El entierro (Cuento personal)

En mi adolescencia uno de mis mejores amigos una noche llegó a mi casa y me dijo.

-Esta noche vamos a desenterrar un tesoro que está en el frente de la casa.

No me sorprendió esto ya que era un bromista contumaz, de manera que le pregunté a qué hora y me dijo que a las 10 de la noche, ya que su mamá se iba a las 9.

La progenitora de él era prefecto de un municipio del Estado y por tal razón solo estaba pocos días allí.

Vivían solos desde que un accidente en una bicicleta hizo que su otro hermano se mudará para que unos tíos.

Nosotros llamábamos a esa casa, la del terror, ya que su aspecto era sombrío, porque vivía medio oscura ya que sus habitantes no permanecían en ella mucho tiempo.

Mi amigo dormía hasta 5 veces a la semana en mi casa, ya que nos poníamos a hacer algo y luego se excusaba en que estaba solo.

La realidad era que tenía miedo de quedarse allí y una vez descubrí la razón, cuando devolviéndole un favor me quedé a acompañarlo en su casa.

No dormí ante los ruidos extraños que se sentían en el lugar.

Se escuchaba que lavaban platos en la cocina, pasos que parecían acercarse, cosas que se caían y a uno le daba escalofríos cada vez que algo de esto ocurría.

Al final invitamos a otros compañeros pero nadie pudo o quiso ir y a la hora pautada nos llevamos de mi casa: picos, palas y una barra, implementos que se usan en construcción ya que mi padre laboraba en ese campo.

En el camino me confesó.

-Fui para que Mary y me dijo que en la casa hay un entierro y esa es la razón por la cual se escuchan ruidos y mi mamá siempre consigue trabajos fuera de la ciudad, ya que están presos allí personas que fueron enterradas.

Siempre había oído decir que la urbanización donde vivíamos en otra época fue un cementerio indígena.

Mary era una bruja, de cierta forma amiga nuestra, ya que era familia de una amiga cercana.

-Ella me dijo que había que sacar un muñeco negro de trapo y quemarlo.

Al final, incrédulos o sobrepasados por tanta superstición, dado nuestra adolescencia, hicimos un cuadro en el sitio marcado y comenzamos nuestra labor, como arqueólogos en busca de algún tesoro.

En lo personal era una aventura de la que estaba seguro solo nos quedaría cansancio, pero mi amigo era de esas personas que mueren por ti y no podía dejarlo solo.

En el lugar señalado había un rectángulo de más de 4 metros de grama que tenía allí más de diez años, por lo que mi escepticismo crecía cada vez que íbamos excavando un cuadrado de aproximadamente 50 cms.

La labor siempre estuvo condimentada con bromas de mi amigo que entre otras cosas se lamentaba de no tener una grabadora para hacer una película que se llamaría “Dos pendejos en busca de un negro”

Eran como las doce de la noche y ya estábamos a punto de abandonar, el hueco ya tenía como 80 centímetros de profundidad cuando para asombro nuestro apareció el mencionado muñeco negro, hecho de trapo, de unos 40 centímetros y con forma humana.

Casi salimos corriendo del lugar y yo creo que no lo hicimos porque el agotamiento lo impidió.

¿Cómo una bruja podía saber eso?

Era descartable que ella lo hubiera enterrado ya que se veía que eso tenía mucho tiempo sepultado allí.

Mi amigo buscó gasolina y echó en el hueco, y seguidamente lo prendió fuego, tal como le había dicho la bruja, además no debíamos tocarlo.

El muñeco quedó hecho polvo.

Tapamos todo y salimos como correcaminos y el coyote corriendo para mi casa, con los corazones a punto de explotarse.

No le contamos a nadie sobre esa experiencia, lo cierto es que una semana después a la mamá de mi amigo la transfirieron a una prefectura de la ciudad y según decía este, los ruidos desaparecieron en las noches.

Yo nunca más me quedé allí, para constatar esto.