Siempre se puede volar

Don Zarigüeyo estaba descansando porque había sido un día largo, comió frijoles con aguacate y se asoleó en el parque.
Entre hojas blancas encontró un ave sin color, parecía melancólica como si se encontrara en sus últimas horas.

Con sus crayones la pintó para que sonriera con el sol, un arcoíris tenía en su plumaje que la hacía la más bonita de su clase.
Una lagrima voló sobre el ave tornasol, don Zarigüeyo se alejó, debía buscar alguna solución.

La envolvió entre plumas verdes, grises y cándidas; él también se arropó con algunas para ver si volaba como las orugas. El ave le explicó que las orugas no vuelan sin razón, ellas se convierten en polillas para salir de paseo a la esquina.
El pájaro sonrió al ver tanta enajenación, esto poco duro, de repente la tristeza regresó.

El nariz rosado llegó con un helado selvático, de unos que tienen árboles y animales caminando, se lo entregó emocionado, pero el ave soltó un fuerte llanto. Don Zarigüeyo dejó salir sus lágrimas, ya no sabía qué hacer para alegrarla, las opciones se le acababan y el anochecer se acercaba.

Una jaula oscura apareció, en ese momento el zarigüeyo todo entendió, el ave estaba encerrada, había sido de su hábitat separada, nostálgica lloraba por su selva y la compañía de su pareja olvidada.

La noche brotó y don Zarigüeyo se durmió, entre sueños al ave observó, era libre con emoción. Ella se marchó, su cuerpo en la jaula dejó, ahora reposa sin vida mientras su espíritu vuela con alegría.

Es triste capturar cuando ningún delito se ha cometido con anterioridad, la libertad es un derecho animal que nadie debería jamás arrebatar.

No escribimos este cuento para poner tristes a quienes tienen animales silvestres en cautiverio, sino para enseñar a las nuevas generaciones sobre la libertad que no debemos despojar.

Créditos texto, dibujo y fotografías: Margarita Palomino.