Bloque del Grimm The Castle in Heaven and the Two Towers II

Fue justo antes de que la luna se tiñera de rojo.

Cuando el castillo se aleja y se convierte en un punto en la distancia, dentro del Bosque de la Oscuridad, hay una pequeña área boscosa donde apareció un solitario adivino. El hombre estaba cubierto de sombríos ropajes y sostenía un libro negro. Antes de que nadie pudiese decir una palabra, sintió que el fin estaba cerca. Y cada vez que un aldeano se encontraba con el adivino por primera vez, su reacción era siempre la misma.

“Oh, sí. Parece que hoy se van a despertar cosas terribles” – decía el adivino.

Para bien o para mal, o, mejor dicho, para mal o para peor, las predicciones del vidente siempre se hacían realidad. Era un vidente que siempre decía la verdad, pero a pesar de ello casi nunca tenía visita. La razón de ello es que, desde pequeños infortunios a grandes desgracias, el adivino solo vislumbraba un futuro malaventurado. Debido a que sus palabras solo llevaban al infortunio, más bien podría decirse que eran maldiciones. La actitud de los lugareños era de esperar.

“Esta aldea será muy pronto amenazada por los demonios del pasado” – dijo un día el hombre oscuro.

Y con esta predicción, sin importar que todas las anteriores se volvieran realidad, las reacciones de los aldeanos eran de escepticismo.

“¿Demonios del pasado? ¿Qué podemos esperar de eso?” – murmuraba el adivino. “Ya veo, no pueden creer en las cosas que no son capaces de imaginar…”

Poco después de esa predicción, Drácula el Demoníaco resucitó, y su castillo apareció justo en el Bosque de la Oscuridad. La pequeña aldea estaba aterrorizada por la presencia del vampiro.

“Una vez más, la maldición del adivino se ha hecho realidad” – pensaban los aldeanos.

Sin embargo, un buen día Grimm, el joven príncipe del castillo real, junto a Caperucita Roja aparecieron en el bosque. Habían estado viajando a través de la espesura para derrotar a Drácula.

La gente de la aldea los había estado esperando, y supusieron que estaban salvados de la destrucción. Pero tan pronto como Grimm y Caperucita fueron al encuentro del vidente, su esperanza se convirtió en desespero. “Ah, ¿acaso vamos a recibir otro mal augurio?” – se preguntaban.

“Eres tú el famoso adivino del bosque? Jeje, me huele a chamusquina. ¿Qué opinas, Grimm?” – Caperucita miraba al príncipe con ojos brillantes.

“Bueno, lo cierto es que no estoy muy seguro… ¿Tienes algún presentimiento?”

Grimm se paró frente al adivino con una expresión confusa, mirándolo directamente. Cuando el vidente vio a Grimm y a Caperucita, abrió su libro negro por una nueva página y comenzó a hablar en una voz muy calmada.

“Ya veo, así que es eso… mi plan iba algo desencaminado, pero… Chica de Rojo, ¿quién eres? O, mejor dicho: ¿sabes quién eres?”

“¿Yo? ¡Soy Caperucita Roja! ¡Pensaba que era tan famosa que podía ir por ahí sin decirlo! Jeje, ahora en serio. Tú debes ser el Señor Adivino. Quizás puedas darnos una profecía que nos diga cómo va a terminar nuestro viaje.”

Voces en la oscuridad se entrelazan con el rojo.

“¿Es a mí al que preguntas sobre tu fortuna? Que interesante. ¿Empezamos, pues? Desde aquí os adentrareis en el Bosque de la Oscuridad. Allí, buscareis a una joven llamada Pandora e intentareis tomar prestado su poder. Si eso ocurre, seréis capaces de vencer a Drácula De vosotros depende creerme o no.”

“Jeje… Ya veo. ¡Ey, Grimm, parece que no todo lo que cuenta son mentiras!

Caperucita le sacó la lengua a Grimm y a los aldeanos.

“No pienso dejar mi futuro en manos de una predicción. Debemos darnos prisa. Ya se ha decidido lo que debemos hacer.”

“Es cierto, a donde quiera que vayamos desde aquí, tendremos que pasar por el Bosque de la Oscuridad. Bueno, nos vemos pronto, Señor Adivino.”

Tan pronto como Grimm y la muchacha de rojo desaparecieron entre los árboles, todos los aldeanos se giraron, mirando al adivino con cara de sorpresa. Era la primera vez que daba un buen augurio a alguien. Y si Drácula es derrotado como dice el adivino, la paz volverá a nuestra aldea. O eso pensaban los aldeanos.

El profeta sostenía su libro negro, con una nueva página abierta.

“Un pecado inimaginable. Drácula caerá, pero, ¿dónde está ese futuro brillante? Jejeje… Bueno, no hay duda, la gente solo piensa en aferrarse a sus propias vidas.”

En ese momento, la enorme sombra de un dragón cubrió el cielo.

“Alhazred, te he traído la piedra mágica, ‘Grusbalesta’.”

“Falltgold, hemos pasado tantas dificultades para conseguirla… Hum, así que puedes usar el poder de las Reglas.”

“Sin embargo, me preocupa esa chica roja. En este estado, me pregunto si todo irá bien.”

“Ah, no tenemos que preocuparnos por ‘eso’. Pronto habremos dejado esta torre de desesperación camino del Castillo en el Cielo. Más importante que la chica de rojo es la actividad de una presencia irregular. Pero, antes de nada, debemos probar nuestras habilidades.”

Alhazred se giró hacia los aldeanos.

“Seguro que lo recordáis: “Está aldea será amenazada por demonios”. Eso es lo que dije una vez. Ese augurio no se refería a Drácula, si no a…”

“La hora ha llegado.”

Cuando el adivino alzó su libro negro, un miasma tenebroso engulló la zona. La luz del sol fue tragada por la creciente niebla, y de los más profundos abismos, un ser diabólico apareció. No era de este mundo, y su mera forma era suficiente para pintar la angustia en el rostro de aquel que osara mirarla.

El libro negro ya no solo permitía a Alhazred mirar el futuro, ahora también podía borrarlo. La desesperación es la aniquilación de la esperanza. Una vez que el futuro ha sido despojado de todo rastro de grandeza, todo lo que queda es oscuridad. Ese era el poder del oscuro grimorio del adivino, conocido como el Necronomicón.

“No temáis… Aún no ha comenzado vuestro nuevo futuro de oscuridad.”

La aldea despareció por completo en una sola noche. Y pese a que yo la recuerdo con claridad, ninguna otra persona en el mundo parece acordarse de ella.