Era una mañana como cualquier otra, el sol apenas salía, el vecino sacaba la basura malhumorado y podía escuchar el chillido de las ruedas de un pequeño carro de verduras junto a los pasos de aquella señora mayor que cruzaba la esquina, la cual nunca llegue a saber su nombre a pesar de verla cada sábado por la mañana, me sonreía como de costumbre mientras me dirigía al mismo café de siempre en la esquina de la calle Albarrán.

Era un café precioso con pisos de madera vieja que contrastaban con grandes ventanales en los cuales disfrutaba mi desayuno a diario, a excepción de los domingos, en los que prefería ir en las tardes a leer y ver la gente pasar, sin ver a nadie en realidad; era más como disfrutar de un lugar, en este caso este olía a café y era mi pequeño paraíso en domingo, ya que estos días me llenaban de una nostalgia inexplicable, representaban despedidas, una pausa filosa en mi vida acompañada de unas calles colmadas de un silencio ensordecedor que siempre acababa por derrumbarme.

Aún faltaban unas 34 horas para eso y yo luchaba con mi mente para poder mantenerme presente mientras la chica preguntaba si quería lo mismo de siempre, volví en sí y logré ser prófuga de mis pensamientos, asentí con la cabeza y me dirigí a la ventana donde la luz solar no era demasiada pero si la suficiente para calentarme los pies mientras nos encontrábamos a unos 10 grados. Mire a la mesa, había un chico sentado mirando a la distancia, me pareció completamente irritante que estuviese en mi mesa de siempre y fastidiada me senté en la mesa de enfrente, podía notar como se perdía en los rostros de los transeúntes que se veían a través de las amplias ventanas.

Sentí algo de envidia por la vista panorámica y al mismo tiempo curiosidad pues se veía algo perdido como si esperase a alguien pero no muy seguro de quien sería, quizás tendría una cita a ciegas o quizás iba a terminar con una larga relación y en ambos casos la cita no había llegado. Tenía ojos color marrón, muy expresivos que hacían juego con su chaqueta y su cabello castaño oscuro, algo largo y que lograba escapar a través de un gorro de lana gris.

Nunca escatimo en detalles, a veces los detalles se vuelven más grandes y termino nadando en un mar de pensamientos. Hace 2 años vivo sola en la calle Albarrán, en un pueblo a las afueras de la ciudad en el que nunca hace mucho frío ni demasiado calor, mi terapeuta me prohíbe pensar demasiado y a veces, solo algunas pocas veces dejo que no me diga que hacer y entonces le doy rienda suelta a mi mente y acabó observando a un extraño en un lugar que conozco de memoria; mientras aprieto la taza de café que la chica me entrega.

La gente suele odiar las rutinas pero la mía me mantiene tranquila principalmente porque siento que es mi lugar seguro y cuando algo cambia me desbordo en ansiedad, cualquier cosa lo puede desencadenar, incluso un extraño que ocupa tu puesto de siempre en un café un sábado a las 7 am.

De repente sus ojos se volvieron hacía mí, solo fue un par de segundos para luego volver a fijar la mirada en la distancia, como percatándose de algo, entonces volteó a verme nuevamente pero esta vez era diferente, me miraba con miles de preguntas en los ojos, aquella intensidad me ponía los pelos de punta. Esbozo una media sonrisa y temí haberlo conocido antes y no recordarlo pues aquella familiaridad en su cara me parecía absurda, igual que el vuelco que dio su mirada, pasó de una mirada perdida a una que parece encontrarte.

Se levantó de la silla y parecía dirigirse a mi mesa, me levante antes de que pudiese decir algo y me dirigí a la barra, le hice cierta seña a la chica coreana que atendía el café para que lo agregara a mi cuenta y me marche; mientras mi corazón casi salía de mi pecho a raíz de los latidos, las manos me sudaban pues la mirada de aquel extraño había logrado descolocarme. Salí del café y habría dado unos 10 pasos cuando logró alcanzarme, se puso frente a mí y dijo con voz suave:

– Deberíamos salir alguna vez.

¿Salir? Pensé ni siquiera sé quién es pero claro lo único que pude decir fue –¿Salir a dónde? –Luego pensé que era una torpe por darle atisbos de esperanza al curioso extraño que me miró confiado y dijo:

-No lo sé y apuesto que tú tampoco, ya nos encontraremos.

Sonrió nuevamente con cara serena y se volteó mientras seguía su camino. Yo aún pasmada en la acera lograba verlo alejarse a la distancia, no volteó ni una vez y tan solo me quedé ahí, repleta de dudas.