetas.

Así salió Martita impulsada por el deseo, a toda prisa, corría y corría como si unos perros hambrientos quisieran atraparla. Llegó a la estación del tren y compró un boleto a Harrisburg, Pennsylvania. Se subió al vagón. Y se acurrucó, soltando una lágrima y queriendo olvidar.


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Su abuelo le había obsequiado en su cumpleaños pasado un dinero que lo tenía escondido en un par de tenis viejos, para que su padre no se los fuese a quitar.

¿Qué quería olvidar? Esos recuerdo de su padre, abusivo, agresivo, borracho que le había hecho tanto daño y nadie más lo sabía. Su madre nunca estaba en casa, y ella pasaba mucho tiempo con él. Frank, le pegaba y abusó de Martita varias veces. Desde que tenía 13 años.

Martita veía todo en cámara lenta. Cómo su vida se iba desgarrando, mientras se alejaba de aquél pueblo dejando atrás tantos recuerdos que venían rápidamente a despedirse de su mente. Se quedó dormida unas cuantas horas, pero sintió cómo alguien le tocaba el hombro, y apresuradamente, pegó un brinco y abrió sus ojos, color almendra.

Señorita, hemos llegado- dijo su compañero de asiento. Hay que bajar.

Tomó su mochila y la abrazó con todas sus fuerzas, esos edificios relucientes con cristales hermosos, y muy altos la deslumbraron. Todavía contaba con un poco de dinero, guardado en uno de los zapatos. Llevaba horas caminando, su alma estaba más tranquila, y ya le había dado hambre, llevaba mucha horas sin comer.

Al cruzar la calle se dio cuenta que había una cafetería muy bonita. ¡Buen día, señorita! Le dijo una señora que limpiaba el mostrador. ¿En qué puedo ayudarle, viene por primera vez? Si- dijo Martita, dibujándole una media sonrisa, vengo desde lejos. Me sirve una taza de té y un croissant. Enseguida, dijo la señora muy amable, ponte cómoda, ya regreso.


Hacía mucho frió afuera de esa bonita cafetería, pero adentro era muy acogedora y tenía calefacción. Así que Martita se quitó su empapado suéter.


¿De dónde eres muchacha? , ¿No te había visto por aquí?- le dijo la señora.

-No, no soy de por aquí, vengo desde muy lejos en tren, mucha horas de viaje, respondió Martita.

-Aquí tienes hija tu pedido, ponte cómoda y come.


Martita comía apresuradamente ese pan, y se fijó cómo una mujer de unos 50 años la observaba, volteó discretamente para ver si era con ella, y sí era con ella.

La dama de labios rojos y cabello oscuro, alzó su café caliente y la saludó. Martita hizo lo mismo con su té.


La camarera que le había atendido se le acercó para preguntarle si deseaba algo más, Martita dijo que no. Luego la llamó y le preguntó dónde podía pasar unos días. Necesitaba darse un baño y descansar. Estas de suerte muchacha. Aquí al lado hay una posada y aprovecha que todavía no han llegado los turistas y hay habitación. Pregunta por el señor: Gaspar, dile que vas de parte mía. Me llamo Ellen.

Tomó sus cosas, llegó a la posada y pudo hospedarse. Todo marchaba muy bien. Estaba tranquila y dispuesta a comenzar una nueva vida. Todos los días iba a comer a la cafetería donde trabajaba la señora Ellen. Y siempre estaba la señora de labios rojos que se sentaba en esa misma mesa y la saludaba alzando su taza de café.

Ese día llovía y hacía mucho frío, Martita veía cómo las gotas de lluvia se resbalaban por el cristal de la ventana como si fuese lágrimas del cielo.

-¿Me puedo sentar contigo muchacha?, dijo la señora de labios ojos y cabello oscuro, de edad avanzada, pero muy bonita. Sí, claro- dijo Martita.


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-¡No eres de por acá! Le dijo mientras fumaba un cigarrillo.

-No, vengo a pasar un tiempo aquí y a buscar trabajo. Le dijo Martita.

-Te he estado observando y eres muy bella. Tus ojos son seductores y tu alma muy noble, dijo la señora.

-Si necesitas trabajo, toma mi tarjeta, búscame. Allí estoy. Una tarjeta con letras rojas que decía: LA MADAME.


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-Sí, si necesito dijo, Martita, yo la busco. Sin saber de qué se trataba el trabajo. Esta niña no sabía nada de la vida, era tímida, pero muy bella. Cualquier hombre se deslumbraba por su belleza. Pero ella dejaría de ser una niña a ser una mujer.

Martita, no durmió aquella noche, pensado de qué se trataría el trabajo. Se alistó muy temprano. Se recogió su cabello dejando su rostro libre y su ojos color almendra estaban más hermosos.

-¡Buenos días!, vengo a buscar a la señora que trabaja aquí, le dijo al portero. Ella me dio esta tarjeta. El portero le quitó la tarjeta y cuando la iba a leer salió la señora: LA MADAME, déjala pasar.- ¡Adelante!, dijo el hombre.

¡Qué bueno que hayas venido, te irá muy bien en ese negocio. Lo sé!

Necesito trabajar señora. Yo puedo limpiar, lavar baños, cocinar. No. no no, mi niña, nada de eso. Dijo, LA MADAME.

Esto es una casa de citas donde se atienden a hombre por dinero. Aquí serás una princesa, te prostituirás por dinero.

Marta se quedó helada, no pensaba que ese sería el trabajo que la señora le ofrecería. Déjame decirte algo “Cuando una mujer entra en la prostitución su alma ya ha sido destruida” y tu alma está destruida y triste, sácale provecho a eso. Sentenció.


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Continuará…

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