Saludos #steemados amigos y amigas:

El #cuento que hoy les traigo está basado en una anécdota que me contó mi abuela materna, la genial Carmen Camacho, a quien está dedicado con todo el cariño que le profesé en vida y aún hoy luego de que se fue a otros planos de la existencia, o al menos eso quiero creer.

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Léase antes de usar

Por: Arturo Pérez Arteaga :.

Marina era un alma realmente noble y caritativa, su casa era un hospicio para atender a todo aquel que llegara a necesitarla, fuese humano o animal, era atendido con el mayor cariño y las mejores atenciones.

No era para nada raro que aquella vivienda se la pasara llena de personas en busca de algún tipo de ayuda, a lo que Marina respondía que “la vida es mas bonita cuando se vive para servir”, de hecho, cuando preparaba comida, siempre la hacía para que le sobrara, pensando en que seguro vendría algún necesitado pidiendo socorro y pocas veces se equivocó. 

Pero ¿cómo podían los animales saber del buen corazón de aquella mujer?, ¿qué manera tenían de enterarse de que en aquella casa iban a ser bien atendidos?

Las preguntas surgen, porque así como seres humanos, la casa se veía invadida por animales de la calle, que por alguna razón inexplicable para mi, llegaban a ella en busca de refugio y alimentación, siendo atendidos de la misma manera generosa, la única que conocía Marina.

Su dedicación por los animales se debía a que los amaba intensamente, por eso tenía en su patio un burro, no menos de quince perros, hembras y machos, de diferentes razas y colores que convivían en perfecta armonía con media docena de gatos y gatas. Además de esto tenía loros, patos, incontables iguanas y un par de pavos reales. Era increíble presenciar como a la hora de la comida, Marina llenaba los recipientes comunitarios que servían a los animales y se veían a perros y gatos, iguanas, loros y patos comiendo del mismo plato sin ningún tipo de problema o agresión entre ellos.

Para rematar el cuadro, el patio contaba además con al menos una docena de los mejores gallos de pelea de la región, que pertenecían a Don Damián Usategui, un potentado de tierras y ganado cuya gigante hacienda colindaba con el terreno de Marina y para quien los gallos eran su mayor orgullo.

A pesar de que la dieta, el entrenamiento y cuidado de los gladiadores emplumados era harto estrictos, don Damián nunca pudo evitar que a estos les gustara más estar en el humilde patio de Marina que en su confortable hacienda. Utilizaban su corral con aire acondicionado sólo para pasar la noche como un hotel de carretera.

Un buen día, llegó a casa de Marina un perrito muy flaco y enfermo y ésta de inmediato lo atendió porque sabía que de no proceder prontamente el animalito no duraría mucho tiempo, así de enfermo estaba. Pocas semanas pasaron para que Costillita, como había sido bautizado el canino recién llegado se notara muy recuperado de salud, mas no así de peso. Marina sabía la razón y por esto a la primera persona de mucha confianza que la visitó, le pidió que le trajera un remedio para las pulgas, porque esa plaga no dejaba engordar al pobre perro.

El Sr. Casimiro ejecutó el mandado, le trajo un buen frasco de veneno para las pulgas y le dijo que en la etiqueta decía lo que debía hacer para aplicarla a los perros. Una vez se fue el mandadero Marina se sintió algo confundida y se molestó con ella misma al no haberle pedido que le hiciera el favor completo, es decir, que le leyera lo que decía la etiqueta, porque a la buena Marina se le había ido la vida cuidando y atendiendo a los demás, fuesen humanos o animales, pero nunca pudo aprender a leer o escribir.

Comenzó por Costillita, luego llamó a cada uno de los perros y perras, cuando se acercaban les daba un sorbo de aquella medicina. Los canes al tragar el amargo y viscoso líquido se alejaban algo desorientados.

Una vez terminó de administrar la medicina para las pulgas a los perros y perras, observó que todos se veían enfermos, tirados en el patio y con gestos que sólo indicaban la necesidad de vomitar y así lo hicieron. El patio se llenó del vómito oportuno de los animales que les permitió salvar su vida.

Al notar Marina la desgracia que estuvo a punto de ocurrir, tomó a los perros y perras uno a uno, los llevó dentro de la casa y los atendió de la mejor forma posible, dedicándose a cuidarlos lo que restaba de la tarde y toda la noche.

Apenas despuntaba el alba, como sustituto del tradicional canto de los gallos, un grito desgarrador rompió el silencio; se trataba de Don Damián que descubrió horrorizado como en el corral de sus consentidos emplumados, todos habían amanecido muertos por alguna extraña razón.

-APA-

 

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