El hombre había caminado dos días con sus soles y sus lunas deteniéndose solo para comer y dormir. Él sabía que debía llegar con la primera claridad de la luna llena si quería hacer bien su trabajo. Desde el momento que llegó aquel perro negro a su puerta, sabía que comenzaba una batalla por salvar una vida. Así que tomó su mochila, cerró la puerta del rancho y se dejó guiar por el animal que parecía un alma en pena.

Cuando el animal se detuvo frente a una puerta de madera, el hombre supo que había llegado. Entró y encontró que había una joven pareja con un niño en los brazos. El cuerpito del niño parecía una hoja de lo débil y verde que se veía. Él se acercó y le pidió a la joven madre que le entregara el niño. La mujer también débil por el sufrimiento, se lo puso en los brazos. El hombre cuando cargó al niño, se estremeció y se le erizó la piel: a pesar de lo flaco, el niño pesaba mucho. No había dudas: había algo malo dentro de aquel cuerpito recién nacido.

Haciendo un esfuerzo sobrehumano, el hombre se puso el niño en el hombro y sacó un sapo de la mochila. Con el sapo en una mano y con el niño en la otra comenzó a pasarle el animal por el cuerpo. A medida que le iba pasando el animal por la piel, iba pronunciando palabras indescifrables y de manera extraña, el sapo se iba poniendo más gordo y negro. El perro aulló y se orinó en una esquina, luego salió corriendo como si estuviera huyendo de algo o de alguien.

A pesar de aquello, el niño seguía sin reaccionar. Entonces el hombre volvió a meter la mano en su mochila y de allí sacó un nudo de ramas olorosas y empezó a pasarlo por encima del ombligo del niño en forma de cruz, mientras decía: "Agítate, sal, víbora, sé que estás ahí. Deja este cuerpo, no uses su aliento. Te reto, ven por mí". Esto lo repitió varias veces:"Agítate, sal, víbora, sé que estás ahí. Deja este cuerpo, no uses su aliento. Te reto, ven por mí". De repente, el niño echó una espuma blanca por la boca, su cuerpo convulsionó y largó el llanto. El hombre, sudoroso y temblando, devolvió el niño a la madre y le dijo bajito: está a salvo.

Después de eso, la madre se pegó el niño a su pecho y comenzó a alimentarlo. El hombre recogió su mochila y comenzó su caminar lento. Mientras caminaba, cada paso requería un gran esfuerzo. Él lo sabía: ahora era él el que llevaba el mal por dentro.

Esta es mi participación para el genial concurso semanal de @adeljose: Creando historias. Si quieres participar, aún estás a tiempo y aquí puedes leer de qué se trata el concurso.

*Todas las imágenes están hechas por mí en Canva, especialmente para este concurso

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HASTA UNA PRÓXIMA LECTURA, AMIGOS