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El siguiente relato es contado por Doña Olga Del Valle León, quien actualmente cuenta con 72 años de edad y es Bisnieta de Doña Bartola Dystran, mujer orgullosa, prepotente, fría, calculadora, manipuladora, además de hermosa; también debo decir que esta es solo una pequeña parte de su historia.

La siguiente parte de la historia se supo muchos años después, luego que Jesús Rafael cumpliera su mayoría de edad y perseguido por las sombras de ese aterrador recuerdo, se dedicó en cuerpo y alma a investigar cómo fue la muerte de su madre, para luego así ser contada por el propio hijo de Gabina. A su vez éste se la fue contando a todos sus descendientes, hijos que por la cuenta del mismo Jesús Rafael eran más de 30 en diferentes mujeres (pero eso es otra historia).

Y dice así: Dos hombres de origen colombiano y que para la fecha eran de nombres desconocidos, bajo las órdenes de Doña Bartola Dystran, llegaron muy temprano a casa de Gabina, esperaron que sus hijos mayores salieran de su casa a realizar sus respectivas labores; seguido a esto, entraron con prepotencia y con un golpe muy fuerte a la puerta, gritando vulgaridades y sin pedir siquiera el permiso; se le fueron insinuando y realizando gestos indecorosos, luego siguieron tocándole las piernas, pechos y nalgas, ella trató en lo posible de huir de estos dos hombre de mal aspectos, pero éstos eran mucho más grandes que ella, sin poder soportar más la impotencia con mucha rabia los empezó a rechazar, intentando de vez en cuando defenderse con golpes, les pedía que se fueran de su casa, pero ellos tenían una misión, las que le había encomendado su patrona, Doña Bartola.

El hombre más corpulento le asestó una bofetada que hizo que la pobre Gabina se tambaleara, este fue solo el primero de mucho golpes brutales que recibió, llegando al punto de quedar inconsciente, ya tirada en el piso sin sentido prosiguieron a abusar sexualmente de ella para luego y sin ningún remordimiento alguno, cortarle el cuello.

Los hombres con total satisfacción salieron de la pequeña casa y se dirigieron directamente a la hacienda de Doña Bartola, Jesús Ramón los vio a lo lejos cuando llegaron en sus caballos, el rápidamente se reunió tanto con los hombres como con su madre. Ya no podía hacer nada, el crimen ya estaba consumado, solo agacho la cabeza y se retiró sin decir una palabra.

Acto seguido, buscar a sus hijos y mandarlos lo más lejos posible de esa hacienda y de su madre, una cosa era saber muerta a la madre de sus hijos pero otra era permitir que Doña Bartola matara a sus hijos, sangre de su sangre.

Luego que Jesús Rafael descubrió toda aquella historia, sin temor a lo que pudiera pasar, llegó hasta la hacienda de Doña Bartola donde también estaba su padre Jesús Ramón, éste intentó saludarlo y preguntar por sus hermanos, pero Jesús Rafael lo ignoró por completo. Su mirada de rabia, odio y desprecio se notaban a kilómetros de distancia. El chico, con paso calmado, poco a poco se fue acercando a la casa principal de la hacienda, no miraba a los lados, solo de frente, hacia donde estaban Bartola y Jesús Ramón.

Con un paquete en las manos y sin seguir pronunciando palabra alguno, él solo esperaba, ya estar allí frente a esas dos personas hacían que Jesús Rafael se sintiera cada vez más valiente y sin temor, se sentía invencible.

Las primeras palabras de Bartola fueron frías y directas, sin importar que quien estaba allí parado era uno de sus nietos mayores dijo: “¿qué haces aquí?, ni tú, ni nadie con sangre de Gabina Marcano es bienvenido a mi hogar.

Pero a Jesús Rafael esas palabras no le importaban, él también sentía un desprecio incontrolable e incalculable hacia esa mujer.

Jesús Ramón, tratando de calmar un poco el ambiente solo preguntó: - ¿qué tienes allí en las manos?, en ese instante fue que Jesús Rafael se volteó y quedó viendo a su padre, respondiendo de manera muy fría: - todo, aquí tengo todo, por fin la muerte de mi madre será vengada -.

Bartola e hijo se quedaron viendo de manera instantánea, sin poder creer lo que acababan de escuchar, pero, ella como siempre, fría y calculadora y de una manera muy sarcástica respondió: - no se de lo que hablas, no tengo nada que ocultar, porque no tengo nada que ver -, él solo respondió: - ¿estás segura?, los nombres de Jairo y Julián Restrepo, ¿te suenan? -; fue casi instintivo, se volvieron a ver madre e hijos, sin poder decir nada; pero ella trató de disimular y respondió: - no tengo ni idea quienes son esas personas, primera vez que escucho esos nombres -, Jesús Rafael dijo: - pues, ellos no opinan lo mismo -.

Transcurrido unos pocos minutos, después de un silencio sepulcral, se escuchó a lo lejos la llegada de unos caballos, ocho en total, de los cuales dos estaban sin ocupantes, Jesús Rafael no volteaba porque sabía exactamente quienes eran.

Seis hombres, policías provenientes de la capital, con pruebas suficientes de todos los delitos cometidos por Doña Bartola y su hijo Jesús Ramón. Los hermanos Jairo y Julián habían sido atrapados en una de las haciendas de la zona y para que sus condena no fuera tan larga se les ofreció un acuerdo si contaban todo lo que supieran de Doña Bartola, la misma que tenían por más de 10 años tras algo que les llevara a encarcelarla.

Los hermanos no tenían para donde escoger, así que decidieron contar todo, desde los envenenamientos a animales de hacendados de la zona, robos, fraudes, hasta, el que a Jesús Rafael más le importaba, de cómo Doña Bartola fue muy explícita de todo lo que tenían que hacerle a la mujer de su hijo, Gabina Marcano.

Lo siguiente que se supo de la historia fueron todos los años que pasaron madre e hijo dentro de la cárcel, unos dicen que 15, otros que 20.