Me pregunto dónde quedan ya los clásicos, cuando antiguamente y como decía aquella entrañable canción de Brian Hyland, el Amor se sellaba con un beso: ‘seal with a Kiss’. Hoy, la moda es sellarlo con un candado. Dicen que ésta moda, comenzó en París, cuando a algún enamorado nostálgico se le ocurrió poner un candado con el nombre de su amada en la baranda del puente sobre el Sena, como el que ata su moto o su bicicleta al árbol que hay junto a la puerta de su casa.

Que tal circunstancia, moda o actitud haya surgido en una ciudad como París, entiendo que tenga su lógica, si tenemos en cuenta que París ha sido siempre considerada, y no en vano –aunque, como en todos los lugares, François Villon si levantara la cabeza, tendría mucho que decir sobre las nieves de antaño- la Cité de la Lumiére –la Ciudad de la Luz- y por defecto, aunque yo pienso que en este caso, mejor por afecto, la Cité de l’Amour: la Ciudad del Amor.

De manera, que no puedo por menos que pensar que los que importaron esta costumbre, en realidad, están importando –chist, por favor, repítanlo en voz baja, no sea que frente a ésta fraternal invasión, se despierte también esa moda perniciosa y fea de reforzar fronteras y levantar muros de espino- parte del espíritu universal de París.

Y así, cuando me encuentro con tales demostraciones de afectuosa pasión, pongamos que en tres de los lugares que he visitado últimamente, como son el Gran Estanque del Retiro de Madrid, o esa ‘capital de imperios olvidados’, que para el escritor y poeta alemán Rainer María Rilke era Toledo, o en ese Paseo de los Enamorados de Machado, que discurre paralelo a la ribera del Duero a su paso por Soria, entre el monasterio templario de San Polo y la ermita de San Saturio, donde se pierde en una curva de ballesta, tengo la incierta sensación de que después de todo y salvando, obviamente, las correspondientes distancias, he tenido la oportunidad de contemplar parte de la Cité de la Lumiére et de l’Amour.

Y hasta en mi exageración bucólica –que no sólo el gran Alberto Durero tuvo tiempo y osadía para plasmar su ‘Melancholia’ en un grabado cuya fama ha traspasado los umbrales de la universalidad- tentado estoy también de suponer, nacionalismos aparte, que a lo mejor hasta el Duero es un afluente del Sena, que nos trae un poco de la emoción del Amor: aquélla misma que otra canción clásica le echaba en cara haberla perdido a la mujer y que un chulesco Tom Cruise se la cantaba en la barra de una discoteca a una jovencísima Kelly McGillis, que por supuesto, en ese primer y burdo intento, le dejó con un palmo de narices, sofocando la carrera de la líbido -¿el doctor Freud, supongo?- a base de la típica cerveza Budweiser.

No pretendo ser retrógrado, pero me resulta bastante grotesco asociar amor y candados, aunque su intención implícita, figurativa y romántica, sea la esa unión, perfecta e indisoluble –el amor que en un principio era físico y espiritual, el de las almas gemelas, que posteriormente, se escindió en espiritual y pasó a llamarse simplemente platónico- que a día de hoy resulta poco menos que una utopía.

Y puestos a elegir –adelante, les autorizo cortésmente a llamarme viejo, anticuado o caduco- prefiero ese romanticismo, machadiano y vintage, donde al fin y al cabo sólo es el árbol el que actúa de Celestina para ‘esas iniciales, que son nombres de enamorados, esas cifras, que son fechas’.

Porque creo, y así lo expongo, que el candado es lo más parecido que se me ocurre, a un barrote. Y quien pretenda poner barrotes en el camino de algo tan profundo, tan poderoso y también tan maravilloso, como es el Amor, es que su ignorancia roza peligrosamente esa tiranía que provocó la Revolución Francesa e hizo bueno el refrán de: voy a perder la cabeza por tu amor.

En tal sentido, no se equivoca quien acertadamente compara al Amor con el Viento del Espíritu: aquél que sopla donde quiere, cuando quiere y para quien quiere. Definitivamente, prefiero la corteza del árbol. Pero claro, también es cierto, que sobre gustos no hay nada escrito.

AVISO: Tanto el texto, como las fotografías que lo acompañan, son de mi exclusiva propiedad intelectual.