Capítulo 47. Recordemos que esta novela la publico por capítulos para los "steemians" que no sepan qué hacer con sus ratos de recreo

in #spanish7 years ago

47
(Brahms. «4a Sinfonía»)
Desparramada la siembra, germinó la gresca y creció una torre de Babel sin cuento. El Vasco se sentía manipulado y decidió convocar una reunión para pedir calma y que nadie utilizara su nombre sin consentimiento expreso. Como había quedado atrás, muy cercana, la dictadura de la que la mayoría procedía, trataban de sacudirse los viejos fantasmas acusándose mutuamente de las más insospechadas insidias. Todo el mundo hubiera querido haber padecido cárcel al menos un día por motivos políticos o haber nacido en hogar republicano. Nadie tenía esos antecedentes, por lo que en tropel se apuntaron a partidos políticos y sindicatos hacía poco tiempo clandestinos. A todo esto, metido el Vasco en medio del ciclón involuntariamente, se llegaron a decir los más increíbles disparates, por lo que temía salir, junto con Eva Montagut Milá, en los periódicos. No fue así, pero el tiro pasó cerca de la diana, porque el viernes apareció en todos los Institutos de la ciudad otro panfleto cuyo contenido rayaba el surrealismo, aunque ortográficamente era correcto. Solamente una confusión en los apellidos y una pequeña incorrección sintáctica en la última línea:
«ANTE LA SANCIÓN DE APERCIBIMIENTO INTERPUESTA CONTRA JOSÉ ANTONIO ARIAS MARGULITA Y LA COMPAÑERA ESTUDIANTE EVA MONTAGU MILA Y EL EXPEDIENTE ABIERTO:
QUEREMOS SOLIDARIZARNOS CON LA LUCHA EMPRENDIDA Y CON LAS SANCIONES CONTRA CANDELAS JIMÉNEZ HUELIN, MAESTROS Y DIRECTOR DEL COLEGIO.
ANTE LA LUCHA: UNIÓN
ANTE LA REPRESIÓN: FUERZA POPULAR.
LA COMISIÓN DE ENSEÑANZA DE LA ASOCIACIÓN DE VECINOS DEL BARRIO, POR UNA LUCHA DEMOCRÁTICAY COLEGIADA EN CONTRA DE LOS DIRECTORES Y MAESTROS.
¡VIVA LA LUCHA POPULAR DEL INSTITUTO!
¡POR UNOS CENTROS DE ENSEÑANZA AL SERVICIO DE LA CLASE TRABAJADORA ANDALUZA Y NO A LOS DE LOS DICTADORES!
Este panfleto era anónimo. No aparecían siglas por ninguna parte y la supuesta asociación nunca ha existido.

Eva estaba asustada. Al verse involucrada en tal maraña en la que no había tomado parte se le olvidó el embarazo y la boda. El estupor que le produjo su nombre publicado en un panfleto incongruente, de pronto, convirtió su dulzura en gesto de espanto. No se sentía con fuerzas suficientes como para aguantar tanta falsedad y oprobio; y como era incapaz de barruntar una salida al embrollo, estuvo a punto de culminar en un ataque de histeria. El Vasco intentó consolarla y aplacarle la congoja aconsejándole que de momento no apareciera por clase, pero no le dio tiempo a escurrirse porque llegaron los policías bien pasados dos tercios de la mañana, con cuatro días de retraso, por lo que le volvió a aconsejar que se quedara, para evitar que Candi se fijara en ella como sospechosa de lo que la policía buscaba, ya que tendrían que comparecer todos los excursionistas.
No fueron necesarias las presentaciones como en el primer momento y comenzó el baile: fueron llamados al despacho de Candi todos los alumnos de COU que hubieran participado en la excursión del pasado verano. Reunidos y perplejos al ser interrogados en grupo, unas palabritas del señor comisario iniciaron el contubernio de los agentes:
—En vista de que nadie sabe nada de los pergaminos nos vemos obligados a averiguarlo aunque sea con sangre.
Apaciguó el bueno en tono más bajo:
—A ver, que pase el primero. Me veo en la obligación profesional de tomarle los diez dedos para cotejarlos con las huellas encontradas en el archivo.
Uno a uno, fueron pasando por el tampón metálico y a cada uno le decía lo mismo:
—Todavía estás a tiempo, dentro de un momento ya será tarde. No te engaño, antes bien al contrario: estoy aquí para ayudarte. Yo también tengo hijos que son unos trastos.
El comisario dio trato de favor a las chicas, y con ellas cambiaba el tono de voz al preguntarles. Farfullaba con la colilla en la boca:
—Tuvo que ser obra de muchachos; a varones me refiero; pero tenemos que cumplir el trámite. Respóndeme escuetamente para rellenar el formulario.
A pesar de todo, siendo Clara la primera de ellas, temblaba al impregnar las yemas en la tinta. Se desahogó:
—Yo todavía no sé exactamente lo que ha pasado.
Juanita, Eva, Ana e Inés, se tranquilizaron cuando salió la primera y les describió el panorama.
Cuando llegó el turno a Leo, crecieron las sospechas en los policías por su delgadez agitanada con aspecto desgarbado; ese día llevaba puestos pantalones marrones, casi rojos. Profesionalmente observaron el aliento entrecortado y el dibujo en el aire de una línea quebrada cuando estampaba las huellas.
Trataba Leo de controlarse, pero no podía. Los policías se miraron con mayor suspicacia y miraron a Candi, que se había mantenido en silencio para que los alumnos desmintieran lo que se estaba divulgando soterradamente: que ella estaba involucrada en la denuncia.
El malo enchufó un magnetofón nada sofisticado y le indicó a Leo que debía responder al interrogatorio con el aparato funcionando. El interruptor de empiece soltó un chasquido que alteró al muchacho más de lo que él mismo esperaba; una tetania corrió por sus músculos estrujando el pañuelo en el bolsillo. Trató inútilmente de disimular, mirando hacia el techo. A Candi le parecía la maniobra de una crueldad ilimitada a pesar de que también ella pensaba que tenía delante al interfecto autor del robo.
El bueno, temiendo que Leo se desplomara, pronunció palabras claras disponiéndose a rellenar los impresos:
—Contesta escuetamente a lo que te preguntemos.
Leo asintió con la cabeza casi sin poder moverla. Los ojos se le humedecieron.
—¿Entraste en el Archivo Diocesano de la Ciudad de Astorga el pasado diecisiete de Julio?
—Sí.
—¿Tocaste algún objeto de los que allí se custodian?
—Sí.
—¿Alguno de tus compañeros tocó, igual que tú, algún objeto?
—Yo no me acuerdo de lo que hacían mis compañeros, creo que la mayoría se aburría.
—Es mejor que contestes como te dije: escuetamente. ¿Tú te aburrías como ellos?
—No.
—¿Por qué no te aburrías, si allí, más de dos minutos no hay quien aguante?
—A esta pregunta no puedo contestar escuetamente.
Candi tenía encogido el hígado. El malo torció el hocico y penetró la cara de Leo con mirada siniestra. Puso su dedo índice en el interruptor de «stop» para meterlo en vereda antes de seguir el inquisitorial proceso.
—No —contestó Leo sin que el monosílabo quedara registrado en la grabadora.
—¿No, qué? Si todavía no te hemos formulado ninguna cuestión —estalló en ira el comisario con la vena de la sien derecha enrojecida y protuberante—; te la estás ganando, muchacho; te la estás ganando. Esto no es un juego —levantaba más la voz—. ¡Muy atento! ¡Eh? ¡Muy atento y guarda esa lágrima de cocodrilo! ¡A buenas horas se muestra compungido el mequetrefe! Esto, hace unos años lo hubiera resuelto yo de un guantazo, sin tantas contemplaciones.
A Candi se le arrugaron las trompas de Falopio alrededor de los ovarios.
El bueno medió en el desaguisado reponiendo los buenos modales:
—No vamos a ponernos nerviosos. Hemos de tener en cuenta que este muchacho no es un delincuente, sino que sólo ha cometido una trastada de estudiante y hemos de informarle que si dice la verdad no le pasará nada.
Leo no entendía el contraste entre uno y otro agente, y a punto estuvo de delatar a Pablo; pocos minutos habían bastado para aplastarle el cerebro moralmente. De modo oportuno intervino Candi, y los policías no se atrevieron a contrariarla:
—Tú contesta la verdad; lo que sucediera; que a veces se contesta más de lo que se sabe por salir de una situación como esta.
Le dieron pista estas palabras y con ellas sacó fuerza de no se sabe dónde, cuando muy velozmente, después de hacer examen de todos sus pasos la noche de la luna llena, se ratificó interiormente en que él no había dejado huellas, pues sólo Pablo había tocado el Tumbo Viejo de San Pedro de Montes; y se dijo a sí mismo: «si alguna vez tienes que mostrar temple es ahora».
De nuevo, el malo puso en movimiento la cinta magnetofónica y se sentó encendiendo un cigarrillo. El inspector bueno siguió preguntando:
—Mira, vas a contar por las buenas, porque en realidad lo sabemos todo. La investigación ha sido exhaustiva y están reconstruidos todos los pasos. Si no declaras que cogiste los documentos por curiosidad intelectual solamente se te acusará de intento de robo sacrílego.
A Leo le bailó en la cabeza la última frase y no captó la intencionalidad del enrevesamiento; sentía que lo estaban envolviendo y no se atrevió a instarle a que le repitiera la misma idea con sintaxis más correcta, sin ambigüedades.
—Date cuenta que entraste con premeditación, nocturnidad y alevosía en una basílica, en la Santa Iglesia Catedral de Astorga, que no es lo mismo que robar un pastel en una pastelería. Lo que pasa es que necesariamente tienes que declararlo tú para que no haya castigo, sino un leve apercibimiento, después de devolver los pergaminos, claro.
Leo, con esta perorata, volvió a venirse abajo mientras seguía el agente:
—Es evidente que no los robaste por la tarde cuando estuvisteis todos con el sustituto del archivero; pues, ¡bueno es el señor cura!, ¡como para dejarse robar algo! Es un santo, pero no es tonto. También nos interesa saber, por añadirnos experiencia profesional, cómo conseguiste la llave del archivo para reproducir una copia en tan poco tiempo, porque en el archivo no estuvisteis más de media hora. Nos vas a ayudar y te lo agradeceremos porque muestras una inteligencia inusitada. —Leo no se dejó cultivar la vanidad y se reponía en sus cabales analizando lo que le empezaba a resultar grotesco—. También puedes contarnos qué pretendías con saltar por la ventana del archivo hacia la sacristía a través del patio —sonrió forzado—. ¡Vaya chasco que te llevarías al comprobar que la puerta de la sacristía estaba cerrada por fuera! El pertiguero la cierra todos los días, precisamente porque es el único punto de entrada a lo que la catedral encierra, y al tesoro. Cuando revolviste las ropas litúrgicas en los cajones y armarios de la sacristía, ¿qué pretendías? También sería curiosidad intelectual de un estudiante de COU, claro —farfulló con sorna—. Contesta, y puedes explayarte.
El policía bueno, ya no era tan bueno. Le traicionó el subconsciente mostrando en su discurso un poco de rabia, de lo que perfectamente se percató Leo comprobando que iban totalmente desencaminados en sus pesquisas, porque había descrito al revés el itinerario de la noche de autos. Leo se creció resoluto:
—Yo no toqué ninguna llave; tampoco abrí la ventana del archivo para saltar desde allí a la sacristía, y tampoco toqué nada en el archivo. Estoy nervioso porque soy nervioso. Ustedes intentan torturarme y si hubiera hecho lo que ustedes piensan ya me lo habrían sacado, pues esto no hay quien lo aguante.
Los policías se miraron derrotados. A Candi se le desataron todos los nudos de sus vísceras al comprobar la entereza del muchacho. El comisario malo quiso quedar por encima artificialmente:
—El caso no está cerrado. Cuando el departamento de investigación analice las huellas, si has sido tú, te saldrán seis años de cárcel por intento de robo sacrílego y por robo de documentos histórico-artísticos.
Impacientes por la tardanza de Leo, ya que esperaban como reos en capilla, entraron los siguientes sin más fin que rellenar el formulario.

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