El monstruo moderno.

Los aspectos tenebrosos e incomprensibles de la vida moderna; a veces son asociados con voluntades crípticas, ocultas tras el velo de lo que se cree real y tangible. Se le atribuye a una voluntad omnipotente la falta de estabilidad en la vida actual, la sensación de no ser dueño de nuestro destino o de encontrarse indefenso ante circunstancias increíbles, que sobrepasan nuestra capacidad de entendimiento.

Son situaciones terribles, imposibles de revertir con la mera fuerza de voluntad. Hace falta una convicción muy profunda para vencerlas o resolver su génesis. El mundo moderno, con sus logros y milagros, no ha podido doblegar esa sensación de sentirse controlado o desamparado ante fuerzas de voluntad prepotentes, que parten de actores sociales cada vez menos evidentes, cuyo papel tornase difuso.

La angustia de no sentirse seguro, de no encontrar sosiego en ningún lugar, alimenta la idea de que existen abobinables seres que gozan en trastornar nuestras convicciones, con el propósito de aniquilar la voluntad humana.

Así, el rostro del monstruo moderno, no tiene un aspecto extravagante sino deforme, repulsivo, cuya figura y origen parte de las aflicciones humanas. Si bien, algunos provienen de lugares distantes o logran abrir una brecha para infiltrarse en nuestra realidad, la causa de ello es el propio deseo humano que actúa como una fuerza de correspondencia para manifestar su presencia.

Un deseo mal manejado, corroído por sentimientos perturbados, confusos que encuentran una extraña fascinación en el suplicio y la tragedia como síntoma subconsciente de necesidad de autocastigo.

La inseguridad latente en el entorno, adquiere un rostro identificable cuyas fuentes son diversas, pero confluye en un origen común: el dolor. Temerosa siempre de su suerte, preparándose para situaciones amenazantes, la humanidad encuentra sofocante tales condiciones buscando en el placer un escape al dolor más, no asume la empresa de superar las causas de su suplicio existencial.

Siendo en este caso el placer, una satisfacción pasajera, lindando en el egoísmo y la mezquindad, el dolor aviva el pesar que soporta el individuo perdiendo todo sentido sus acciones hasta anular la autenticidad.

Estando vacío de propósito, el monstruo aparece invocado por una humanidad confundida. En vista de lo absurdo que resulta vivir en el dolor y la insatisfacción, la culpa se une al diluvio de angustias.

Como consecuencia de ello, el monstruo moderno actúa como un tormento más del ser humano, apostando al terror psicológico, llevando al límite del delirio a sus vícimas sin que necesariamente conlleve a su destrucción física.

El ente en cuestión, no basa su letalidad en la fuerza sino en una sutil manipulación de la percepción de la realidad que tiene la víctima hasta agotarle toda esperanza o confianza en si misma. Tal efecto causa su influencia, que trastoca los conceptos de vida y muerte.

Al desmoralizar a la víctima, esta halla la vida como una carga molesta de la que solo puede librarse con la muerte, siendo erróneamente considerada como una salida ante tanto tormento.

El monstruo moderno es una manifestación de la impotencia en la que yace el hombre con relación a su creación, un mundo confuso donde se mezcla la fascinación y el horror, la incertidumbre de no encontrar una solución definitiva a sus contradicciones.

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