Lloraba un hombre desconsoladamente sobre la barra de aquel bar, era la primera vez que veía a un hombre llorar de esta manera; solía preguntar la causa de los problemas y conversar, pero esta vez el llanto me abrumaba y solo me dedicaba a servir en silencio cuanto trago se me pidió.

De pronto, un hombre con un aspecto nada amigable, me miró y me pidió dos tragos, se sentó también en la barra, le ofreció uno de los tragos al primer hombre y antes de decir palabra se tomó de golpe el suyo.

-- Todos los problemas se solucionan, de una u otra manera. Andrés Marino, solucionador de problemas para servirte.

El otro hombre cortó el llanto en seco, miro al hombre a la cara y con algo de arrogancia contestó:

-- A menos que conozcas un sicario, que sea capaz de matar al hijo de puta que hizo que me despidieran de la compañía donde trabaje 20 años, que mi esposa me dejase y se llevara a mis hijos, y que me quedase solo con lo que voy a gastar en este bar, no eres un solucionador eres solo un Pastor Religioso más.

Hubo un cruce de miradas tan fuerte, que tuve que agarrar el bate bajo la barra, sentí que en cualquier momento esto iba a terminar mal. Para mi sorpresa el hombre se tomó el trago que le ofrecieron y pidió dos más, para devolver el favor. El hombre respondió con una sonrisa y dijo:

-- Puedes pasar la noche bebiendo y llorando como un idiota, o puedes aceptar mis servicios. No soy ningún charlatán te he dicho que soy un Solucionador de Problemas.

Ambas miradas se cruzaron nuevamente y lo que siguió, fue la conversación más surrealista que pude tener en mi barra. No podía creer lo que escuchaba y aún en la actualidad recuerdo como se realizó este acuerdo:

-- A ver, ya te dije que necesitaba ¿Cuanto me vas a cobrar por su cabeza?.

El hombre abrió su cartera y sacó de ella 38$.

-- Si quito lo que debo pagar por los tragos, me quedan 15$, no tengo más.

El solucionador de problemas, aun con una sonrisa en el rostro, pero clavando la mirada en mi, respondió como si de una broma se tratase:

-- No vendo cabezas, no soy un mercenario. Vendo Balas, y la garantía de que hasta la fecha jamas he fallado ninguna. ¿Quieres que alguien muera de un balazo? Me dices, ¿Crees en la suerte y quieres siete balas? Me dices, o si quieres veintidós balas porque es el día en que te comprometiste con tu esposa me lo dices.

Hizo una pausa, bebió un sorbo y continuó:

-- Es sencillo dices el número de balas, y cuanto quieres pagar por ella, yo acepto, tomo el dinero y a la semana problema resuelto.

Ambos hombres comenzaron a reír con cautela a lo que el primero separo unos billetes y dijo:

-- 15$ por una Bala, para Daniel Mauricio Mejías Oropeza.

-- Hecho. Es gracioso, le debes tener mucho estima, la mayoría de la gente no paga más de 2$, eres quien pago más hasta la fecha.

Tomó el dinero, dio un último sorbo y se fue.

El hombre sólo lo vio marcharse y con una risa que no sabría describir, se burlaba de sí mismo y como había regalado sus últimos 15$.

Fuente

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Pasaron dos meses y una semana exactamente desde aquello y un hombre decidió alquilar el bar para celebrar, era aquel llorón que hace tiempo había estado en mi bar. Llegó con mucha gente, pidió bebidas y comida para todos, afuera había estacionado una camioneta espectacular, al parecer las cosas iban bien.

Se sentó en mi barra, me pidió dos tragos invitándome uno y me comenzó a contar sin preguntarle:

-- Lo mató, realmente lo mató. Recupere mi trabajo, mi familia y mi dinero. Un día simplemente apareció muerto y volvió a mi todo lo que la vida me había robado. 15$ pague por volver a ser feliz.

Fuente

Un escalofrío me invadió aunque no se si por el comentario, o por ver cruzar la puerta de aquel bar a el solucionador de problemas.

Se sentó en la barra, me pidió un trago, miro a su antiguo cliente y con una expresión fría en el rostro le dijo:

-- Eres Miguel Cedeño, ¿Me equivoco?.

A lo que el hombre respondió:

-- Es cierto, nunca te dije mi nombre. Pero tampoco sabía que era famoso, solo exitoso.

Andrés, sin quitar la expresión fría de su cara, lo miro directamente y dijo:

-- Tienes tres hijos, veintisiete años de casado y tu esposa, te estima menos de lo que tú a ese hombre. 1$ por cada una de las treinta balas que pagó por ti. Debiste pasar más tiempo en casa.

No le dio tiempo a nadie de reaccionar, y contando a los gritos como niño en preescolar, comenzó a disparar impunemente frente a todos, hasta llegar treinta. Juro que como si de una película se tratase, nadie se movió un milímetro hasta que aquel hombre cruzo la puerta, la cual al cerrarse tras su salida activo gritos, llanto, y desesperación.

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La policía llegó minutos después, dudo que alguien más que yo pudiese explicar realmente lo que sucedio y aunque yo les conté a detalle, pensaron que no decía la verdad y que estaba en un estado de shock.

Uno de los oficiales tomó su radio y comenzó a informar sobre lo ocurrido, expresando que tenían un hombre muerto con más de veinte disparos en su cuerpo. A lo que al unísono la mayoría del bar aún siendo interrogados gritó:

-- ¡Treinta, fueron treinta disparos!

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