La Vereda del lago, antes llamado Paseo ha sido desde su inauguración a finales de los años 70 su lugar preferido para ejercitarse, por las características propias del lugar, que es un relleno de varios kilómetros donde antes estuvo el lago y algunas playas.

Mientras lo hace muchas veces recuerda con cierta nostalgia las veces que se bañó en la playa del Club Alianza bailó en la fiesta de carnavales que hacían en este, también momentos en las cuales estuvo con algunos amigos en el autocine que estuvo por esos predios.

Como buen empedraero creció escuchando cientos de historias del lugar, muchas que enriquecen los saberes populares como la de los aguadores que hicieron de ese sector de la calzada su centro de operaciones, o sobrenaturales como la de los fantasmas que pululan por esas vías, embarcándose en los carros de transporte público.

Igual viene a su memoria el hecho que la primera vez que conoció a una mesonera, nombre que le daban en Maracaibo a las que atendían los bares y algunas hacían el papel de prostitutas, fue en ese bar La Calzada.

La ciudad ha crecido tan vertiginosamente que existe una mezcla extraña de metropolitano y pueblerino en los genes de las personas que hoy lo habitan.

Le gusta el fresco lacustre que le enfría la cara y combate el sudor corporal, la tranquilidad que se siente a esas horas de la madrugada cuando la mayoría duerme o se prepara para iniciar el día de actividades.

Con el tiempo el número de personas ha ido mermando, aunque al final son como las olas que van y vienen, apremiados por las circunstancias.

Hoy el reloj le ha jugado una mala broma, se ha adelantado y hecho que el acostumbrado ejercitar que comienza a las 4 de la mañana haya sido comenzado una hora antes, por lo que se siente como una isla abandonada en el océano y hay cierto temor, dado que no ha visto algún elemento policial de los que vigilan el lugar.

Un grito femenino le llega, como un eco cercano que lo hace detener.

-Ayúdenme, mi hijo se ahoga.

Se acerca a la baranda que separa la camineria del lago y trata que sus ojos puedan divisar alguna persona ahogándose.

Pero no logra ver nada.

Sin embargo el grito de la mujer continúa y va alejándose.

Está confundido y preocupado.

¿Qué hace un niño en el lugar?

Menos aún en una hora en la cual el oleaje es fuerte.

Todo queda en silencio.

¿Lo habré imaginado? Se pregunta.

Esa mañana regresa a su casa antes de la hora pautada y en la noche, reunido con algunos viejos del lugar, mientras juega dominó les cuenta lo ocurrido.

Oswaldo, toda una enciclopedia en cuanto a historias del lugar comenta.

-Esa es la dama de la Vereda, pensé que solo salía de noche.

-¿La dama de le Vereda? Nunca he escuchado de ella.

-Es una mujer que se le ahogó el hijo allí hace muchos años, siglos según contaba mi abuelo y siempre salía espantando a los agüeros, por eso nadie se acercaba por esos lados en las noches, luego que hicieron la Vereda, se olvidó un poco esto pero la bautizaron así. Muchos borrachos del bar también dijeron haberla escuchado e igual los cuidadores del autocine.

Se le paran los pelos de todo el cuerpo.

Por primera vez se había tropezado, o más bien escuchado a un fantasma.

A él, quien siempre aseguró que eso eran inventos o parte del folclore maracucho.