Gracias y desgracias del lenguaje en dos anécdotas

in #spanish6 years ago

  Un entrenador pulido   

  Hace unos años formaba yo parte de un equipo de fútbol que dirigía uno de esos ligeros ilustrados en cursillos del Instituto Nacional de Deportes y, posteriormente, con muchos méritos, en un instituto pedagógico. Habíamos llegado a la final del campeonato estadal de primera categoría, más por las habilidades de nuestros delanteros que por las tácticas de nuestro entrenador. Una vez presentada la alineación para ese partido decisivo, el entrenador comenzó a explicarnos lo que él llamaba “el esquema de juego a implementar”. De ahí en adelante se fajó a definir posiciones: cómo debían actuar los laterales, el medio campo y la delantera, según lo había hecho la naranja mecánica de Cruyff, con algo de elegancia y clase brasileña. Cuando terminó sus detalladas instrucciones, nuestro mejor jugador, precisamente, que metía goles pero no había pasado del sexto grado, me preguntó: 

  -Por fin, ¿voy en punta o juego retrasado? 

  Nuestro entrenador se sobró en una terminología que gana puntos en la defensa de una tesis de grado en un pedagógico y olvidó una de las virtudes de un buen pedagogo: enseñar aclarando términos, si éstos no son comunes y no puede evitar mencionarlos. Además, habló más para lucirse y aparentar experiencia en el fútbol, que para movernos a jugar de cierta manera; al fin y al cabo, ganamos el campeonato, porque jugamos, como suele decirse, echándole bolas, sin naranja mecánica ni clase brasileña. 

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 No quiero parecer defensor incondicional del hablar atropellado, soez y sin recato; antes prefiero el tono pausado, modesto, sin afanes de lucir lenguaje moldeado por modas académicas o comerciales o por el periodismo irreflexivo. De eso no se trata. Si me piden una declaración o algo parecido, adelantaría sin demora que más aprende uno, en punto a lengua y alma, en poetas que ya nadie quiere leer y en las bregas callejeras, que en cualquier élite, donde se forja un lenguaje destinado a la persuasión y el dominio. 

  Mis convicciones se las debo a muchos diálogos de barra, andanzas por doquier y a algo de preservada curiosidad. Procuro guardarme de todo derecho a la razón, pero jamás me abandona esta pregunta: ¿quién hace más daño a nuestro patrimonio lingüístico, aquel que posee un habla domesticada por la política, la sociología, el envenenamiento literatoso y la mala prensa o aquel que, pese a sus limitaciones escolares y al torpedeo de los medios de comunicación, nos dice con el corazón en la mano: “usté es mi amigo y los demás son pendejadas”? Aquél se aprende y se acostumbra a un código para el “mareo”; el otro, y pónganle la denominación y catadura que les plazca, pertenece al cada vez más estrecho reino del decir cordial.  


          

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El peor de los insultos   

  Mi padre, cuando se iniciaba como juez, tuvo en su tribunal un caso que siempre recordaba. Se presentó una demanda por lesiones contra un ciudadano, pues un vecino con quien no encontró términos de arreglo en cuanto a sus propiedades colindantes, solía en cada borrachera (por lo menos todos los sábados) ofenderlo con los más bajos calificativos (mentadas de madre en primer lugar), hasta que un buen día, después de haber soportado los insultos más procaces, no pudo tolerar que el malhablado vecino lo llamara individuo, a lo cual respondió con golpes, patadas y mordiscos. Durante el interrogatorio de rigor quiso saber mi padre acerca de su desmedido proceder y el hombre le contestó: 

  -Mire, doctor, yo puedo soportar cualquier vaina, pero ese hombre- y lo señalaba como a un Judas- me ha mentado la madre, me ha dicho hijo de puta, me ha dicho desgraciado, me ha dicho de todo, pero que me diga individuo...eso...eso no se lo aguanto a nadie. 

                      

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  En principio le fue difícil a mi padre saber dónde estribaba la ofensa. Con el tiempo supo que aquel hombre entendió que la palabra individuo era insultante, porque le había oído decir a un profesor de sociología, amigo suyo, que “en cualquier sociedad el individuo, en sí, no significa nada”. Dejo, entonces toda interpretación por cuenta del lector, no sin añadir que no son pocas las palabras que circulan con un significado confuso o ajeno al verdadero, como calumnias o licores adulterados.     

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La importancia del buen uso del lenguaje. Buen post!

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