Los veranos con la abuela (Cuentonimio)

En el ocaso de su vida recuerda aquel verano de su infancia.

Llegó a pasar las vacaciones en casa de su abuela y como imanes que se consiguen sin buscarse, un grupo conformado por niños y niñas de su misma edad hizo su aparición cada tarde noche en el frente de la casa de ella.

Eran traviesos como él mismo y en muchas ocasiones traspasaba los límites que imponía la edad.

Aprendió juegos que no sabía que existieran y en uno de ellos una niña, dos años menor, en medio de uno de ellos, despertó su primer sentimiento de amor hacia el sexo opuesto.

Era algo salvaje para su sexo y lo ayudó en mucha ocasiones a culminar las tareas impuestas en un singular juego que llamaban la botella.

En este se sentaban todos haciendo un circulo y dentro de este espacio se colocaba una botella de refresco y uno de ellos la giraba, de tal manera que esta, como un globo terráqueo, daba vueltas hasta quedar detenida, apuntando con su parte delantera alguien del círculo, quien debía cumplir una tarea, antes impuesta, o sufrir las consecuencias de algún castigo.

En varias ocasiones le tocó hacer cosas tan descabelladas como llevar una taza e ir a pedir azúcar en alguna casa vecina o detener un taxi y darle alguna dirección para ir a recoger alguna emergencia.

Ese juego se transformó en el cierre de todos, cuando ya cansados de correr, saltar o gritar decidían sentarse a descansar.

Lo siguieron jugando por años pasando a ser púberes y transformando las vacaciones con la abuela un punto obligado de su vida y convirtiendo a Rosa en su primer amor y la mujer que por primera vez besó.