La aridez del desierto de la Otra Banda sumerge el paso polvoriento de las labores del campo, sin embargo, mucho más allá de eso, la ciudad emerge como pueblo tranquilo hasta el momento de su llegada, sigilosa y elegante como la misma muerte, los sucesos que preceden su aparición hacen que no pase desapercibida.

Los buches en flor, los cardones con brotes de datos y lefaria, recuerdan que hace poco pasó el tiempo de lluvias, cuyos furiosos embates asemejan las pasadas inundaciones que terminaron por destruir la Iglesia La Pastora, cuyo frontispicio aun se mantiene erigido en piedra, dando a los caroreños cierta lucidez y esperanza, pero sobre todo, ejemplo de fortaleza, porque hay que ser bien fuerte para sufrir esta tierra, donde el sol arremete seco, dorado e inmenso sobre el horizonte observado desde las orillas del Morere, hace creer que el occidente no es más ni menos que Carora, aquí se observa su infinitud.

Valdría la pena decir entonces que, la vida social se cierne sobre la moralidad impuesta por la viejas costumbres de la godarria, criticada por el de a pie, pero admirada en el público de la plaza mayor, godos cuyos elegantes apellidos no dejan de ser bien pronunciados por zalamería, bien posicionar una amistad con una Doña o un Don no impide que se susurre sobre el hijo enfermo oculto en el cuartico de los locos de sus barrocas viviendas, apenas a media voz por la servidumbre se puede siquiera conocer que ha nacido a manera de costumbre familiar otro loquito que encerrado será para siempre, la evidente endogamia nunca será motivo de perturbación a la misa del domingo donde la Doña luce sus más hermosos vestidos.

Así pues, bajo la apacible tierra árida de alejados cerros pelones, cuya lluvia visita solo pocos días al año, pero que se hace sentir como si el suelo cansado de tanto abrazar el sol se retorciera de dolor al primer goteo que termina por desparecer los adoquines formados en los viejos charcos, aparece la intranquilidad. En forma de relámpago circula la noticia del asesinato de un guardia de la Casa Amarilla, del asalto al convento de Santa Lucia y de la ejecución publica sin previo juicio de los contrabandistas Hernández ; al parecer ya no toda desgracia que sucede en el pueblo se puede atribuir a la Maldición que el Fraile Idelfonso echara sobre las familias del partido conservador, estos sucesos anuncian la llegada de un ser más allá de toda pantallearía goda, la aparición de una criatura mítica convertida en realidad, ¡Ah diablo! Se escucha entre los transeúntes, el Diablo anda suelto en Carora, pero en forma de codicia, violencia, envidia, herejía y soberbia, todas palabras femeninas que han hecho de un pueblo pequeño un infierno grande, porque con la misma fuerza creadora de vida la mujer podría crear también la muerte, vida y muerte también palabras femeninas, elegancia y sutiliza que no hace dudar que el Diablo tiene forma de mujer.