Dicen, y yo así lo creo firmemente, que no hay Tiempo ni tampoco Edad, para la danza.

La danza, tan perpetua como ese maravilloso péndulo de Foucault, que aparentemente reproducía ese sueño de robarle alto tan determinante al Universo, como es el movimiento perpetuo, es tan antigua como el ser humano.

Si en sus comienzos, fue poco menos que un acto de imitación de la Naturaleza, pronto fue evolucionando a estados más complejos, no tardando, por defecto, en convertirse en el ritual por antonomasia de toda liturgia sacra.

Una liturgia, que conectaba a los danzantes con ese templo universal, donde moran todos los dioses y demonios imaginados por la Humanidad a lo largo de su existencia, y que C.G. Jung definió con el nombre de Inconsciente Colectivo.

Lejos de ser una moda pasajera, la danza forma parte de la conciencia humana, hasta el punto de que, como se decía al principio, es atemporal, en cuanto a edad se refiere y en su sentido eminentemente físico, resulta gratificantemente frecuente ver grupos de teatro y danza animando lugares emblemáticos de las grandes ciudades.

El conjunto de fotografías que se exponen aquí originalmente, fueron tomadas en el interior de ese interesante, hermoso y hermético lugar de Madrid, conocido como el Parque de El Capricho, formando parte de un conjunto de actividades, lúdico culturales, que dotaron de un esplendor aún mayor, si cabe, a la belleza intrínseca al lugar, consiguiendo, por defecto, que una visita signifique, además, toda una afortunada y gratificante novedad.

AVISO: Tanto el texto, como las fotografías que lo acompañan, son de mi exclusiva propiedad intelectual.