El enigma de Baphomet (129)

in #spanish6 years ago

En la isla del río y en las praderas del puente largo de piedra había mercado de ganado.
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(Aquellos días estaba todo igual a excepción de las farolas en el puente)

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Todos eran cristianos. Ni un solo moro haciendo tratos. Estuve merodeando y observando los caballos. Tenía que comprar uno y no me gustaban los dientes de ninguno. A lo lejos vi un corcel que tenía buena estampa y

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me acerqué a tratarlo con el dueño. Era un campesino que hablaba con dos jóvenes clérigos:

—Has llegado tarde, amigo. Ya hemos cerrado el trato —me dijo uno de ellos.
Aunque me llamó amigo, me lo dijo con deje de sorna y desprecio al ver mi indumentaria. No me encontraba yo como para soportar bromas, y menos, de dos clérigos, acostumbrado como estaba a no agachar la cabeza, fuera del Temple, más que ante el Papa. Nunca me había sentido tan cansado. Si me hubiera pillado en otro momento, los hubiera atravesado con la daga. Tenían dos caballos enganchados a los varales de la tartana cubierta con pieles de cabra, y compraron un tercero. Al ver que no les respondía, cambiaron la cara de idiotas risueños por semblante turbado. Se miraron confusos, conscientes de haber metido la pata. Qué bien se entendían los condenados curillas.

Captura de pantalla 2017-12-22 a las 23.54.59.pngCon solo una mirada de complicidad entre ellos, cambiaron el discurso como si lo hubieran ensayado. Yo seguía mirándoles el entrecejo y logré ponerlos nerviosos.
Cuando se percataron de que llevaba dos dagas en la cintura, debieron de pensar en salir corriendo, pero yo creo que no se atrevieron por si acaso los perseguía. Prefirieron cambiar la chanza por adulaciones y lisonjas.
Después de preguntarme a dónde me encaminaba, y ver que, de nuevo, no les respondía, decidieron despedirse. Yo les dije:
—Iré con vosotros. Os acompañaré para que nadie os haga daño.
—Cada uno de nosotros tomaremos distintos caminos —me dijeron.—Entonces, elegiré el que más me convenga porque no tengo caballo y necesito un medio de transporte.
Los vi atemorizados, tan valentones que empezaron siendo.
Optaron por representar el papel de presbíteros cuando les dije:
—Imaginad por un momento que me encamino a Santiago de Compostela. Uno de ellos reaccionó al momento:
—Si fueres a Santiago, encomiéndanos al Apóstol, y que tu penitencia sirva para desagraviar nuestras faltas y pecados.
No se atrevieron a ofrecerme la absolución de los míos.
Apareció a lo lejos otra tartana más pequeña tirada por un percherón y conducida por un cochero con pinta de ricohombre. Al verla, los noté inquietos, por lo que decidí indagar qué andaban tramando aquellos curillas de no más de treinta años.
Como se dirigía a nosotros, me adelanté a saludar al cochero para dejar a los curas sin palabra.
—Puntuales a la cita — me atreví a decirle—. Aquí estoy yo con los dos presbíteros.
No dejé de mirar a los curas para que no pudieran hacer ninguna seña al cochero, su compinche.

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