«Despierta...»

Abro los ojos. El mundo está en penumbras. Pero no por la ausencia del sol. El sol sigue allí, trazando inalterable su órbita celeste; sin cuestionárselo. Como yo, él escucha a su voz.

«Inspección...»

Observo mi rostro en el espejo del cuarto de baño; me cercioro de que todo esté en orden. Mis ojos brillan reflejando la luz de la bombilla que cuelga del techo. Alzo la vista y la observo directamente; esta comienza a balancearse, y sigo su danza sin pestañar. «Detente.» Vuelvo la mirada al espejo. Los carnosos labios esbozan una sonrisa; la perfecta dentadura se asoma con avidez.

Bajo la vista hacia el resto de mi cuerpo. Recorro metódicamente cada resquicio de mi piel. No hay imperfecciones. Todo está en su lugar. Entro en la bañera y me sumerjo en la ingravidez.

«Violeta...»

Hoy es un día de renovación; un día de cambio. Violeta es el color apropiado. Me visto y salgo al exterior. El sol me mira; me reconoce. Sabe lo que soy. «Una obra de arte...»

Recorro el camino rutinario. Irradio confianza y seguridad. Yo tengo un propósito superior; uno necesario. Todos me observan y veo como sus primitivos cerebros intentan desdeñarme o inmortalizarme en sus recuerdos. Gestos de lujuria y envidia surcan sus desgastados rostros. Pero sé que estarán agradecidos. Al final, mirarán al cielo que esconde al abismo y agradecerán a su insignificante deidad. Su tiempo acabó. Un nuevo dios se alzará. Uno que nunca morirá.

Está cerca.

«Aniquilación...»

Es hora.

«ANIQUILACIÓN...»