Recientemente el médico me recomendó donar sangre, porque mi nivel de hemoglobina se había aumentado; y averiguando un poco, descubrí que esto puede traer consecuencias serias para la salud, tales como: infarto pulmonar o al miocardio, accidente cerebrovascular, enfermedad pulmonar crónica, entre otras. Con razón me dijo el médico que si se aumentaba más tendrían que remitirme de urgencias al hospital. Apenas hasta ayer, se me presentó la oportunidad de donar sangre; estaba en el centro comercial, cuando alguien se me acercó y me preguntó si quería donar sangre, y claro recordé las palabras del doctor y "ni corto ni perezoso" me dispuse a llenar el formulario, para hacer la donación.

A medida que se acercaba el momento de que me enterraran la aguja, empecé a sudar del susto y para acabar de ajustar, la enfermera no logró pinchar la vena y tuvo que venir otra para hacerlo correctamente; no siendo esto suficiente, la sangre no tenía lo que ellos llamaban "buen retorno", creo que querían decir que la sangre no corría normalmente. En fín, después de un buen rato, la bolsa se llenó de sangre; el susto pasó, me retiraron la aguja, ¡que digo "agujota"! y me dieron una merienda: un paquete de maní salado, en barrilete y un jugo natural en caja. Había algo que me alentaba a superar mi susto, mi temor a las agujas, a la sangre; era aquello que me dijo la enfermera, cuando me invitó a donar sangre: "al donar sangre, esta salvando 3 vidas".

Me invitaron a seguir donando sangre cada 4 meses; la idea me gustó mucho y creo que si Dios me lo permite lo seguiré haciendo, porque creo que es un beneficio para mi salud, ya que quien dona sangre periódicamente tiene menos riesgos de un infarto, disminuye los triglicéridos, aumenta las defensas del cuerpo, entre otras bondades. Vale la pena vencer los temores para ayudar a otros, lamentablemente hay quienes mueren porque no hay suficiente en los bancos de sangre, hoy es por tí; quizás mañana sea por mí.